El Dios que nos hace soñar

Con los sueños nos vinculamos con la diferencia, con la distancia, con lo totalmente otro.

Quisiera proponerles que hablemos de los sueños, ese espacio nocturno en donde se abre una puerta a otra espacialidad, a otro tiempo. Los sueños nos sobresaltan: una pesadilla nos hace gritar o hace que el corazón lata más fuerte de lo normal. Un sueño premonitorio nos activa una suerte de dimensión profética. Un sueño con nuestros muertos nos vincula con el pasado en donde está el país de la infancia, el «país de la ausencia [el] extraño país»1, como lo llamó Gabriela Mistral.

Los sueños son también espacios de lo diurno. Soñamos despiertos, queremos mirar el futuro, nos anticipamos a lo que todavía no llega. Como dice la antropóloga francesa Michèle Petit: «Las fantasías diurnas, los sueños, las historias que nos contamos son el Yellowstone de la psique, una respiración vital. Allí elaboramos juegos, puestas en escena, relatos, o bien inventamos objetos que nos procuran esa completitud que la realidad nos frustra»2.

Los sueños nos activan las preguntas hasta el punto de que Freud reconoció en los sueños una fuente primordial, casi fundacional, para captar el mundo psíquico de los seres humanos.

El filósofo Walter Benjamin, en unas notas a propósito del lenguaje del sueño y escritas hacia 1930, dice: «El lenguaje del sueño no está en las palabras, sino bajo ellas (…) el sentido se esconde dentro del lenguaje de los sueños, a la manera en que lo hace una figura dentro de un dibujo misterioso»3. El sueño, con ello, tiene un fondo misterioso, un lenguaje que no nos es fácilmente accesible, porque se nos va perdiendo en la profundidad de la noche. Como dice el psicólogo Erich Fromm, el sueño es el «lenguaje olvidado»4 que está en vínculo con los mitos originarios de las comunidades humanas. Está en el fondo de la vida misma.

La psicoanalista Constanza Michelson dice que los sueños tienen una función expansiva o de ensanchamiento: «Soñar es el testimonio de que la vida no se acaba de noche, hace que la noche no sea parecida a la muerte, agranda el mundo. Soñar es, como dijo Freud, el acceso a otra escena»5. Con el sueño viajamos, recorremos otra escena, escribimos otro relato, en donde hay capítulos que se olvidan para siempre y otros que permanecen en el archivo del relato. De este modo los sueños son «una respiración vital»6, tal y como lo recuerda Michèle Petit. Somos con nuestros sueños, con el mundo que se abre de vez en cuando para permitir asombrarnos al fondo de la realidad, a otra manera de despertar, como dice Constanza Michelson.

Por esto los sueños son nuestro espacio profundo. Es el espacio donde el Misterio, con mayúscula, lo Trascendente-Dios se va manifestando. Allí emerge otro sentido para entender nuestras historias, especialmente los momentos de mayor crisis. Varios de los personajes bíblicos tienen como característica común el habitar sus mundos oníricos y ser grandes soñadores. Y, en particular, se puede ver que lo que va en sintonía con esos sueños es que ellos aparecen en momentos de profunda crisis de los mismos personajes. Cuando estamos en una crisis el sueño emerge. Crisis y sueño son los modos de habitar la espiritualidad bíblica y vivir estos días de Navidad. Veamos algunos casos.

Los sueños son nuestro espacio profundo. Es el espacio donde el Misterio, con mayúscula, lo Trascendente-Dios se va manifestando.

En Génesis 28 se narra la historia de Jacob, que luego se llamará Israel, el padre fundador del pueblo de las doce tribus. Jacob es hijo se Isaac, hijo de Abraham. La historia cuenta que Jacob, en complicidad con su madre, roba la bendición paterna de la primogenitura a su hermano mayor Esaú. Esaú, al enterarse, promete matarlo. Jacob huye lejos de su casa, de su pasado, de su sombra y es en medio de la noche de su espíritu en donde sueña que una escalera comunicaba el cielo con la tierra, lo humano y lo divino (Gn 28,10-12). El lugar en donde Jacob soñó con su escalera fue consagrado por Jacob como la «Casa de Dios», Betel, lugar en donde luego se construiría un templo para Dios. El sueño de Jacob es espacio de la fundación de un lugar sagrado aún en medio de la crisis, de la sombra y de la persecución del pasado.

