Editorial Revista Mensaje N° 708. «La democracia entre la legitimidad y la calidad»

¿Deberá el político simplemente votar conforme a los deseos inmediatos de sus votantes? Ciertamente, no. Para eso, no necesitaríamos un Congreso, sino que bastaría con recurrir a un sistema de encuestas.

No cabe duda de que el actual proceso constituyente se origina, en buena parte, por el problema de legitimidad democrática de la actual Constitución. Al comprender la democracia como el gobierno que el pueblo ejerce sobre sí mismo, evidentemente tanto el momento político en que fue escrita como el mecanismo utilizado en su redacción hacen que ella haya tenido una legitimidad muy baja desde el principio. Eso ha perdurado a pesar de las sucesivas reformas que se le hicieron.

En el ideal democrático de las pequeñas polis griegas, quizá fuera posible que todos los ciudadanos —haciendo a un lado a los esclavos y las mujeres— participaran en el proceso de decisión. Esto no es posible en las sociedades modernas, pese a que la tecnología hoy permitiría recoger la opinión de prácticamente la totalidad de la ciudadanía ante preguntas simples, en una forma de democracia directa, como al aprobar o no un borrador de Constitución. Pero, por lo general, no es posible para todos los ciudadanos entrar en profundidad en la multiplicidad de temas sobre los cuales es necesario decidir. Entonces, la legitimidad ideal —que todos opinen sobre todo— redundaría en una pobre calidad de decisión.

Dada esta dificultad, parece adecuado, entonces, pedir a un grupo reducido de ciudadanos que se dedique a la labor de tomar decisiones en nombre de todos, con dedicación y profundidad. La pregunta es si el mecanismo para elegir a los representantes logra convocar a las personas adecuadas. Por una parte, se pide que sean buenos representantes de los diversos grupos sociales con sus intereses y necesidades y, por otra, que tengan la formación y capacidad para tomar decisiones complejas. Esto puede mejorar la calidad de las decisiones, sin duda, aunque quizá afecte la legitimidad en vista de que la decisión queda en manos de unos pocos.

Una buena decisión supone contar con una información amplia y profunda que permita abordar los elementos que componen las alternativas a escoger, el análisis de casos, el estudio de experiencias similares, la previsión de posibles consecuencias para diversos grupos. A la información se la deberá acompañar de un buen proceso deliberativo, en el cual se debatan perspectivas, se escuchen opiniones y, en buenas cuentas, se sopesen los distintos elementos involucrados. Finalmente, en no pocas ocasiones, quienes decidan, habiendo considerado los intereses o necesidades de sus electores o del grupo que representan, tendrán que tomar una decisión en conciencia para alcanzar el bien común que, con frecuencia, va más allá de los deseos de sus votantes. Ese es el principio de la democracia representativa. La democracia directa hoy, sin embargo, puede utilizarse en decisiones más sencillas y con pocas alternativas, pero requerirá que sea acompañada de procesos de información y debate suficientes. Esperamos que así sea para el plebiscito para aprobar el borrador de nueva Constitución.

POR QUÉ IMPORTAN LOS PARTIDOS

En el actual proceso constituyente se permitió la incorporación de convencionales independientes, además de participantes de movimientos sociales. Estos miembros tienen la virtud de visibilizar causas de grupos demográficos o territoriales bien definidos y, a la vez, estar aparentemente libres de presiones partidistas, maquinarias electorales o pagos de favores que han corrompido a la política los últimos años. Sin embargo, estos grupos no están exentos de problemas. Primero, a nivel más ideológico, cuesta distinguir cuál sea su propuesta de bien común en un sentido más amplio que el solo diagnóstico de las causas. Los partidos políticos tienen propuestas en diversidad de temas, conformando proyectos sociales relativamente articulados y coherentes. Un segundo aspecto tiene relación con la rendición de cuentas, porque tanto miembros independientes como participantes de movimientos, tienen un vínculo poco estructurado, debilitándose su deber de transparentar sus decisiones o conductas. Los partidos políticos, así como detentan ciertos derechos, también son titulares de deberes, por ejemplo, de transparencia electoral interna o claridad financiera, así como poseen comités de ética o tribunales de disciplina. Es más difícil que el miembro de un partido político busque meramente su propio interés, por mucho que quiera ser reelegido para seguir detentando su cuota de poder. Finalmente, sin ser exhaustivos, con independientes y movimientos se hace más compleja la construcción de mayorías estables. Si bien son posibles las alianzas y las negociaciones para votaciones particulares, se dificulta contar con un conglomerado estable que empuje un proyecto social por largo tiempo.

FORMAR NUEVAS GENERACIONES POLÍTICAS

Para alcanzar calidad de democracia, con buenas decisiones, se hace más necesario que nunca la formación de nuevas generaciones políticas. En esta tarea los partidos políticos no han tenido buenos resultados las últimas décadas y, sin embargo, son fundamentales. El proceso de formación interno debería darles un sólido sustento filosófico que permita abordar problemas con claridad valórica y consistencia ética. Ojalá puedan contar con profesionales que les den perspectivas científicas y sociales, jurídicas psicológicas, para poner al servicio de la decisión común. Ojalá sepan de comunicaciones y liderazgo para transmitir sus ideas a amplios grupos. En fin, necesitamos que los partidos puedan entusiasmar a los jóvenes con una vocación de servicio generoso a su país, proponiéndoles un modo de vida centrado en el bien de todos, más que en el bien particular. Esa es la vocación del político.

Pero ¿deberá el político simplemente votar conforme a los deseos inmediatos de sus votantes? Ciertamente, no. Para eso, no necesitaríamos un Congreso, sino que bastaría con recurrir a un sistema de encuestas. Al político se le pide entrar en la complejidad de las cosas, viendo consecuencias de corto y largo plazo, atendiendo al impacto en diversos grupos sociales, sentando bases para desarrollos futuros del país. Lamentablemente, en el último ciclo político hemos visto poco de eso. Más bien parece que el pragmatismo político, la finalidad de contar simplemente con apoyos necesarios para alcanzar el poder, ha llevado a impulsar propuestas cortoplacistas que responden al deseo inmediato de la población. Necesitamos más responsabilidad de los políticos y calidad en el debate.

Ojalá los partidos políticos salieran a formar gente a las diferentes regiones del país, incorporando las diversidades al interior de sus conglomerados. Pero también estas futuras generaciones de políticos deberían tomar contacto directo y afectivo con las diferentes realidades del país, conocer los anhelos y dolores, las esperanzas y alegrías de nuestro pueblo. Solo desde ahí puede surgir la empatía y la posibilidad de diálogo que requiere un buen político. Esa experiencia diversa dará legitimidad a sus decisiones. Mientras más amplios sean sus vínculos, será más probable que sus decisiones apunten al bien común y no solo a los intereses de un grupo pequeño, puesto que al final “donde está tu riqueza, ahí está tu corazón”. MSJ

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Fuente: Editorial de Revista Mensaje N° 708, mayo de 2022.

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