Somos llamadas y llamados a ser responsables de cuidar el lugar donde se congregan las y los hermanos que buscan el encuentro espiritual con el Señor.
Domingo 3 de marzo de 2024
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 2, 13-22.
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas, palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. En esos momentos, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: “El celo de tu casa me devora”. Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?”. Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
El Evangelio según San Juan nos presenta una enseñanza profunda que puede aplicarse a diversos aspectos de nuestra vida, la reacción de Jesús en el templo no es solo un acto de querer purificar un lugar sagrado, sino también un llamado a reflexionar frente a nuestros espacios de encuentro y oración. En tiempos de Jesús el Templo era no solo la Casa de Dios, sino la Casa de todas y todos. Somos entonces llamadas y llamados a ser responsables de cuidar el lugar donde se congregan las y los hermanos que buscan el encuentro espiritual con el Señor, y estar alertas a que nadie, por mucha autoridad o poder que tenga, le es lícito apropiarse y mucho menos hacer o tener algún tipo de negocios para beneficio propio.
También este pasaje nos convoca a examinar cómo vivimos nuestra fe en el día a día. ¿Qué templo queremos ser? ¿Hemos convertido nuestras prácticas religiosas y nuestra participación en las comunidades en meros rituales sin profundidad, o buscamos un verdadero encuentro transformador con lo sagrado? La purificación del templo es un recordatorio de que nuestras acciones y espacios deben reflejar siempre los valores y enseñanzas que profesamos.
La respuesta de Jesús a los judíos sobre la destrucción y reconstrucción del templo en tres días nos habla de la resurrección y de nuestra renovación constante. Entonces es deber preguntarnos por nuestro testimonio de apóstolas y apóstoles, sabiendo que enfrentamos desafíos y a veces incluso fracasos. Sin embargo, estas experiencias no deben desanimarnos, sino motivarnos a reconstruir, a renovar nuestra fe y nuestro compromiso de Iglesia viva.
La respuesta de Jesús a los judíos sobre la destrucción y reconstrucción del templo en tres días nos habla de la resurrección y de nuestra renovación constante.
Nos muestra Jesús una congruencia total entre sus palabras y acciones, un ejemplo que debemos seguir en nuestra vida y servicio diario. Nuestras acciones deben ser un reflejo de nuestros propios valores, siendo coherentes entre lo que decimos y hacemos.
El Evangelio nos recuerda que nuestra fe no es estática, sino un camino de crecimiento y transformación. Así como Jesús transformó el templo en la casa de todas y todos, estamos llamadas a transformar nuestras vidas, buscando siempre profundizar en nuestra comprensión y vivencia de la fe.
En conclusión, este pasaje del Evangelio nos ofrece valiosas lecciones para nuestra vida diaria, como mujeres y apóstolas nos llama a mantener la esencia y el propósito de nuestros espacios sagrados, a vivir nuestra fe con integridad y armonía, haciendo comunidad, y también a abrirnos a una verdadera transformación de amor y justicia, y renovación constantes en nuestro camino espiritual.
Que Dios Padre y Madre nos dé la gracia de convertir nuestros hogares, trabajos, iglesias, comunidades, en templos santos y vivos, donde la verdadera fraternidad y el servicio hacia nuestro prójimo sean el único negocio que nos preocupe.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.