Tras la jornada electoral del 28 de julio, el Consejo Nacional Electoral indicó que, con el 51,2% de los votos, Nicolás Maduro fue el candidato triunfante contra 44,2% de Edmundo González. Desde la oposición, se advierte que fue Edmundo González el triunfador, con un 67% contra el 30% de Maduro. A un mes de esa fecha, no se observa una resolución fácil (diálogo disponible también en audio y video).
Mientras la oposición —con fuerte respaldo internacional— y el Gobierno de Nicolás Maduro —que busca consolidarse en el poder— se tensionan por los resultados de la elección del 28 de julio, distintas dinámicas se enfrentan abierta o soterradamente dentro y fuera de ese país.
El 10 de enero debiera asumir el nuevo Presidente. Hoy se habla de intentos de alguna mediación internacional y se insinúan negociaciones internas, mientras hay nuevas medidas de fuerza y restricciones a las libertades. Y, en tal escenario, crece la certeza de que aumentarán los ahora 7,7 millones de venezolanos que han vivido una migración forzada.
Transcurridas tres semanas de la jornada electoral, dialogamos con la politóloga venezolana Neida Colmenares y el excanciller Heraldo Muñoz sobre la coyuntura y la proyección de esta crisis.
Tras la jornada electoral del 28 de julio, el Consejo Nacional Electoral indicó que, con el 51,2% de los votos, Nicolás Maduro fue el candidato triunfante contra 44,2% de Edmundo González. Desde la oposición, se advierte que fue Edmundo González el triunfador, con un 67% contra el 30% de Maduro. A un mes de esa fecha, no se observa una resolución fácil.
Juan Cristóbal Beytía S.J.
Mensaje
La política es vertiginosa: esta idea es mencionada un par de veces por nuestros interlocutores en este diálogo sobre Venezuela. Sostuvimos esta conversación el 20 de agosto y, precisamente porque los acontecimientos se suceden rápidamente, es importante mencionar tal fecha, a fin de tener a la vista el escenario en que se vertieron las opiniones en estas páginas. De todos modos, al margen de la contingencia, nuestros dos invitados plantean su visión con una muy útil perspectiva en momentos en que el Gobierno de ese país suma medidas y restricciones, y se avizoran intentos de negociación y diálogo.
Neida Colmenares es abogada y cientista política. Es Doctora en Gobierno y Administración Pública, por la Universidad Complutense. Actualmente ejerce como académica en la Escuela de Derecho de la Universidad Central, en Santiago.
Heraldo Muñoz es Doctor en C. Política en la U. de Denver. Fue investigador doctoral en Brookings Institution y tuvo actividad académica en varias instituciones de EE.UU. Entre otros cargos, ha sido embajador ante la ONU y Canciller.
—Juan Cristóbal Beytía S.J. (J.C.B.): Para comenzar, quisiera la opinión de ustedes respecto de qué diferencia la actual situación de Venezuela con la de 2018. Ese año Nicolás Maduro también se declaró vencedor y enfrentó a la oposición y a críticas de todas partes del mundo. ¿Por qué sería diferente ahora? ¿Por qué habría distintas expectativas?
Neida Colmenares (N.C.): Sí hay algo distinto. La elección de 2018 y lo que ocurre el 2019 con el presidente encargado Juan Guaidó tienen antecedentes importantes. Venezuela, a pesar de existir voto solo voluntario, cuenta con una historia de alta participación electoral. En tiempos de Hugo Chávez, era del 70% u 80%. Sin embargo, con Maduro, en las elecciones de 2013 [primer mandato] y 2018 [segundo mandato] comenzó a haber promedios de participación política inferiores a 50%. Y es importante tener a la vista que en ese momento, ya en 2019, comienza la gran ola de migración forzada. El 2019 la oposición ganó las elecciones parlamentarias, pero hubo un desconocimiento —a través de la modificación de reglas, posteriormente a las elecciones— de los resultados. Por eso surgió la Asamblea Nacional «paralela», con el liderazgo de Juan Guaidó. Pero Guaidó no fue, en rigor, un candidato que haya sido votado por todos los venezolanos. No había tras él un proceso electoral en el que haya participado la base social. En cambio, Edmundo González, sí ha sido votado.
