Este actor casi desconocido, resultó tener precisamente las condiciones del outsider que esperábamos y en el momento perfecto.
A finales del año pasado, las encuestas mostraban una mayoría contundente de la población que rechazaba a Maduro, su gobierno y su modelo. Era (y sigue siendo) un país contundentemente opositor. Pero esas mismas encuestas eran también demoledoras para la oposición institucional. Ningún líder lograba obtener más de 25%, con un gran grupo de personas que, siendo opositoras, no se conectaban con nadie.
Era obvio que los venezolanos se habían decepcionado de sus líderes y pedían cambio, de Maduro y de la misma oposición. Los partidos políticos exhibían una popularidad decepcionante, la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) estaba por debajo del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), y lo más impactante era que el nivel de respaldo a la Asamblea Nacional (AN) alcanzaba apenas el 17,5%, empatada con la Asamblea Nacional Constituyente.
Esta realidad generaba la condición perfecta para el surgimiento de un “outsider”. Por injusto que pareciera, la población se había desconectado de esos líderes opositores que tanto trabajo, esfuerzo y sacrificio habían asumido, y estaba exigiendo algo claramente distinto y, como escribí en varias oportunidades en el pasado, la demanda siempre genera su propia oferta. Sin saber quién era, lo estábamos esperando.
Por supuesto que era imposible imaginarse cómo ni quién llenaría ese vacío. Los outsiders salen de donde menos los esperas, y Juan Guaidó no estaba ni en la lista más extensa de posibilidades, entre otras cosas porque no sería técnicamente un outsider, toda vez que tiene un trabajo político previo, participa en uno de los partidos formales y fue elegido como diputado a la AN.
Pero resulta que este actor casi desconocido, resultó tener precisamente las condiciones del outsider que esperábamos y en el momento perfecto.
A Guaidó le vino su oportunidad de oro por carambola. Era un líder inteligente, exitoso y trabajador, pero sin proyección pública. Su partido es la cuarta fuerza en la AN y por lo tanto le tocó asumir la presidencia al cuarto año del triunfo opositor. Dentro de su propio partido, no era el heredero natural, pues sin contar con su líder fundamental, Leopoldo López, quedaba primero en la jerarquía partidista Freddy Guevara, hoy asilado en la embajada de Chile, y Luis Florido, expulsado del partido por diferencias irreconciliables.
Así, luego de todo este tránsito de directorios cambiados y líderes fuera de juego, llega Guaidó a la presidencia de la Asamblea en el momento estelar en el que Maduro toma posesión para un segundo mandato, en medio del rechazo contundente de la oposición y el desconocimiento masivo de su legitimidad de origen por parte de un grupo relevante de países, encabezados por EE.UU., Europa y el Grupo de Lima (sin Uruguay y México).
Y entonces aquí está. Un líder joven y fresco que la gente no vincula ni con el pasado ni con su propio partido ni con sus líderes tradicionales. Un “insider” que reúne todas las condiciones de un “outsider” capaz de llenar el enorme vacío de liderazgo y confianza que tenía la mayoría de la población venezolana y que, colocado en el cargo perfecto y en el momento justo, se convierte en semanas en un líder sin sombras, con una popularidad que solo había tenido en el pasado reciente Chávez, lejos del soporte popular de cualquiera de su compañeros de lucha y, lo más relevante, con un nivel de rechazo estadísticamente despreciable. Un líder que hoy es capaz de mover la fibra de las mayorías, articular a la oposición por acuerdo o por la propia fuerza de su respaldo popular (cuando no es posible llegar a acuerdos) y que, más allá de su posición de sustituto constitucional, ganaría cualquier elección, sin que nadie le quede ni cerca. Y pensar que hace dos meses, pocos sabían quién era. Cosas de la política.
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Fuente: http://revistasic.gumilla.org