Hemos discriminado al otro/a que “viste distinto”, al que tiene “color de piel distinta”, al que tiene “expresión de género distinta”, al que habla un “idioma distinto”…
Domingo 30 de junio
“El rostro de la exclusión”
Lucas 9, 51-62
Cada vez que vuelvo a leer este Evangelio me resuenan las mismas palabras: “No lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén”. Una frase muy potente que, si no le ponemos la debida atención, pasaría muy desapercibida.
En lo concreto, a Jesús lo rechazan por cómo viste y por cómo luce. Quizás estaba sucio por recorrer un largo camino, quizás estaba desarreglado por todo lo duro que le había tocado pasar, como muchos, que hoy recorren un largo camino en busca de nuevas tierras con nuevas oportunidades. Sin embargo, aquí la pregunta que me surge es la siguiente: ¿Cuándo nosotros también hemos rechazado al prójimo solo por cómo luce? ¿Cuántas de nosotras, muchas veces hemos discriminado al otro o la otra solo por su apariencia o vestimenta? ¿Cuántas veces hemos sido como aquellos samaritanos del Evangelio, que rechazaron al otro por su aspecto?
Nadie queda libre de estos cuestionamientos, sobre todo, considerando que hoy la sociedad global nos impone “la imagen” como modo de clasificación social, o aún más detallado: donde el código de lo visual se ha convertido en un parámetro que indica quién eres y cómo vives.
Lo cierto es que hemos llevado esto al extremo, transformando la apariencia en un filtro de discriminación y exclusión hacia otros/as, haciendo de la imagen externa una barrera que me distancia del que yo siento ajeno o ajena a mí.
Cómo no concretizar esto en ejemplos cotidianos: cuando hemos discriminado al otro/a que “viste distinto”, al que tiene “color de piel distinta”, al que tiene “expresión de género distinta”, al que habla un “idioma distinto”, y así podría seguir eternamente… Sí, me refiero al vecino o vecina, al o la joven de la esquina, a la persona en situación de calle, al homosexual, al transgénero, al migrante, al de otra “clase social”, al que tiene “capacidades diferentes”, al que viene llegando a nuestro barrio o trabajo, etc.
Y créanme que con esto no pretendo terminar de una vez con estas exclusiones que están interiorizadas en nosotros, nosotras y en la sociedad, sino más bien, me gustaría hacer un llamado a desnaturalizarlas en el modo de relacionarnos: a darnos más tiempo de conocer al otro o la otra, al que me “parece distinto/a”. Hago un llamado a escuchar, a saber lo que han vivido, a ponernos en sus zapatos, y a caminar junto a ellos.
Estos pequeños gestos de seguro causarán cosas distintas y mejores en todos y todas, nos abren a la posibilidad de mirarnos, sin el prejuicio de la apariencia, y de encontrarnos con Cristo, que habita en cada uno y cada una. Este nuevo modo de tratarnos, por supuesto, transformará el mundo que habitamos.
* Queridas hermanas, queridos hermanos, les enviamos una nueva homilía del Evangelio que anunciamos las mujeres. Nos alegramos y agradecemos los ojos y la voz nueva de mujeres que se atreven a decir y orar el Evangelio para nuestras comunidades. Estas van enriqueciendo nuestra capacidad de comprender y ampliar el mensaje de Jesús. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook: Mujeres Iglesia Chile, en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/ y en la página: https://www.kairosnews.cl
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