El Adviento, o la interpretación de la historia

La interpretación de la historia, del tiempo y de los acontecimientos debe realizarse desde el dispositivo del Adviento.

La interpretación es algo que nos define como seres humanos. Siempre interpretamos: un sonido, un aroma, los gestos, el clima. Somos animales que interpretamos. No solo se interpretan textos o unidades literarias, sino que todo es susceptible de interpretar, comprender y significar. Interpretar es un significante interesante: inter (entre) y un par de prefijos y sufijos: pret y tatio, es el conocer entre las cosas, es el adentrar en el medio de las cosas. El espacio del medio de un espacio dinámico porque nos moviliza, abre una grieta, establece unas trayectorias. Así, la interpretación no es pasiva, sino que es dinámica y produce efectos, una suerte de performance.

Interpretar es un significante interesante: inter (entre) y un par de prefijos y sufijos: pret y tatio, es el conocer entre las cosas, es el adentrar en el medio de las cosas.

Diana Taylor es una teórica que ha trabajado preferentemente los estudios de la performance, es decir, de qué significado tienen los movimientos y la producción de epistemologías corporales, discursivas, artísticas, políticas o culturales. Algo se genera en nuestros comportamientos. Y si la interpretación es, también, un gesto de la producción de pensamiento y aspectos de lo concreto, en la interpretación también se va desplegando nuestro modo de entender el mundo, de construirlo, de representarlo y representárnoslo y de mirar la historia.

Estamos a poco de comenzar otro Adviento. Este tiempo litúrgico no es solo las cuatro semanas previas a la Navidad, sino que es una condición radical del cristianismo. Digo radical por el sentido de raíz (radis), en cuanto el cristianismo anuncia al Dios que adviene, que viene, que viene en los signos de los tiempos, que viene en Jesucristo, que viene en las promesas del futuro, que se nos anticipa, que camina con nosotros y nosotras y que nos promete el cielo y la tierra nueva donde no hay muerte ni lágrimas (Ap 21,4-5). Aquí me gusta recordar lo que Gaudium et Spes 39 dijo sobre el comportamiento humano y creyente con respecto al fin del tiempo:

“ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano (…) no obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo”.

La interpretación de la historia, del tiempo y de los acontecimientos debe realizarse desde el dispositivo del Adviento. Hay algo que se activa en la interpretación y en la comprensión de lo que nos ocurre. Ahí aparece la performance, la producción de una actitud, de un conocimiento, de unos modos. Eso es lo que dice Gaudium et Spes cuando habla del “avivar” la preocupación por la perfección de la tierra. No es que el Vaticano II deje de lado la acción divina ni que se desconozca la primacía de la obra de Dios, sino que nosotros y nosotras también participamos de esa anticipación.

Hoy se está hablando de la irrupción de una nueva gran guerra. Hay conflictos por allá y por acá. Las sensaciones de inseguridad aumentan. Parece que todo está colapsando. ¿Qué queda? Volver a mirar el Adviento en toda su potencia de interpretación de la historia. Ahí hay una fuerza de transformación.


Imagen: Pexels.

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