En esta adversidad que vivimos, la solidaridad, la corresponsabilidad, la ayuda mutua, la organización, son el camino para la vida, para abrir el cielo, y hacer que Dios se complazca de sus hijos.
Jesús se hace bautizar por Juan Bautista. El de Juan, era un bautismo de conversión. Jesús no era pecador, no necesitaba conversión, pero como cordero de Dios, lleva a la humanidad pecadora en su corazón. Su yo más profundo es el «nosotros», porque es el hijo que nos hermana en su corazón, por eso, cuando se confiesa y bautiza ante Juan, carga con nuestros pecados. Es su modo existencial «ser hijo de Dios y hermano de la humanidad». Este acto de amor le complace a Dios Padre y el cielo se abre, se derrama el Espíritu, y la voz del Padre nos dice «este es mi hijo amado, mi predilecto».
Llevarnos unos a los otros en el corazón, apoyarnos mutuamente, es la manera de ser hoy, sacramento de Jesús, señal visible de su presencia. En esta adversidad que vivimos, la solidaridad, la corresponsabilidad, la ayuda mutua, la organización, son el camino para la vida, para abrir el cielo, y hacer que Dios se complazca de sus hijos. Solos, no podemos.
Volvamos a las fuentes de nuestro bautismo y tomemos conciencia de la fuerza liberadora de reconocernos hijos y hermanos en Cristo. Solo así podremos vencer las fuerzas del mal, que corrompen, dividen y fragmentan los esfuerzos a favor de la vida, la dignidad, el bien común y la fraternidad.
Sagrado corazón de Jesús, en vos confío.
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Fuente: https://revistasic.gumilla.org