El ascenso de la intolerancia: Resistencia y conflicto en las calles de Inglaterra

Para la gran mayoría de ciudadanos y residentes de larga data en el Reino Unido estos disturbios han sido una catástrofe de identidad.

Las recientes manifestaciones de la extrema derecha en Inglaterra, particularmente de la Liga de Defensa Inglesa, encabezada por Stephen Yaxley-Lennon, también conocido como Tommy Robinson, han encendido un debate crucial sobre la naturaleza del odio y la xenofobia en el país. Estos movimientos, impulsados por la retórica nacionalista y antiinmigrante, se han intensificado tras un trágico incidente en Southport, en el noroeste de Inglaterra. Un ataque contra tres niñas en esa localidad fue el punto de partida para una ola de desinformación que rápidamente se propagó, alimentando el resentimiento y la violencia racial.

La narrativa que emergió en las redes sociales y medios sensacionalistas fue que el sospechoso del ataque, un joven de 17 años, era un inmigrante sin documentación y, además, de religión musulmana. Sin embargo, los hechos contradicen esta versión: el sospechoso nació en Cardiff, la capital de Gales, y sus padres son originarios de Ruanda, un país mayoritariamente católico, donde solo el 2% de la población profesa el islam. Esta discrepancia entre la realidad y la percepción es un reflejo inquietante de cómo la información errónea puede utilizarse para manipular y radicalizar a sectores vulnerables de la sociedad.

En respuesta a este evento y a la narrativa distorsionada que lo rodeó, grupos de extrema derecha han tomado las calles en varias ciudades inglesas desde los primeros días de agosto. Hull, Liverpool, Bristol, Belfast, y otras localidades, han sido testigos de ataques violentos perpetrados por estos grupos contra comercios, hogares y centros de migrantes. Las víctimas, seleccionadas por el simple hecho de su color de piel o su aparente origen extranjero, han sido objeto de una violencia que no solo busca excluirlas del espacio público, sino también anular su derecho a existir en el tejido social inglés.

Sostenemos, en esta columna, que la naturaleza de la extrema derecha, particularmente en su manifestación más violenta, se basa en la devaluación personal o colectiva de aquellos que percibe como “el otro”. Su discurso, centrado en la exclusión y la segregación, busca establecer una hegemonía cultural dentro de la sociedad civil. La estrategia no es simplemente marginar a los grupos minoritarios, sino también crear una “situación revolucionaria” que legitime su presencia y acción en la esfera pública.

Esta táctica se evidencia en las “situaciones de presencia” que estos grupos crean: actos de violencia organizados, manifestaciones masivas y la ocupación de espacios simbólicos en la vida cotidiana. A través de estos métodos, intentan redefinir el sentido común y el orden social en un esfuerzo por imponer su ideología extremista. Mientras tanto, el gobierno laborista ha intentado, sin mucho éxito, contener esta marea de odio incrementando la presencia policial en las calles. Sin embargo, los resultados han sido limitados, y en muchos casos, la violencia ha superado la capacidad de respuesta de las autoridades.

Frente a esta ola de intolerancia, la sociedad civil ha comenzado a organizarse en respuesta. En varias ciudades, jóvenes punk, grupos antirracistas, organizaciones de izquierda y colectivos de migrantes han unido fuerzas para enfrentar a la extrema derecha. Estos actos de resistencia han demostrado que, aunque la violencia y el odio pueden encontrar eco en ciertos sectores, también existe una voluntad firme de defender la diversidad y la inclusión.

Un ejemplo notable de esta resistencia ocurrió este miércoles, cuando la extrema derecha convocó a cien manifestaciones simultáneas en todo el país con el objetivo de atacar centros de migrantes, mezquitas y otros espacios culturales. En respuesta, se llevaron a cabo manifestaciones masivas en defensa de estos lugares, siendo la más significativa en Londres. Esta movilización no solo envió un mensaje claro de rechazo a la violencia, sino que también evidenció la capacidad de la sociedad civil para organizarse y actuar frente a la amenaza del extremismo.