Otra cuestión es que en ese entonces no se contaba con una oposición unida, como la tenemos hoy. Es decir, la de ahora y la de 2019 son dos situaciones diferentes. Se puede apreciar ya en ese año el comienzo de la pérdida de la base social del chavismo y la disminución de la participación electoral, en el marco de un proceso de desconocimiento flagrante de la Constitución y de los resultados electorales.
En ningún caso Edmundo González puede ser comparado con Juan Guaidó. González tiene una figura política más potente y una mayor legitimidad ante la población venezolana.
Heraldo Muñoz (H.M.): Participé directamente en el proceso de negociación de República Dominicana entre el gobierno de Maduro y la oposición [diciembre 2017-febrero 2018]. En ese momento se buscaba un acuerdo democrático que permitiera elecciones libres y limpias, y permitiera una cierta «normalidad» con miras a una elección donde se ejerciera la soberanía popular de manera libre y transparente. En esa negociación ejercimos como cancilleres facilitadores. Nombrados por la oposición éramos los cancilleres de México y Chile, y por el lado del gobierno lo eran Nicaragua y Bolivia. Esa negociación fue frustrada por Maduro a última hora: hubo avances y se estableció de manera unilateral una fecha para una elección, no cumpliéndose con ninguna de las condiciones que se habían conversado, como, por ejemplo, la liberación de presos políticos y el establecimiento de reglas claras para un proceso electoral transparente. Como consecuencia, la oposición se restó de esa elección presidencial, que a mi juicio fue una elección absolutamente fraudulenta. Cuando la oposición gana la Asamblea Nacional, el régimen tiró del mantel, estableciendo una Asamblea Constituyente para reemplazar a la Asamblea Nacional.
¿Por qué es diferente a lo de hoy? En el 2018 la oposición no participó tras el proceso de República Dominicana y este año, sí, y lo hizo con unidad. ¿Por qué? Porque ahora se lograron establecer mínimas condiciones para la elección, sobre la base del Acuerdo de Barbados [octubre 2023] para tener garantías de un proceso democrático libre y limpio con observadores internacionales. Por este acuerdo, pese a existir una cancha muy desigual, con obstáculos enormes para la oposición, esta decidió participar —lo que habla bien de ella— en vistas a una salida democrática de la crisis. Se organizó, a diferencia del pasado, en torno a una plataforma unitaria. Tras el proceso, buscó preservar la unidad y el resultado es el que conocemos. Y todo indica que ahora ganó de manera sustancial la elección presidencial. Así lo ha dicho, por lo demás, el propio Centro Carter —que fue la única entidad invitada por el régimen venezolano a través de su Consejo Nacional Electoral—, que ahora ha expresado que en la elección de fines de julio no hubo ninguna condición democrática ni se cumplió ningún estándar internacional, y que los datos indican que el vencedor fue Edmundo González, ¡y que no hubo hackeo, como alega el régimen, al tratar de explicar la enorme tardanza en los resultados, entregados, por lo demás, sin ningún acta de votación!
—J.C.B.: ¿Cuál es la base del Centro Carter para su conclusión de que Edmundo González obtuvo la mayoría?
H.M.: Es el análisis de las actas publicadas por la oposición. Recordemos que la metodología electoral en Venezuela es electrónica, pero con constatación de papel, incluso para los propios electores. Entonces se consiguen esos instrumentos y en base a la publicación de ellos —en este caso, más del 84% de todas las actas de votación—, el Centro Carter emite su parecer de que es posible ahora asegurar que triunfó Edmundo González. Por otra parte, debe haber realizado algún tipo de encuesta o muestreo en paralelo.
N.C.: Es importante señalar que en Venezuela no se habla de «observadores electorales», sino de «veedores», como los define la ley. Tuvimos en Venezuela 1.300 invitados en esa calidad. Los integrantes del Centro Carter trabajaron desde junio en el país y observaron que la transparencia, la probidad y las reglas equitativas no estuvieron presentes en el proceso electoral. Observaron que en la instalación del centro y luego en la transmisión en todo el proceso, ex ante y durante, hubo irregularidades de parte del régimen de Maduro. En el informe señalan que detectaron también que mientras se hacía la transmisión desde la sala del Consejo Nacional Electoral, se negó la entrada de testigos de la oposición. Es decir, el Centro Carter fue testigo de la violación de las reglas de la totalización y transmisión de las actas. Y, como señala Heraldo, las actas son la evidencia.
