El episcopado, junto con otras organizaciones, exige un Pacto por la Vida y por Brasil

Se deben repudiar los discursos que ponen en peligro la salud y la supervivencia del pueblo.

La defensa de la vida siempre tiene que ser prioridad absoluta. Eso es algo que la Iglesia de Brasil asumió como una prioridad todavía mayor este año, al elegir el cuidado de la vida como tema de reflexión de la Campaña de la Fraternidad, que acompaña la vida de los católicos del país durante el tiempo de Cuaresma, desde hace más de 50 años.

El 7 de abril, Día Mundial de la Salud, ha sido dado a conocer un manifiesto en el que se exige un Pacto por la Vida y por Brasil. El escrito está firmado por Monseñor Walmor Oliveira de Azevedo, presidente de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB); Felipe Santa Cruz, presidente de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB); José Carlos Dias, presidente de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos Dom Paulo Evaristo Arns (Comisión Arns); Luiz Davidovich, presidente de la Academia de Ciencias de Brasil (ABC); Paulo Jerónimo de Sousa, presidente de la Asociación de la Prensa Brasileña (ABI); e Ildeu de Castro Moreira, presidente de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC).

Ellos se dirigen a todo el país, cada vez más dividido y enfrentado, algo que se agrava con las manifestaciones fuera de tono y de cualquier base científica a las que, un día sí y otro día también, nos ha acostumbrado el actual Presidente de la República, que sorprendentemente cuenta con un apoyo popular de la tercera parte de la población. La nota pide, ante la grave crisis que está siendo enfrentada, “solidaridad y dignidad humana, basados en el diálogo maduro, corresponsable, en la búsqueda de soluciones conjuntas para el bien común, particularmente de los más pobres y más vulnerables”, reclamando unión, pues “la vida humana está en riesgo”.

Los firmantes dejan claro que la única opción es el aislamiento social, repudiando “los discursos que desacreditan la efectividad de esta estrategia”, tan comunes entre el jefe del Ejecutivo y sus seguidores, apostando claramente por obedecer las orientaciones del Ministerio de Salud, cuyo ministro es el único que pone un poco de cordura en medio de tanto caos, lo que provoca la ira del presidente y de la Organización Mundial de la Salud. Lo fundamental, como se ha hecho en casi todos los países, es la colaboración entre todos, algo que en el Brasil actual resulta utópico.

La exclusión social, cada vez más evidente, es una de las preocupaciones entre las instituciones que exigen este Pacto por la Vida y por Brasil. Por eso, se denuncia que “no es justo colocar la carga de la inmensa crisis sobre los hombros de los más pobres y trabajadores”, y que el Estado debe dar prioridad a los más vulnerables, algo que hasta el momento no ha pasado del papel o del discurso populista de alguien que dice una cosa y hace lo contrario. Eso solo será posible con políticas claras que garanticen las mínimas condiciones de vida para los más débiles y con el buen funcionamiento del Sistema Único de Salud, “con sus miles de agentes arriesgando sus propias vidas en la primera línea de la lucha contra la pandemia”, lo que hace “necesario y urgente un aumento significativo en el presupuesto del sector”, recortado drásticamente para los próximos 20 años.

De ahí la urgencia de este Pacto por la Vida y por Brasil, que debe ser “aceptado por toda la sociedad brasileña en su diversidad, creatividad y poder vital”. Todo ello en vista del fortalecimiento de una democracia cada vez más en entredicho, que demanda una unidad irreductible, dejando claro que “no dejaremos que nos roben la esperanza de un futuro mejor”.

PACTO POR LA VIDA Y POR BRASIL

Ciudadanos brasileños, mujeres y hombres de buena voluntad, una vez más, hacemos un llamado a todos:

Brasil está experimentando una grave crisis, sanitaria, económica, social y política, que exige de todos, especialmente de gobernantes y representantes del pueblo, el ejercicio de la ciudadanía, guiados por los principios de solidaridad y dignidad humana, basados en el diálogo maduro, corresponsable, en la búsqueda de soluciones conjuntas para el bien común, particularmente de los más pobres y más vulnerables. En el momento en que nos enfrentamos pide la unión de toda la sociedad brasileña, a la que nos dirigimos aquí. El desafío es inmenso: la humanidad está siendo puesta a prueba. La vida humana está en riesgo.

La pandemia del nuevo coronavirus se está extendiendo en Brasil, exigiendo la disciplina de aislamiento social, superación de miedos e incertidumbres. El aislamiento se impone como única forma de retrasar la transmisión del virus y su contagio, preservando la capacidad de acción de los sistemas de salud y dar tiempo para la implementación de políticas públicas de protección social. Por lo tanto, debemos repudiar los discursos que desacreditan la efectividad de esta estrategia, poniendo en peligro la salud y la supervivencia del pueblo brasileño. A cambio, debemos apoyar y seguir las pautas de la agencias nacionales de salud, como el Ministerio de Salud, e internacionales, a comenzar por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Los países democráticos afectados por COVID-19 están construyendo agendas y políticas para combatirlo a su manera, según sus características, pero, todos, sin excepción, en estrecha colaboración entre la sociedad civil y la clase política, entre economistas, investigadores y empresarios, convencidos de que la combinación de la crisis epidemiológica y la crisis económica asumen tal magnitud que solo un diálogo amplio puede conducir a su resolución. Es hora de que el coro de los lúcidos entre en escena en Brasil, haciendo valer los modelos científicos, políticos y sociales que coloquen el mundo y nuestra sociedad en un tiempo realmente nuevo.