Estos eventos en Inglaterra no son solo un reflejo de las tensiones locales, sino también parte de una tendencia más amplia que se observa en varios países de Europa y más allá. El auge de la extrema derecha, alimentado por la xenofobia y el miedo al otro, es un fenómeno que desafía los valores fundamentales de las democracias modernas. La batalla no es solo por el control de las calles, sino por el alma misma de la sociedad.

Para la gran mayoría de ciudadanos y residentes de larga data en el Reino Unido estos disturbios han sido una catástrofe de identidad. Al contrario de lo que ocurre en Francia, España, Italia y otros países del continente, los valores liberales han llevado siempre a los ingleses, galeses, escoceses e irlandeses del norte a convivir con las diferencias. Para los herederos del último “imperio donde nunca se pone el sol”, la vida cotidiana en el Reino Unido implica saludar al vecino nigeriano cada mañana, almorzar con platos de inspiración bangladeshi o jamaiquina, ir al dentista yemeni, asistir a clases de danza palestina y terminar en casa tomando un café egipcio y viendo las noticias donde hablan ministros y miembros del parlamento de origen indio. La religión apenas matiza el origen geográfico, con musulmanes, budistas, judíos y muchos otros en altas posiciones de la élite gobernante sin que a casi nadie le interese demasiado. Sea por una tolerancia natural en la forma de vivir y conectarse con los demás, o bien por pragmatismo capitalista para aprovechar todas las oportunidades comerciales sin importar su origen, la vida en el Reino Unido está íntimamente ligada a la aceptación de las diferencias. Una enorme mayoría de ingleses no responde al “carácter nacional” (machacado por la extrema derecha), esa definición vacía de la identidad británica, sino a la diversidad con la que viven el día a día.

Sea por una tolerancia natural en la forma de vivir y conectarse con los demás, o bien por pragmatismo capitalista para aprovechar todas las oportunidades comerciales sin importar su origen, la vida en el Reino Unido está íntimamente ligada a la aceptación de las diferencias.

Por esto es incomprensible para la mayor parte de la población que existan grupos violentos que intentan agredir mezquitas y personas vestidas al uso de sus países. A algunos el islam les da miedo. Por ignorancia o manipulación de políticos y medios poco profesionales, el velo de algunas mujeres musulmanas, las pobladas barbas de algunos hombres y el discurso espiritual de muchos comienza a interpretarse como un ataque al carácter nacional, como si la identidad fuera algo definido y estable. Inmigración e islam son presentados al público por la derecha tradicional y por otros sectores con mucha ambición de poder y pocos principios, como una invasión o un intento de reemplazar los tradicionales valores británicos. Es un discurso simplista, de etiquetas fáciles, y de una ignorancia culpable y superficial.

El 2 de agosto de 2024 por la tarde, unos cincuenta manifestantes se reunieron frente a la Abdullah Quilliam Society en Liverpool, primera mezquita de Inglaterra, con el evidente propósito de atacar el edificio y las personas que lo defendían. La tensión subió cuando también se hizo presente una contra-manifestación de unas 400 personas en defensa de los musulmanes e inmigrantes. En ese clima caldeado por insultos y amenazas, bajo el traqueteo de los helicópteros y sirenas de la policía, el imam Adam Kelwick, de 35 años, decidió no esconderse y dar la cara. Con sus asistentes preparó hamburguesas y bebidas para todos y hacia las diez de la noche salió a la calle a hablar con la gente cara a cara. Los primeros manifestantes lo ignoraron, como si no existiera. Pero luego algunos aceptaron la comida y se entablaron conversaciones donde ambas partes daban voz a sus preocupaciones. El imam invitó a los manifestantes a pasar a la mezquita y comprobar que no había ni armas ni bombas. Surgieron las sonrisas, los abrazos. El miedo cedió paso a la comunicación1.

Actitudes como la de Kelwick deberían ser la norma en todas las relaciones sociales. No dejemos que algunos políticos sin principios y manipuladores anónimos nos quiten la oportunidad de ahogar el miedo en un océano de comprensión y racionalidad.

1 “The imam who reached out to rioters – podcast”, en The Guardian, presentado por Helen Pidd, 7 de agosto 2024 (https://www.theguardian.com/news/audio/2024/aug/07/the-imam-who-reached-out-to-rioters-podcast).


Imagen: Pexels.

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