Editorial Revista Mensaje N° 701. «Preguntas tras las primarias»

Hace falta mirar el conjunto de tales hechos y analizarlos en profundidad sin falsos temores y sin ideologías que generan estrecheces y fanatismos. Debemos escuchar el sentir de nuestro pueblo y detectar el clamor de los movimientos sociales.

Durante meses nuestra atención estuvo puesta en la Convención Constituyente y, posteriormente, en su proceso de instalación. Esto probablemente influyó en que el proceso de elecciones primarias perdiera protagonismo. Sin embargo, dichos comicios y sus resultados han instalado una serie de preguntas que vale la pena formular y reflexionar, ampliando nuestro horizonte de análisis. Por de pronto, ha quedado claro que muchos de los fenómenos políticos últimos han sido volátiles y han estado acompañados de sentimientos ciudadanos tan diversos que es difícil discernir qué cambios serán más relevantes y permanentes de cara al futuro. Solo como muestra de esa volatilidad, hace pocas semanas los análisis de la derecha se centraban en las acciones y declaraciones de la diputada Pamela Jiles, más tarde en el alcalde Daniel Jadue, y hoy se concentran en el diputado Gabriel Boric. Dicha variabilidad es signo de improvisación de los liderazgos y de falta de procesos institucionales sólidos al interior de los partidos y los pactos, no solo en la izquierda. En este sentido, parece importante atender a los movimientos emocionales que se viven, los que han sido importantes en estas elecciones, pero, a la vez, es fundamental separarlos de movimientos más amplios y profundos, a riesgo de decidir sobre la base de un cúmulo de sentimientos que no es fácil distinguir ni ordenar.

El primer hecho que salta a la vista es que, a pesar de la ausencia formal de la centroizquierda, hubo una relativamente alta participación en estas elecciones. ¿A qué se debió esto? Aunque todavía no tenemos los datos sociodemográficos de los votantes, una hipótesis puede ser que los mayores volvieron a las urnas por el miedo que habría provocado la posibilidad de que salieran elegidos los candidatos de los extremos. También podría ser que los mayores retornaran simplemente porque la amenaza de contagios con Covid habían disminuido. Pensando en la participación juvenil, también se escucha que ella creció y que se trata de generaciones más interesadas en lo político, que quieren recuperar la responsabilidad por el país y su destino. En cualquier caso, debemos decir que el incremento en la participación es una buena noticia, pero es muy relevante, para la legitimidad de los procesos que vienen, desentrañar las razones más profundas de esa participación. Quizás los discursos a favor del cambio o la edad de los candidatos movieron a la juventud a identificarse con ellos.

Ha sido muy notable, tal vez apoyado por la contundencia de los resultados, el que nos encontremos con buenos perdedores. En ambos sectores los menos votados han comprometido su apoyo a los triunfadores. Es una noticia positiva que se recuperen en política las formas de amistad cívica, se respete la palabra empeñada y se acaten las reglas acordadas para el proceso.

EL FACTOR GENERACIONAL

Se ha hablado también de la edad de los triunfadores. Es cierto que en Chile y en otras partes del mundo ha habido candidatos y ganadores tanto o más jóvenes que estos. Pero ¿se trata aquí de una jubilación de la generación sobre 60 años? ¿Se termina de relegar a la intrascendencia histórica a la generación de 50 años, que luchó en la calle por la recuperación de la democracia, pero no le fue permitido gobernar o no tuvo interés en hacerlo? Por una parte, se puede leer aquí un deseo de los votantes por impulsar un cambio generacional, pero habrá que analizar mejor para distinguir en qué dirección irá dicha transformación. Resulta evidente que la ex Concertación no fue capaz de preparar los relevos ni de sostener un vínculo con las generaciones más jóvenes, lo cual vino a reforzar la estrategia despolitizadora y desmovilizadora de la dictadura. Con todo, nos parece claro que estos líderes más jóvenes deberán dejarse acompañar por la experiencia, no para adormecer el impulso transformador, pero sí para aprender de la historia aquellos modos políticos que dejan huella en un país y su futuro, y distinguirlos de aquellos que solo tienen beneficios electorales de corto plazo.

Si es que efectivamente hay un buen incremento de votantes jóvenes, quizás los resultados muestran un cambio de sensibilidad de las nuevas generaciones. ¿Habrá un anhelo de hacer política de una manera distinta donde, efectivamente, no se tomen decisiones entre cuatro paredes sin escuchar a la ciudadanía? ¿Hay un cambio de cultura política, más directa, menos anclada en las matrices ideológicas tradicionales?

