La sensibilidad ética y moral nos llama a plantear la solidaridad como un eje, tanto en lo valórico como en lo pragmático.
Hablar de solidaridad en el Chile de hoy, en que cada uno vive en su metro cuadrado e impera la lógica de que el esfuerzo individual es la única herramienta que garantiza bienestar y seguridad, resulta anacrónico. Es interesante, a propósito, ver la etimología de la palabra solidaridad, que proviene del latín soliditas, que expresa la realidad homogénea de algo físicamente entero, unido, compacto, cuyas partes integrantes son de igual naturaleza. En el diccionario de la Real Academia Española aparece definida solidaridad como una adhesión circunstancial a la causa o empresa de otros y sinónimo de participación, apoyo, compañerismo, camaradería, fraternidad, respaldo, adhesión, fidelidad, unión, entre otros.
En Chile, la solidaridad aparece como una realidad tangible, por lo general, en aquellas situaciones circunstanciales dadas por crisis económicas, socio-culturales, económicas o de catástrofes: pareciera, sin ironizar, que nuestra sensibilidad por los otros, en estados de vulnerabilidad, aparece en medio de situaciones graves pero acompañada de un alto impacto comunicacional, con la que no existe otra reacción que dar, entregar o donar. Un acto de caridad insondable y con un sentido moral profundo.
En Chile, la solidaridad aparece como una realidad tangible, por lo general, en aquellas situaciones circunstanciales dadas por crisis económicas, socio culturales, económicas o de catástrofes
Parece ser que, tomarnos muy en serio los seres humanos e, incluso, no tomar nada más en serio que el cómo es cada persona y cada ser humano, es el principio de una sensibilidad solidaria, que insta a una mirada más profunda en lo moral. Pero resta mucha seriedad, cuando al mirar las estructuras que sostienen los enclaves de injusticia, fuente de buena parte de inmoralidad, nos quedamos atentos a la acción de otros: políticos, empresarios, instituciones o el Estado; por ejemplo: ¿Qué más debiera ocurrir para transformar nuestro sistema de pensiones, para nuestros abuelos e, incluso, para quienes, por un sentido solidario intergeneracional, viviremos con pensiones indignas? Es hora de avanzar más allá de una solidaridad eventual frente a una catástrofe de la naturaleza o crisis sociales y pensar más en el bien común, por medio de una solidaridad estructural reflejada en una reforma al sistema de pensiones o al establecimiento de un sistema nacional de cuidados.
Desde mirar a una sociedad compleja, también miramos nuestros espacios más específicos, nuestra familia, nuestras escuelas o nuestros espacios laborales. Por ejemplo, nos encontramos con situaciones de una gestión vertical, sin participación ni colaboración, situaciones de discriminación y violencia de género, o con una competitividad permanente por tener la mejor nota, por ser el mejor profesional, todo producto de un disciplinamiento del éxito; el éxito es la forma de vivir, olvidando incluso nuestra propia humanidad. Nuestros espacios más pequeños y, sobre todo, nuestras escuelas, se vuelven el espejo de una sociedad sin solidaridad y, en el silencio, en el olvido, caemos fácilmente en la indiferencia. Y somos cómplices.
Por esta razón, para creer en un Chile solidario, es necesario plantearnos el tema de educar en la solidaridad y desde sus estructuras; ¿cómo no pensar en nuestros niños, niñas y adolescentes (NNA) que se forman en nuestras escuelas y que muchas veces crecen en espacios en que situaciones como las descritas son frecuentes y normalizadas?
Para problemas complejos, necesitamos respuestas que atiendan la complejidad del tejido social. Nadie puede estar solo en la tarea de educar y formar en solidaridad, debemos asumirlo colegiada y colaborativamente, pensando desde un nosotros. Es necesario educar en la solidaridad, en una imaginación ética que permita integralmente cuidar la humanidad de cada NNA en aprendizajes que respeten la individualidad para construir el nosotros anhelado.
El proyecto de ley sobre Convivencia, Buen Trato y Bienestar de las Comunidades Educativas impulsado por el gobierno, puede ser un buen comienzo para dialogar, discutir y proyectar nuestras escuelas como espacios de participación, de colaboración y de creación conjunta de un modelo de sociedad que nos haga sentir y soñar con una paz más duradera. Necesitamos pensar cómo educar en la solidaridad; necesitamos seguir mirando nuestras escuelas como espacios donde se piensa la sociedad que se quiere, y no una escuela como espejo de la sociedad que, a veces, sufrimos.
Una manera de abordar la temática, y es la que proponemos en esta columna, es educar desde la escuela en la solidaridad, es decir, educar en el compañerismo, en la unidad, en la sana convivencia y, por qué no, en la fraternidad. Creemos que en la implementación de los Objetivos de Aprendizaje Transversales (OAT) dentro de las asignaturas, por medio de un currículum integrado más que agregado, existe una oportunidad para educar en la solidaridad a las nuevas generaciones, desde acciones bien concretas que permitan a las escuelas vincularse con la comunidad y el medio social desde una sana convivencia. Claramente, cada espacio educativo, cada escuela deberá evaluar y construir desde sus prácticas de gestión, administración y al interior del aula, cómo y cuáles son las acciones que estructuralmente educan para ser solidarios. La sensibilidad ética y moral nos llama a plantear la solidaridad como un eje, tanto en lo valórico como en lo pragmático.
* Los autores de este artículo son académicos de la Escuela de Artes y Humanidades de la Facultad de Educación Universidad Católica Silva Henríquez / Imagen: Pexels.