—J.C.B.: Detectar las irregularidades significó, a fin de cuentas, el resultado de una importante capacidad de organización.
N.C.: Sí, es que, en definitiva, esto ha sido un tremendo aprendizaje ciudadano de organización y de inteligencia ciudadana. Finalmente, ese millón de personas que se desplegó en las treinta mil mesas electorales está demostrando que el proceso estuvo absolutamente viciado y que lo que dice el Consejo Nacional Electoral no se condice con lo que, entre otros, el Centro Carter pudo observar en la sala de totalización y en la sala de transmisión. Nos estudiamos la ley, nos estudiamos los procedimientos y vamos a obtener ahora las actas que van a ser verificadoras.
H.M.: De hecho, agregaría que se ha violado la propia ley porque ya venció el plazo para la publicación de las actas de votación. Y eso, de hecho, plantea una pregunta constitucional. Acá, las transgresiones al debido proceso electoral son mayúsculas, como es el que no se haya cumplido con los plazos para la publicación de las actas.
N.C.: Incluso ahora desde la comunidad internacional comenzamos a mirar el 10 de enero, tratando de dar una temporalidad razonable a este conflicto. Es en esa fecha que se supone que debe asumir el nuevo presidente. Sin embargo, ya a la madrugada del día siguiente de la votación Maduro se proclamó. Violó el plazo que se había establecido. La situación es totalmente irregular.
—J.C.B.: En el actual escenario puede darse una resolución interna, ya sea pacífica o violenta. O puede que se resuelva desde fuera, en base a presiones o acciones de otros países. Los invito a posicionarnos en lo interno: la crisis humanitaria ha dejado atrás su peor momento, pero la tensión continúa. ¿Ven posible una resolución pacífica? O, más bien, ¿creen que podría ser violenta?
H.M.: Es necesario buscar una solución pacífica y eso va por el lado de una mediación internacional, como la que ha intentado Brasil conjuntamente con Colombia y, de alguna manera, México. Esto, respaldado por Estados Unidos y por la propia oposición venezolana, que ha visto con buenos ojos estos intentos de mediación, independientemente de las fórmulas que se implementen… ¿Una solución violenta? No veo que tenga cabida, porque implicaría que las Fuerzas Armadas venezolanas tomaran partido a favor de un resultado distinto al fraudulento. Y eso hasta ahora no se percibe porque los militares, y en concreto el general Vladimir Padrino, están alineados con el régimen. Tampoco es deseable que exista una situación violenta. Por cierto, una resolución pacífica va por la vía de algún tipo de negociación.
Mi impresión —y aquí soy pesimista— es que el gobierno ya quemó las naves. No quiere echar marcha atrás. Busca perpetuarse en el poder. Su apuesta es que la actual oposición no va a tener fuerza ni ánimo para una movilización sostenida que lo desestabilice.
En segundo lugar, estima que a América Latina no le importa verdaderamente Venezuela, tras el rompimiento de relaciones con varios países, entre ellos, Chile, apunta a dar una señal de que el continente no les importa.
Tercero, asume que Estados Unidos está muy ocupado en su propio proceso electoral interno y que, además, se ve tensionado por las sanciones por el gas y el petróleo ruso por la invasión a Ucrania, lo cual, por lo demás, ha permitido el regreso del petróleo venezolano a los mercados internacionales.
En cuarto lugar, considera que el régimen puede sobrevivir comerciando con Rusia o China o Irán. Así, su análisis es que sus costos son menores manteniéndose tal como está hoy. Estima que le son superiores los costos de aceptar una transición a un gobierno legítimo, como el de Edmundo González.
—J.C.B.: En ese sentido, ¿está pesimista?
