El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.
Ciclo A
Textos: Hechos 2, 1-11; 1Co 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23.
Idea principal: La acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia, a través de un viento estruendoso, un fuego y unas lenguas (primera lectura).
Resumen del mensaje: En el sexto domingo de Pascua vimos la acción invisible del Espíritu Santo en el alma de cada uno de nosotros: es nuestro Consolador o Paráclito. Hoy, Pentecostés, la liturgia resalta la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el Espíritu Santo hoy se manifiesta como viento, como soplo vivificador. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que infunde santidad y estabilidad, a pesar de todos los pecados y miserias de sus integrantes. Es soplo que barre toda escoria para dejar en cada corazón el aroma del cielo. Si la Iglesia fuese solamente una institución humana, hace tiempo que se hubiera corrompido y desaparecido totalmente; como sucedió a tantas empresas e imperios humanos. La Iglesia, a pesar de retrocesos, contramarchas y crisis terribles, permanece siempre con el aroma de lo esencial, pues el Espíritu es soplo que limpia y purifica. Y ese aroma es transmitido como polen divino que fecundará todas las culturas con el amor de Cristo. Ese viento del Espíritu Santo tiene que llevarse de nuestra alma todo lo que huela a podrido. Ese viento del Espíritu Santo tiene que llevarse ya ese virus terrible que nos asola para que volvamos a nuestra vida normal, ya renovada con olor a fraternidad, solidaridad y respeto mutuo.
En segundo lugar, el Espíritu Santo también se manifiesta como fuego. Ese viento se convierte también en fuego que nos arde por dentro y nos lleva a salir a todas las periferias existenciales, como diría el Papa Francisco, para incendiar este mundo con la palabra del Evangelio. En Pentecostés nace la Iglesia misionera y ardorosa, lanzada a llevar el calor divino a todos los lugares del mundo. Siempre tendremos la tentación de volver al Cenáculo y a cerrar la puerta, especialmente cuando fuera soplan vientos de contradicción. Solamente el Espíritu nos dará fuerza para vencer esos miedos y parálisis, como hizo con los primeros apóstoles, que, de apocados y miedosos, los convirtió en intrépidos y audaces mensajeros de la Buena Nueva, que llevaron con ardor misionero el mensaje de salvación de Jesús. Necesitamos de ese fuego del Espíritu Santo que nos caliente en los momentos de tibieza y mediocridad, para que nos lancemos a la santidad y al apostolado convencido, a lo san Pablo. Que ese fuego divino destruya y queme ya los gérmenes de esta pandemia que se está cobrando tantas vidas humanas.
Finalmente, el Espíritu Santo se manifiesta como lengua. Lengua, no lenguas, como pasó en la Babel-soberbia del Génesis donde nadie se entendía. La lengua del Espíritu Santo es una: la caridad, que nos une a todos en un mismo corazón y una misma alma. Y con esa lengua, la caridad, formamos un solo cuerpo en Cristo por el Espíritu (segunda lectura); y con esa lengua podemos hacernos entender por todas partes, como sucedió a los apóstoles, y llevar a todo el mundo el mensaje del amor y perdón traído por Cristo a este mundo (primera lectura y Evangelio). Lo que destruye esta lengua del Espíritu son los mil dialectos ideológicos que a veces queremos hablar en las relaciones con los demás para defender nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestras ambiciones. En el Cenáculo, donde el Espíritu Santo es infundido, las diferencias y las divisiones son superadas. La verdadera unidad solo proviene de Dios Espíritu que es principio de cohesión (segunda lectura). Este virus que ahora padecemos está mandando tantos mensajes de doble o triple sentido que nos confunden, porque muchos esconden la bacteria de la mentira y la apariencia.
Para reflexionar: ¿Dejaré la puerta y las ventanas abiertas de mi ser para que entre el viento que barra con todo lo que en mí está sucio? ¿Permitiré que el fuego del Espíritu Santo en este Pentecostés me abrace y pueda después contagiarlo a mi alrededor con mi lengua y conducta? ¿Experimento en mí otros vientos y fuegos que quieren destruirme y devorar mi vida de gracia y mi amor a Cristo? ¿Hablo la lengua del Espíritu Santo que es la caridad o tengo otros dialectos ideológicos?
Para rezar: Oración al Espíritu Santo:
No te conozco, pero sé que nos sostienes
No te veo, pero te siento
Cuando estoy débil, me levantas
Cuando me alejo de Dios, me acercas hasta Él
Cuando olvido a Jesús, Tú me lo recuerdas
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
Si no doy testimonio de mi fe, Tú me animas
Si me duermo en la comodidad, Tú me despiertas
Si me conformo con los mínimos, Tú me perfeccionas
Si estoy confundido, Tú me aclaras
Si tengo miedo, Tú me das valentía
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
Si caigo, Tú me sostienes
Si me equivoco, Tú me corriges
Si me enojo, Tú me das la paz
Si caigo en la tristeza, Tú me regalas la alegría
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
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Fuente: https://es.zenit.org