Hay miradas que parecen irradiar como un calor de abrazo o de absolución. Como si su presencia soltara en mí no sé qué resistencias o miedos. No es algo corporal, pero a la vez, sí.
Él está ahí, mirándome. A veces, cuando las ocupaciones innumerables finalmente me sueltan, sucede que la mirada se despierta. Levanto la cabeza y me entrego; algo de su amplitud me alcanza. Es que hay miradas que parecen irradiar como un calor de abrazo o de absolución. Como si su presencia soltara en mí no sé qué resistencias o miedos. No es algo corporal, pero a la vez, sí. Un sol que me abraza y quema, pero cuya salud brota desde dentro sabiendo que es desde afuera. ¿Cómo es posible esta interpenetración? Un espíritu abierto a ese contacto que no diluye la diferencia, sino que la muestra como lo más propio y deseable. La sentida diferencia, con el cuerpo y la fantasía. Con el recuerdo que entreteje figuras de hombres ahora iluminadas por su gracia. Con el juicio algo más suspendido y una atención del todo extrañada por la belleza que es. Con el mundo mostrando su rotura, la discontinuidad o los pliegues por los cuales el otro se manifiesta. La epifanía de una fuente contra toda homogeneidad. Los antiguos lo sabían, pero la técnica y el poder lo encubrieron. Ahora con nostalgia hacemos historia de las religiones, pero seguimos sin mirar ni rezar. O escribimos sin recordar cómo es que está ahí, esperándonos con su mirada; mientras nosotros, sin retornos ni absoluciones ni gracia, ni cuerpo, ni sol.
_________________________
Fuente: https://territorioabierto.jesuitas.cl