H.M.: Yo estoy más bien pesimista, pese a que creo que hay que persistir en los esfuerzos. La política internacional es muy dinámica. Lo que pasa es que estoy consciente de que para el régimen, mantener lo que hoy existe significa más aislamiento y más crisis humanitaria, y, por cierto; una mayor migración forzada, pero aún así está dispuesto a aceptar todo eso como un costo. Siente que para él son mayores los costos de salir del poder. No le satisfacen las garantías —incluso de inmunidad— que se le han dado, en caso de que deje eventualmente el poder.
La fórmula de repetir las elecciones ha sido rechazada por María Corina Machado y por el segundo al régimen, Diosdado Cabello, y por tanto parece que esa opción no tiene sustento. Si se ha ganado una elección, es un riesgo alto por parte de la oposición repetirla en un escenario en el que probablemente nuevamente habrá condiciones inequitativas, dificultándose que se dé, de nuevo, un resultado contundente, que fue legítimo. Tampoco se ve posible un acuerdo de «cohabitación», como en el modelo francés, y entonces lo único que sería plausible es un convencimiento del régimen de la única salida es una aceptación de lo que ocurrió. Sin embargo, todo puede pasar.
N.C.: Las cifras sobrepasaron los escenarios que proyectaba la oposición para el 28 de julio. Sabíamos que la diferencia estaría entre 25 y 30 puntos, pero, debido a la represión que había, sabíamos si íbamos a lograr el porcentaje de participación que hubo. Pensábamos en un 45% de participación electoral, con unos 18 puntos de diferencia.
Sin embargo, nadie de quienes conocemos el régimen de Maduro podía tener muchas expectativas de que este y el Consejo Nacional Electoral reconocieran el triunfo de Edmundo González. Los escenarios ahora no son simples y así lo habían advertido claramente tanto María Corina Machado como el comando.
Lo que sí ocurrió es que aumentó la participación y entonces el chavismo perdió su base social —observamos lo ocurrido en centros de votación históricos del chavismo, como Petare, por ejemplo—, y hubo una buena dinámica y una buena relación entre las mesas electorales de oposición. Por primera vez reportamos muy bajas incidencias, o sea, conflictos, y por lo tanto nos dimos cuenta de que algo cambió en la dinámica del proceso electoral.
Eso nos hizo suponer que era tan alta la diferencia y tan contundente la evidencia de haber perdido la base social, que tal vez eso podría presionar al régimen y quizás esa transición podría acelerarse. Ese era el escenario del 28 de julio.
Luego de eso, desde la Ciencia Política, manejábamos tres escenarios. Uno es que el régimen actúe como ha sido el caso de Nicaragua, cerrándose y aislándose. Una segunda opción es que se abra a una transición negociada. Una tercera es la tesis de los politólogos venezolanos de que se produzca un quiebre interno, tanto en las bases sociales como en las estructuras de poder. Nosotros decimos que ojalá sea pacífica la presión social, pues tenemos al frente la posibilidad de una rebelión en las Fuerzas Armadas, que creo que nadie quiere, porque rebelión es muerte, es sangre.
—J.C.B.: ¿Cómo aprecia el ambiente interno en Venezuela, actualmente?
N.C.: Hoy en día, observando, yo converso mucho con la gente de Venezuela. Hablo con la gente de la plataforma unitaria que integran los principales partidos de la oposición, y también con otros sectores en Venezuela, sectores gremiales, universitarios o de izquierda, y observo una organización que se está generando internamente contra el régimen. Ahora bien, ¿cuánto tarda eso?… El sábado pasado María Corina Machado ha dicho en un mitin que se está conversando con algunos que han sido históricamente chavistas y que se van a sumar. O sea, están pasando muchísimas cosas que no salen al escenario internacional, como es la unidad de ciertos sectores importantes, académicos, gremiales y políticos, para hacer un llamado a la transición.
También sabemos que de las mil quinientas personas que están detenidas hoy, en una represión brutal, a lo menos cien son disidentes de las Fuerzas Armadas. El sábado pasado hubo cambios en todos los mandos militares. Y pareciera que la tesis de que la evolución se asimilará a lo vivido en Nicaragua está tomando fuerza. Insisto en que la política es tan dinámica que pueden pasar cosas, pero por ahora es claro que la cúpula chavista se ha cerrado en torno a Maduro y ha optado por una represión selectiva y masiva muy fuerte. No da señales de una negociación de la transición
—.J.C.B.: ¿Los demás países tienen un rol que jugar en ese contexto?