En el mismo libro del Génesis, esta vez en el capítulo 37, encontramos la historia del patriarca José, uno de los doce hijos de Jacob. José sueña de manera recurrente y son sus sueños el motivo por el cual sus hermanos lo miran con envidia hasta el punto de venderlo a uno mercaderes árabes que viajaban a Egipto. En Egipto lo toman prisionero y en la cárcel interpreta los sueños del copero y del panadero del faraón que compartían prisión con José. Fue tal la fama de la interpretación de los sueños de José que el faraón lo hizo salir de la cárcel para interpretar sus sueños de las vacas y de las espigas, vaticinio de la época de abundancia y escasez en Egipto. Sueños y cárcel, sueños, abundancia y escasez, sueños y crisis de alimentación. Dios hace que soñemos en medio de las crisis comunitarias y personales.

Y esto, ¿cómo se conecta con lo que el 24 de diciembre evocaremos en Navidad? Si miramos el relato de Mateo sobre el nacimiento de Jesús, vemos muy claramente la vinculación de los sueños con la crisis. Veamos cómo se presentan. Cuando José se entera del embarazo de María estando en las últimas etapas previas a la boda decide abandonarla en secreto. Estaba en dicha cavilación cuando el ángel de Dios le habla en sueños y pone paz en su alma, diciéndole que el hijo era el hijo de Dios, el Mesías esperado por los pobres de su pueblo. El sueño aparece entonces como el medio para salvaguardar el nacimiento del Mesías.

Luego del nacimiento de Jesús, unos sabios astrólogos del Oriente, lo que nosotros llamamos los Reyes Magos, llegan movidos por una estrella a buscar al rey que acaba de nacer. Llegan a Jerusalén, la capital religiosa y política de Israel y preguntan a Herodes por el bebé recién nacido. Herodes, al enterarse, lo ciega la envidia y ordena matar a los niños recién nacidos (Mt 2,16). Los magos, en el intertanto, son avisados en sueños que no volviesen a Herodes y que volvieran a su tierra por otro camino. José, por su parte, también vuelve a soñar y es informado en el mundo onírico que debe huir con María y Jesús a Egipto para evitar la muerte del niño. Nuevamente: sueño, crisis, otro camino, tierra extranjera. El sueño abre otra escena, otra puerta a la realidad. Hay un mensaje que se debe aprender a interpretar.

Y ahora: ¿qué nos queda? Navidad es un momento originario marcado por la crisis: Dios entrando en la lógica y en el devenir humano, un Dios que actúa en la debilidad de la carne frágil, un Dios que rompe los esquemas rígidos en donde nos encontramos y en donde podemos colocar nuestras comunidades cristianas. Ante lo rígido Dios propone el mundo de los sueños, de la otra puerta que se abre y por la cual interpretamos la amplia partitura de la historia.

Una de las tentaciones más extendidas es que queremos dominar a Dios, capturar el Misterio, encerrar la totalidad. No soportamos que Dios actúa tan libremente. Preferimos a un Dios domesticado, a un Dios sin sueños, a un Dios sin crisis. Pero el Misterio y la Navidad abren otro tipo de registro, otro gesto, otro decir, otro cuerpo, otra historia. Con los sueños nos vinculamos con la diferencia, con la distancia, con lo totalmente otro. Como dice Constanza Michelson: «Si el Misterio se opone a la ansiedad es porque soporta una distancia decisiva hacia las cosas que no permite poseerlas ni quitarles su diferencia»7.

Finalmente. Si Dios entra en nuestras historias a través de nuestros sueños, es porque quiere abrir la puerta de la diferencia, la puerta de lo imprevisible, de lo radicalmente nuevo. Si Dios entra por ahí el sueño se transforma en un lugar espiritual en donde vamos tomando conciencia de ese otro modo de entender el mundo, de entendernos, de hablar de Dios, del Dios de la Navidad, del Dios que nos hace soñar.

1 Gabriela Mistral, “País de la ausencia”, https://www.gabrielamistral.uchile.cl/poesia/tala/saudade/Pais.html
2 Michèle Petit, Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural (Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile 2017), 127.
3 Walter Benjamin, Sueños (Ediciones Desligamiento, Chile 2018), 61.
4 Erich Fromm, El lenguaje olvidado: Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas (Hachete, Buenos Aires 1972).
5 Constanza Michelson, Hacer la noche. Dormir y despertar en un mundo que se pierde (Paidós, Santiago de Chile 2022), 174.
6 Michèle Petit, Leer el mundo, 127.
7 Constanza Michelson, Hacer la noche, 23.


Imagen: Pexels.

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