Evidentemente, hay mayor consideración por temas de género en sus vertientes feminista y de diversidad sexual. Se suma a ello el regionalismo, como un deseo necesario de concretar durante los próximos años. También la preocupación e interés por la sustentabilidad medioambiental y el respeto a las diversas etnias que componen el país.

Es esencial que estos nuevos temas sean impulsados por medio de prácticas políticas que sean verdaderamente diferentes. Gran parte de la crisis en que nos encontramos se debe a la sensación ciudadana de que el proyecto de democracia, que debía beneficiar a todos, terminó derivando en una oligarquía que privilegió a unos pocos. No quisiéramos que esto se repita. Por ello, el oficio presidencial debe ejercerse de un modo cada vez más transparente, con disposición a ser examinado y revisado por la ciudadanía, tanto en probidad como en cumplimiento de promesas. Es más, aun cuando haya sido elegido con el apoyo de un determinado grupo, los esfuerzos de un presidente deberían orientarse al bien común y no necesariamente a privilegiar a quienes lo votaron.

De las consideraciones precedentes parece también conveniente analizar a fondo el sistema electoral que ha orientado nuestras elecciones. Habría que revisar las circunscripciones que tienen una representatividad que no corresponde a la proporción de habitantes actual, lo que da distinto valor a los votos. Está claro, también, el problema de los llamados “independientes” que pudieron reagruparse en grupos formando un nuevo tipo de “partidos” que no estaban obligados a someterse a la ley de partidos políticos y que se presentaron en la franja electoral. No siempre estaban claras sus ideologías. Es absurda la fragmentación y multiplicidad de partidos que hoy existe, lo que genera dificultades serias en la gobernabilidad. Finalmente, también debe reflexionarse sobre la obligatoriedad del voto.

SILENCIO ANTE LA POBREZA

Podríamos señalar muchos otros temas que han generado malestar en la población y que deben analizarse. Entre ellos, llama la atención el silencio en los debates respecto de la pobreza. Con tristeza estamos viendo cómo la pandemia ha aumentado la pobreza tanto multidimensional como por ingresos. Esto es un desafío enorme, muy concreto y con consecuencias de largo plazo para muchísimas familias. Es decidor también el silencio respecto del impacto que tiene para el futuro de muchos niños, niñas y jóvenes que los colegios y escuelas no reinicien su funcionamiento con algún mínimo de normalidad. Si de verdad la desigualdad es una causa que preocupa, no se ve razón para no poner los mayores esfuerzos en la reapertura del sistema escolar. Todos estos meses sin asistir a clases no son recuperables y solo aumentarán la desigualdad en nuestra sociedad.

Es interesante mirar el fenómeno de la “canonización de la víctima”. A veces, da la impresión de que pertenecer al grupo de los injustamente perjudicados otorga estatura moral o permiso para levantarse como juez de la historia. En otras ocasiones, los hechos biográficos no escogidos libremente por un candidato parecen ser condición necesaria para ser autoridad. Es importante puntualizar que cuando se trata de restablecer la justicia, la experiencia de la víctima debe ser central, pero en los ámbitos en que somos conciudadanos las opiniones deben discutirse en igualdad de condiciones. Sin embargo, este fenómeno puede indicar que, aunque de la condición de víctima no se sigue la capacidad para gobernar bien, parece ser que para los ciudadanos es importante creer que quien los conduzca, al menos, tendrá la capacidad de empatizar con sus dolores para así comprenderlos mejor.

Finalmente, revisando los últimos cincuenta años, vemos con preocupación que aún no se ha procesado el trauma del golpe de Estado. Ya sea por el deseo de enterrar a Pinochet o de rescatar a Allende, los análisis y las discusiones continúan trayendo a colación el esquema dictadura versus gobierno de la Unidad Popular. Estos son signos de dolores enormes transmitidos de una generación a otra que nos impiden mirar hacia adelante. ¿Qué podemos hacer para superar ese momento histórico? ¿Cómo integrar los aprendizajes necesarios para que esto no se repita y podamos transformarnos así en un país más maduro? ¿Será posible llegar a ser un país realmente fraterno?

Hemos señalado diversos hechos y reacciones que denotan una enorme efervescencia social. Como nunca, hace falta mirar el conjunto de tales hechos y analizarlos en profundidad sin falsos temores y sin ideologías que generan estrecheces y fanatismos. Debemos escuchar el sentir de nuestro pueblo y detectar el clamor de los movimientos sociales. Se nos ofrece hoy, mientras elaboramos una Constitución, una gran oportunidad y Mensaje desea contribuir a esta amplia y profunda reflexión. MSJ

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Fuente: Editorial de Revista Mensaje N° 701, agosto de 2021.

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