N.C.: Sigo pensando en que la comunidad internacional es muy importante. Lo es, porque lo que está viviendo la gente en este momento es miedo, es terror. O sea, yo chateo con las personas que hacen política, con amigos y familias que están en el país, y nosotros nos hemos tenido que cambiar a otras plataformas: la gente tiene que borrar los mensajes. O bien tiene que escribir en ciertos códigos. Tenemos colegas de Chile que fueron a votar allá y que no han podido regresar, están escondidos, no pueden ir al aeropuerto porque están en una lista… Eso es lo que se está viviendo en Venezuela con la policía política en la calle. Entonces, la comunidad internacional está haciendo lo que tiene que hacer, apelando a la dimensión técnica e institucional, que es pedir las actas, aunque sabemos que no solamente no las van a dar, sino que ya están siendo manipuladas por el Tribunal Supremo de Justicia, que hizo un show en el canal nacional, donde ya estaban llevando las cajas sin llamar a los testigos. Están manipulando los votos. Eso ya ha perdido totalmente cualquier criterio de higiene respecto al proceso de una verificación.
¿Cómo sigue esto? Bueno, la oposición sigue actuando en Venezuela. Las conversaciones continúan. Particularmente, soy muy crítica respecto al resultado de las primeras conversaciones de Lula, Petro o el gobierno de México. Y me resulta decepcionante que Lula le pida a la oposición venezolana que considere repetir las elecciones. Con eso, no se respeta la soberanía popular, pues el pueblo venezolano votó y ganó, y tiene las actas y tiene los organismos que han verificado, con la evidencia disponible, esas actas. Y se le pide a la oposición que conviva en estos momentos con unas personas que están atentando contra su vida. Eso es muy difícil. Sin embargo, no significa que no haya una negociación o que se niegue la posibilidad de aceptar una fórmula de transición en diálogo con alguna parte del chavismo. Sin embargo, lo inicialmente planteado por ahora es inviable y no queda tan claro qué es lo que continúa ahora de parte de la comunidad internacional.
H.M.: Siendo más bien escéptico sobre los escenarios futuros, hay que hacer una observación: ningún régimen dictatorial es absolutamente uniforme y hermético. Por algo ocurrió lo que ocurrió el 28 de julio: las horas y horas pasaron para después anunciar un resultado con un decimal, emitiendo cifras y porcentajes inverosímiles. Algo pasó en esas horas. Mi suposición, en términos de política comparada, según lo que uno ha visto en otros escenarios, es que acá tiene que haber producido una discusión al interior del régimen tras los números tan favorables para Edmundo González; una discusión respecto a «qué hacemos, ¿aceptamos estos resultados y vemos cómo seguimos?», o bien «simplemente nos negamos y presentamos resultados que el Consejo Nacional Electoral dicte». Pienso que un sector tal vez estuvo inclinado a aceptar el resultado y que otro, liderado por Diosdado Cabello, debe haber exigido que de ninguna manera se lo aceptara.
Para ponerlo en términos de lo que fue la dictadura en Chile —los duros versus los blandos—, hay allí una contradicción, y esa contradicción posiblemente sigue todavía. No desaparece, aunque se apaga en la medida en que el régimen y Maduro dicen «ganamos, fuimos proclamados; acá hay un intento de golpe». Eso va alineando a los partidarios, también a los partidarios con dudas, o incluso a los que pueden estar dialogando con sectores de la oposición. Entonces, allí puede haber algo, pero nunca hay que descartar las contradicciones que pueden existir en un régimen dictatorial.
—J.C.B.: Posibles fórmulas se han explorado. Se ha hablado de alguna posible intercesión de los países que actualmente apoyan el régimen de Maduro, como Rusia o China, o de Irán o Turquía. ¿Puede ser viable algo así?