Nuestra sociedad civil espera, y tiene derecho a exigir, que el Gobierno Federal sea promotor de este diálogo, presidiendo el proceso de cambios importantes y urgentes en armonía con los poderes de la República, superando la locura de la provocación y personalismos, para apegarse a los principios y valores consagrados en la Constitución de 1988. Vale la pena recordar que la ardua tarea de combatir la pandemia es de todos, con la participación de todos —en el caso del Gobierno Federal, en articulada cooperación con los gobiernos de los estados y municipios y en estrecha relación con nuestras instituciones—.

El momento es grave y exige un liderazgo ético, audaz y humanista que haga eco de un pacto firmado por toda la sociedad, como compromiso y brújula para superar la crisis actual. Como en otras pandemias, sabemos que la actual solo agravará la exclusión social en Brasil. Asociado a las precarias condiciones de saneamiento, vivienda, ingresos y acceso a servicios públicos, la desigualdad histórica en nuestro país hace que la pandemia del nuevo coronavirus sea aún más cruel para los brasileños que sufren privaciones. Por eso, hoy nos unimos para pedir que todos los esfuerzos, públicos y privados, sean redoblados para que nadie se quede atrás en esta difícil travesía.

No es justo colocar la carga de la inmensa crisis sobre los hombros de los más pobres y trabajadores. El principio de dignidad humana impone a todos y, sobre todo, al Estado, el deber de dar prioridad absoluta a quien vive en la calle, residentes de comunidades carentes, ancianos, pueblos indígenas, la población carcelaria y otros grupos en situaciones de vulnerabilidad. Añádase al principio de dignidad humana, el principio de solidaridad: solo así avanzaremos hacia una sociedad más justa, sostenible y fraterna.

Es esencial que el Estado brasileño adopte políticas claras para garantizar la salud de las personas, así como la salud de una economía orientada al desarrollo integral, preservando el empleo, los ingresos y el trabajo. En tiempos de calamidad pública, la actualización y expansión de la Bolsa Familia se vuelve urgente; la distribución rápida de beneficios de la Renta Básica Emergencial, ya aprobados por el Congreso Nacional y sancionado por el Ejecutivo, así como su extensión por el tiempo necesario para superar los riesgos de salud y supervivencia de la población más pobre; un asumir de parte de los salarios del sector productivo por parte del Estado; la expansión de estímulos fiscales para las donaciones filantrópicas o asistenciales; la creación del impuesto a las grandes fortunas, previsto en la Constitución Federal y bajo análisis en el Congreso Nacional; una liberación anticipada de precauciones; la capitalización de pequeñas y medianas empresas; el estímulo de la innovación; la reasignación de fondos públicos para la sanidad y el control epidemiológico; la provisión de recursos de emergencia para el sector de ciencia y tecnología para enfrentar la pandemia; y el aumento general de la economía. Son un conjunto de soluciones asertivas para salvaguardar la vida, sin paralizar la economía.

La importancia del Sistema Único de Salud (SUS), aquí nuevamente, se enfatiza, con sus miles de agentes arriesgando sus propias vidas en la primera línea de la lucha contra la pandemia. Es necesario y urgente un aumento significativo en el presupuesto del sector: el SUS es el instrumento que tenemos para garantizar el acceso universal a las acciones y servicios de recuperación, protección y promoción de la salud.

En vista de la expansión de la pandemia y sus consecuencias, es imperativo que la dirección de los asuntos públicos se guíe por la transparencia más absoluta, respaldada por la mejor ciencia y condicionada por los principios fundamentales de la dignidad humana y la protección de la vida. Reconocemos que la salud de las personas y la capacidad productiva del país son fundamentales para el bienestar de todos. Pero abogamos, una vez más, por la primacía del trabajo sobre el capital, de lo humano sobre lo financiero, de la solidaridad sobre la competición.

La formación de este Pacto por la Vida y por Brasil es urgente. Que sea aceptado por toda la sociedad brasileña en su diversidad, creatividad y poder vital. Y que fortalezca nuestra democracia, manteniéndonos irreductiblemente unidos. No dejaremos que nos roben la esperanza de un futuro mejor.

Día Mundial de la Salud, 7 de abril de 2020.

Monseñor Walmor Oliveira de Azevedo, presidente de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB)
Felipe Santa Cruz, presidente de la Orden de los Abogados de Brasil (OAB)
José Carlos Dias, presidente de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos Dom Paulo Evaristo Arns (Comisión Arns)
Luiz Davidovich, presidente de la Academia de Ciencias de Brasil (ABC)
Paulo Jerónimo de Sousa, presidente de la Asociación de la Prensa Brasileña (ABI)
Ildeu de Castro Moreira, presidente de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC)

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Fuente: www.religiondigital.org

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