El cristianismo busca su adjetivo

¿Cuál es el adjetivo que pudiera hacerlo comprensible en tiempos de una pandemia que hace imaginar nada menos que en el término de la especie?

Busco un adjetivo para el sustantivo “cristianismo”. De tantos cristianismos posibles, a lo largo de dos mil años, ¿qué es hoy el cristianismo?

Este, además de ser una religión, es una razón de ser de la humanidad, entre otras muchas posibles. Es una que tiene la pretensión de articular fe y razón. No es mera fe. Es fe en un Dios que obliga a la razón operar como amor por el ser humano.

A los cristianos en todas las épocas les es imperioso dar a entender con palabras y con obras qué entienden por cristianismo, a riesgo de traicionar precisamente su razón de ser. ¿Cuál es el adjetivo que pudiera hacerlo comprensible en tiempos de una pandemia que hace imaginar nada menos que en el término de la especie?

Hoy se ensaya un cristianismo virtual. ¿Es este un buen adjetivo? Los contactos están vedados. No podemos contagiarnos. En su defecto, los cristianos se contactan mediante misas y oraciones virtuales. Pero mientras no puedan tocarse, hablar cara a cara y comulgar con una hostia verdadera, estos encuentros en alguna medida carecen de la participación que el Concilio Vaticano II quiso que tuviera la liturgia.

Esto mismo da pie para hablar de un cristianismo pendiente. Mientras el cristianismo sea solo virtual, algo fundamental faltará. La eucaristía está incompleta mientras haya hambre en el mundo. Pues allí está el personal de la salud que da de comer a los enfermos en la boca, a sabiendas que un estornudo puede llevarle a la tumba. Es comprensible que en los servidos públicos haya cristianos que no quieran arriesgarse. Tendrán buenas razones para excusarse. El cristianismo es cosa de testigos y no necesariamente de mártires, pero quienes ofrecen su vida para alimentar y cuidar a los demás, crean o no en Dios, le indican a los cristianos, y no solo a los cristianos, por dónde seguir. Pendiente es un buen adjetivo, pero es insuficiente porque ya ahora hay cristianas y cristianos que no temen el martirio.

Los cristianos mártires recuerdan, a la vez, un cristianismo catacúmbico. En su tiempo hubo algunos que escapaban de las persecuciones del Imperio romano escondiéndose en las catacumbas. Es obvio que los cristianos, al igual que los ateos y los agnósticos, están hoy fondeados por temor a enfermarse y por no enfermar a los demás. Se los manda la ley y se lo piden sus autoridades religiosas. Se someten a lo mandado. Es lo que hay que hacer y solo una verdadera emergencia puede autorizar su incumplimiento.

Pues bien, por esta misma razón esta norma no siempre se cumple. También se da un cristianismo a escondidas. En los sectores pobres hay personas y comunidades que ofrecen comida a gente con hambre, reparten canastas, compran balones de gas a los abuelos, se las rebuscan para llevar remedios a los enfermos. Estos cristianos corren el riesgo de que les pasen una multa. Es decir, el adjetivo catacúmbico tampoco sirve del todo. Abre la puerta a la posibilidad de no cumplir mandatos pero, una vez abierta, puede olvidar cerrarla.

En cuanto transgresivo, este cristianismo es también aguerrido, viril. Se atreve a desoír una norma con tal de ser fiel a la justicia y a la caridad. Pero viril, sabemos, es una palabra ambigua. Mejor dejarla de lado porque suma en favor del catolicismo eclesiástico que pone a las mujeres a jugar en segunda división. Viril proviene del latín vir que significa varón, y que se asocia con una raíz indoeuropea, wiro, que denomina a un hombre fuerte. Conviene prescindir de este adjetivo porque el cristianismo recién descrito tiene que ver con las enfermeras y las auxiliares, mujeres que hacen lo que hacen por amor y no solo porque se trata de su trabajo.

El ícono del cristianismo en la actualidad son estas mujeres y otras más, católicas, evangélicas, creyentes o no creyentes que, con trabajo o cesantes, han parado una olla común y, con máscaras y guantes, hacen turnos para cocinar, todo para devolver la mano a quien alguna vez hizo otro tanto por ellas. Devuelven la mano a alguien de quien quizás nunca supieron su nombre.

El cristianismo no tiene adjetivo. No tiene nombre ni apellidos. Se llama como se llaman las personas que hacen que la humanidad ame a la humanidad.

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Fuente: https://jorgecostadoat.cl/wp

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