H.M.: Probablemente, pueda darse una combinación de opciones. No hay que colocar de manera rígida las alternativas entre buscar una transición u otra en que el régimen acepte los resultados. Puede haber una combinación donde distintos actores tengan distintos papeles. Hay actores que fortalecen la decisión de Maduro y otros que prefieren cambios porque tienen intereses. China es una acreedora importante de Venezuela y en algún momento en el pasado expresó inquietud respecto a si le van a pagar lo adeudado, por lo cual seguramente apoyará una salida razonable con cierta estabilidad. Por otra parte, hay muchos que quieren democracia y respeto a los derechos humanos, sin perjuicio de resguardar sus propios intereses. Para ponerlo en concreto: Colombia anhela una solución porque no quiere afrontar una mayor ola de migración forzada. Y tiene además interés en que prospere la negociación con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), sustentado desde Venezuela. Entonces, aquí hay distintas motivaciones en juego.
De la misma manera, puede haber actores cercanos al régimen que puedan tener una mayor interlocución y capacidad de convencimiento. Es posible que finalmente se idee una salida que resulte insatisfactoria para la oposición que, para ser viable, tampoco le va a gustar al régimen. Así son las salidas democráticas, donde no hay una derrota militar, sino una derrota electoral. Sucedió en Chile, donde ganamos con el papel y un lápiz un plebiscito para derrotar a Pinochet. Controlamos los votos y presionamos. Hubo una transición muy difícil, pero resultó. De ese modo, visualizo que la de Venezuela sea una transición también muy compleja.
«Es posible que finalmente se idee una salida que resulte insatisfactoria para la oposición que, para ser viable, tampoco le va a gustar al régimen. Así son las salidas democráticas» –Heraldo Muñoz.
N.C.: Me sumo completamente al análisis que hace Heraldo. Sin embargo, es difícil proyectarlo en cuanto a cuándo o cómo. Hay muchas variables. Un aspecto importante a considerar es el costo que debe asumir el régimen de Maduro para mantenerse mediante la represión o la violencia. Hay una discusión en Venezuela sobre las modificaciones a las leyes sobre las ONG y sobre las restricciones a las redes sociales. Estamos en el siglo XXI y es difícil controlar la información, si existen WhatsApp, Twitter e Instagram, y supone un cierto grado de ciencia ficción pensar que se va a incomunicar a las personas. Los ocho millones de venezolanos que estamos afuera nos comunicamos con nuestras familias a través de múltiples vías.
Así, igual hemos avanzado y superado obstáculos. Antes, en el régimen y en grupos de izquierda predominaba la imagen y el discurso de que lo que existía era la confrontación de las fuerzas bolivarianas con el imperialismo puro, y que había una oposición ultraderechista. Bueno, eso ya desapareció. Se trata ahora de la lucha por la democracia y sus instituciones. Eso es un avance importante. Hay que dejar que las conversaciones prosigan.
—J.C.B.: Se ha hablado de conversaciones con Estados Unidos por parte del régimen de Maduro.
N.C.: Sí. Sabemos que antes del 28 de julio hubo conversaciones entre Estados Unidos y el oficialismo, donde no participó la oposición: era una caja negra lo que se estaba negociando, pero hemos sabido que entre los temas abordados estaba que los sobrinos de Maduro están detenidos por narcotráfico en Estados Unidos, y se habló de otras situaciones de ese tipo. En tal escenario, hay situaciones que se están dando y creo que hay un chavismo debilitado, y que hay una comunidad internacional atenta y disponible para buscar soluciones, de todo lo cual están conscientes quienes viven en Venezuela.
En el momento de esta conversación, han transcurrido apenas veinte días desde la elección y ha ocurrido mucho. La política es muy vertiginosa. Es difícil estimarlo, pero sí podemos afirmar que una opción de cambio, que hay una organización social activa en Venezuela, que hay un despliegue de estrategias ciudadanas, que hay acción en las organizaciones sociales para enfrentar el cerco mediático, que hay un diálogo con la comunidad internacional y que hay un régimen al que le está costando mucho sostenerse.
—J.C.B.: Mientras se busca alguna resolución de este conflicto, Maduro se queda en el poder. Se prevé una nueva ola migratoria. Se estima que en Chile hay unos setecientos mil y que podrían llegar unos trescientos mil más. ¿Qué se puede hacer a nivel latinoamericano para enfrentar esto?
