La elaboración del miedo y la contención de los temores requieren una racionalidad responsable y colectiva. Pero también requieren disponerse al futuro con esperanza.
Chile pasa por un momento de incertidumbre. Estamos llevando adelante procesos de decisión importantes a varios niveles. La pandemia no ha dejado de presionar, a pesar de progresar con bastante éxito la vacunación, y esto hace que semanalmente cambien los escenarios públicos y decisiones muy cotidianas de las personas. Se está iniciando una etapa constituyente con pocas claridades, desde la ceremonia de inicio, pasando por el reglamento que ordenará su trabajo, hasta cuál será el resultado de este proceso deliberativo. Finalmente, como si no fuera suficiente, hemos entrado en período de elección de Presidente de la República.
Todas son decisiones relevantes, que requieren modos diversos de enfrentarlas. Lo constituyente requiere la amplitud y calma de los proyectos de larguísimo plazo que consideran varias generaciones y diversidad de grupos. Las elecciones presidenciales afectan el plazo medio y en ellas se requiere poner atención a los “ofertones” populistas en la lucha por el poder. La pandemia —con la nueva variante Delta ya en el país— obliga a planificaciones cortas y a tomar decisiones de bajo costo alternativo. Se suman una economía golpeada, un ambiente enrarecido luego de octubre de 2019, la tensión en la Araucanía, un desempleo que no afloja y clases que no se retoman definitivamente. Son tiempos confusos que tensionan a los ciudadanos. Sobran razones para el temor y la angustia.
¿ESCAPAR O AGREDIR? LAS DINÁMICAS DEL MIEDO
La reacción instintiva ante una amenaza es el miedo. Esta emoción nos dispone con rapidez a responder mediante un ataque o una escapatoria. Pero, cuando la amenaza es incierta y nos alerta ante posibles sucesos futuros, el miedo cobra una forma peculiar que llamamos angustia. Acaso sea esta la emoción que está gobernando nuestro país.
El temor y la angustia suelen alterar las percepciones. El miedo, por una parte, tiende a exagerar las cosas, presenta la amenaza como algo mucho mayor a lo que realmente es. Otra respuesta ante el temor puede ser el pesimismo, que cierra posibilidades de acción porque las evalúa todas como inalcanzables. El pesimismo puede llevar en su extremo también a la parálisis. El temor y la angustia, además, suelen encerrar al sujeto sobre sí mismo en un impulso de protección instintiva, en el cual todos los demás seres humanos se tornan irrelevantes. A menudo también destruyen todo diálogo y descalifican al otro, a quien convierten en enemigo: “Quien no piensa como yo, simplemente no piensa”, dirán.
Socialmente, el temor suele ser difusivo en el grupo. Se transmite de unos a otros —habitualmente en búsqueda de ayuda y de confirmación—, se contagian sus exageraciones y puede llevar al pánico colectivo. Una de las cosas complejas del miedo es que provoca respuestas apuradas e irreflexivas que, repartidas en una multitud, pueden provocar caos y desastres mayores.
En política, lamentablemente, el temor es un mecanismo frecuente para persuadir a las personas de tomar un camino. El modo es relativamente simple: se tuercen las perspectivas para presentar una amenaza a la supervivencia o al bienestar, algo se presenta como un peligro inminente y se genera la sensación de descontrol o incapacidad de defenderse. La conjunción de noticias falsas y medios de comunicación masivos hace que el efecto sea mucho más sencillo de provocar.
Sutilmente, el miedo puede devenir en ira, transformándose en expresión violenta para contrarrestar la amenaza. Socialmente, algo así vemos en el vecino Perú, polarizado en sus últimas elecciones; o en Chile, tras el estallido social. Los grupos sociales opuestos caricaturizan al grupo contrario, exacerban las diferencias, distorsionan el peligro y promueven la reacción agresiva.
RESITUAR LA AMENAZA. LA DINÁMICA DE LA RESPONSABILIDAD.
El miedo es una emoción primaria en el ser humano, una alarma instintiva ante una amenaza. Pero, a diferencia de los demás animales, el ser humano es capaz de superar esas reacciones para elaborar una respuesta razonada. La civilización es una larga historia de esta reacción a los desafíos del entorno, donde la angustia es contenida para despertar la creatividad y la colaboración del grupo.
La vida normalmente presenta peligros —eso es inevitable— pero esto no implica que los riesgos sean insuperables. Es fundamental dimensionar las amenazas, mirarlas con alguna información, objetividad y contrastar los datos. No se trata de negar el peligro, sino de enfrentarlo con realismo, sin agrandarlo ni achicarlo, sino tal como es. No debemos despreciar la dificultad, pero tampoco absolutizarla. Más bien, se trata de situarla correctamente para iniciar el camino de superación. En contrario, el pánico de “arrancar con lo puesto” o del “sálvese quien pueda”, no es sino la antesala del fracaso. Los desafíos más relevantes que delata el miedo deben enfrentarse grupalmente. Pretender escapar de manera individual no solo es asumir de antemano la derrota, sino que fragmenta las fuerzas que podrían sumarse organizadamente para superarlo.
Es imperativo, como generaciones presentes, hacernos responsables del futuro para las generaciones que vendrán. Hemos recibido como encargo un país, fruto de la generosidad, trabajo y esfuerzo de nuestros ancestros. Es nuestra responsabilidad entregar a los siguientes una sociedad enriquecida con nuestro aporte. Dicha responsabilidad excluye el derrotismo, el desánimo y la acción irreflexiva. Excluye, también, la queja sistemática que no reconoce avances ni propone soluciones.
DAR SENTIDO AL TRABAJO. LA DINÁMICA DE LA ESPERANZA
La elaboración del miedo y la contención de los temores requieren una racionalidad responsable y colectiva. Pero también requieren disponerse al futuro con esperanza. No se trata de mero optimismo iluso que solo “mira el lado bueno de las cosas”, negando la dificultad. Esperanza es, más bien, un compromiso activo y paciente a construir un futuro con los demás y no contra ellos: un porvenir trabajado. Esperanza implica un relato que da sentido a lo que nos proponemos y aun a las dificultades que enfrentamos. En ella el trabajo, el cansancio y el sacrificio se hacen misión y trascienden.
¿Hay razones para la esperanza en el presente de Chile? Creemos que sí. Vemos el trabajo largo de conversación nacional que emprendieron las universidades de Chile y Católica. Valoramos los consensos de una derecha que abandona ciertos dogmas conservadores y hace un giro social importante. Nos sorprende una izquierda que presenta programas más moderados de lo que se esperaba. Abre posibilidades contar con una Convención Constituyente, paritaria, que incorpora grupos invisibilizados o fuera de las élites tradicionales. El tono de los primeros debates presidenciales también es auspicioso. Creemos que a la base de una sociedad sostenible —plural y no meramente tolerante— siempre hay un diálogo respetuoso y honesto: respeto que valida a quien piensa distinto, y honestidad que es capaz de descubrir la verdad que haya en el argumento opuesto.
En este sentido, la propuesta para adelante es enfrentar los temores con realismo responsable y cultivar la esperanza con un relato de compromiso, trabajo y la mirada puesta en una convivencia de largo plazo entre ciudadanos que somos diferentes. MSJ
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Fuente: Editorial de Revista Mensaje N° 700, julio de 2021.