H.M.: Es altamente especulativo lo que pueda ocurrir. La regulación de la migración es necesaria y la cooperación entre los distintos países de la región se hace absolutamente fundamental. Para Chile, quizás la primera barrera está en las normas que adopten otros países, sobre todo, los más cercanos a Venezuela. Antes de las elecciones de julio, había perspectivas de que hubiese una transición democrática, y muchas venezolanas y venezolanos tenían a la vista el regreso a su tierra. Eso parece frustrado ahora, y agravado con el rompimiento de facto de relaciones diplomáticas que deja en el desamparo a muchos y complica la gestión humanitaria. Es difícil especular acerca de qué va a pasar, aunque es obvio que se va a requerir una solución colectiva, más aun si se trata de una materia de interés global.
Estuve hace algunos días en Estados Unidos y observé la enorme cantidad de venezolanos que hay allá. Al mismo tiempo, Europa continúa recibiendo olas migratorias. Por distintas razones, es un fenómeno con el cual vamos a tener que lidiar y administrarlo de manera ordenada y regular es fundamental. Hay factores de expulsión, como la crisis humanitaria en Venezuela, o de atracción, como la situación más estable en un país como Chile. Estamos frente a una situación que, aún con una regularización o normalización, será compleja. Todos esperamos que la crisis humanitaria en Venezuela no se agrave. Lo esperamos, no solo por la migración a Chile, sino que por las propias consecuencias para la gente.
N.C.: Es difícil proyectar. Ahora bien, ¿qué dice la evidencia académica? Que de estos 7,7 millones de venezolanos, 5,6 millones emigraron desde el 2017, cuando se estaba consolidando Nicolás Maduro. Había ya entonces una percepción en los venezolanos de que la situación empeoraría. Ahora creo que tenemos una esperanza, basada en la posible recuperación del país. Si esto no se concretara, primará la desesperanza, la que uno palpa mucho en los sectores populares, sobre todo cuando se refieren al futuro de sus hijos o a la reunificación de la familia, o a la posibilidad de vivir con respeto y dignidad.
Las encuestas que se hicieron en Venezuela, previas a las elecciones, que trataban de estimar qué pasa si Maduro sigue y la transición no se concreta, son un poco alarmantes. Dicen que entre el 18% y el 20% de los venezolanos pensaría en irse del país. No significa que lo vayan a hacer, pero sí hay una evidencia objetiva ahí. Es decir, se podría pensar en que habrá un número de personas que va incluso a necesitar salir del país.
—J.C.B.: ¿Cómo podría proyectarse eso respecto de Chile?
N.C.: En el caso de Chile, las autoridades hablan de que hay 700 mil venezolanos. Yo creo que en Chile hay más de un millón de venezolanos. Están los 852 mil que están en la Encuesta de Caracterización Económica (CASEN), pero las estimaciones de las organizaciones sociales tienen consignada una cierta cantidad de venezolanos que siguieron ingresando después de que se cerró el empadronamiento y que ahora no se han empadronado. Entonces, está todo lo que significa para el Estado. Ya estamos viendo en Colombia, Ecuador y Chile la anulación de pasaportes, como una medida por parte del régimen. Eso ha generado que el Servicio Nacional de Migraciones ya tenga que emitir resoluciones para flexibilizar criterios y preocuparse del tema de su integración. A esta migración, en definitiva, hay que llamarla por lo que es: una movilidad forzada. Y cuando hablamos de movilidad forzada nos estamos refiriendo a personas que no ingresan regularmente, que no tiene pasaporte vigente, que emplea rutas migratorias clandestinas. El Estado tiene, ante eso, enormes desafíos.
Es sano y necesario, en torno a la discusión de las políticas migratorias, decir con claridad que más personas en movilidad forzada son una tremenda complejidad desde el punto de vista de la política pública y de la integración sociocultural. Sin embargo, no significa necesariamente más crimen organizado y no significa necesariamente caos. Tener en claro eso es importante por la salud colectiva emocional. Se trata de lograr conversar reposadamente y con un poquito más de calma sobre cuáles son las acciones que finalmente tendrán que emprender los Estados. Ojalá, en todo caso, que no lleguemos a situaciones tan complejas y en Venezuela tengamos un proceso de transición adecuado.
«Más personas en movilidad forzada son una tremenda complejidad desde el punto de vista de la política pública y de la integración sociocultural. Sin embargo, no significan necesariamente más crimen organizado y no significa necesariamente caos» –Neida Colmenares.
—J.C.B.: ¿Hay, en el proceso político que ha vivido Venezuela, algo que pueda aprender Chile, a propósito de la calidad de la democracia interna o de las variables que tengamos que cuidar?
H.M.: De Venezuela, es destacable la unidad de la oposición respecto de principios democráticos. Parte de la debilidad democrática y del afianzamiento del régimen dictatorial fue la división de la oposición durante un periodo importante. Algo interesante a tener en consideración para nuestro país es que cuando hay acuerdo respecto de los grandes principios democráticos, como el respeto al Estado de derecho, se obtiene fuerza para defender la democracia. La plataforma unitaria, independientemente de las diferencias, porque incluye diferencias muy significativas, permitió trabajar unidos y con una contundencia que no se había visto en el pasado. Esa es una buena lección para Chile, la de que es necesario, frente a los grandes temas, mantener la unidad. Siempre he sido partidario de que en Chile se llegue a un gran acuerdo social y político, y de alguna manera a un plan social que no mire la próxima elección, sino la próxima década.
Lo otro es el sistema electoral, que es muy interesante en Venezuela eso del voto electrónico con evidencia en papel. Veo, en todo caso, a Chile muy lejos de eso todavía porque estamos anclados en el papel en el sufragio concreto, y dado que tiene muy buen funcionamiento —en cualquier elección, ya a las siete de la tarde conocemos el resultado— es difícil que lo vayamos a cambiar.
—J.C.B.: Y ¿cómo se podrían sintetizar los aprendizajes para la oposición venezolana?
N.C.: Los cambios en el discurso político han conectado muchísimo con los venezolanos. Y allí el papel del liderazgo femenino ha sido fundamental. Y no solo por María Corina Machado. A ella, por cierto, se le observa un liderazgo con una potencia que es comparable al liderazgo que en su momento tuvo Hugo Chávez. En ese tiempo en Venezuela yo cursaba mi pregrado y, aunque nunca fui chavista, yo iba a las manifestaciones a observar. Me interesaba mucho ese proceso. Ya en la Ciencia Política tendremos que conversar más adelante acerca de los liderazgos mesiánicos y lo que lo rodea. En el caso de María Corina, tenemos un liderazgo que ha conectado con un relato distinto y me parece que el rol de las lideresas venezolanas en la conducción de este proceso ha sido destacable. Lo conecto con un informe que hizo Naciones Unidas el año 2019, que es el único que he visto de esa naturaleza, en donde se incorporó una perspectiva de género en el diagnóstico que se hizo en Venezuela respecto a la violación de los derechos humanos. Indicaba cómo experimentaban las mujeres venezolanas la violencia del régimen. En ese informe, ellas, en promedio, hacían filas de ocho a diez horas para obtener la comida. Siendo las mujeres venezolanas las que están a cargo de los cuidados y de las labores de cuidado doméstico, aún en los peores momentos de la crisis, son ellas las que los han vivido más de cerca: están los roles de género tradicionales en relación con los hijos, la comida, la educación, etc. En ese informe quedaban a la vista las vejaciones sufridas por ellas cuando iban a visitar a sus familiares, por todo este anhelo de la reunificación familiar, que ellas personifican. Esto último, por lo demás, fue parte central en la campaña de la oposición.
En segundo lugar, con esa centralidad del vínculo y de la reunificación familiar, que hoy mueve a muchas personas, otro aprendizaje que ha tenido la oposición es que para enfrentar a Maduro se debe lograr organización social. Hay liderazgos políticos, pero un millón de venezolanos organizados para defender las actas, obedece a un aprendizaje social. La oposición ha aprendido a crear base social. Un aprendizaje fue construir una campaña que estaba sobre la base social.