Tenemos la obligación de salir a contar la buena noticia que la humanidad clama.
Domingo 27 de enero
“Escúchame a mí, escúchame lo que te tengo que decir” (Lucas 1,1-4;4,14-21).
Hace un par de semanas vi La noche de 12 años. Una película de Brechner que relata los doce años, entre el ’73 y el ’85, que vivió el ex presidente José Mujica en prisión. Doce años no solo privado de libertad, sino que en total aislamiento. De manera sencilla y honesta, muestra la lucha de estos hombres por sobrevivir al frío y al hambre, pero sobre todo a la soledad. Porque si nuestro Dios es trino, es para que nunca olvidemos que somos-existimos en el vínculo con otros, si no, morimos: los golpes del compañero de prisión contra la pared, el diálogo lejano de los militares, el sol tibio en la cara… con una belleza casi dolosa, el director muestra en la cinta qué fue lo que sostuvo a estos hombres en esos años de oscuridad. Y hay una escena que, a mi parecer, habla especialmente de la invitación que Jesús nos hace en el Evangelio de este domingo.
Los prisioneros no solo pierden peso y algunos dientes a lo largo de los años, también a ratos pierden la razón. Mujica comienza a alucinar, confunde sus recuerdos con el presente, sus pensamientos con la realidad. Y en medio de ese agonizar, una visita de su madre (1’:23’’). Él divaga, delira persecución y clama para que ella no vuelva más a verlo. Entonces la madre se pone de pie y le grita:
– ¡Pará y calláte! Calláte. Escucháme a mí. A mí me tenés que escuchar. Yo soy tu madre. Ellos te quieren volver loco y si sigues así, lo van a lograr. ¿Me entendés?
– Mamá…
– ¡Mamá una mierda! ¡Mamá una mierda! (dice golpeando la mesa). Escucháme bien, escucháme lo que te tengo que decir. Vos tenés que resistir. Resistir. De cualquier manera, no importa lo que pase, vos resistí y no dejes que te maten.
– No sé hacerlo.
– Sí que sabés. Vas a salir de esto y vas a salir adelante. Y nadie te va a sacar lo que llevas dentro.
Ella lleva dulce de leche, mate y una bacinica rosada, pero, sobretodo, le lleva la buena noticia, la noticia de que la vida vence, siempre vence. “¡Mamá una mierda!”, esa expresión lo obliga a vivir, lo empuja a confiar aún contra toda desesperanza. La madre de Mujica no hace otra cosa sino que “anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista, dar la libertad a los oprimidos…”.
Mientras veía la escena de la madre de Mujica golpeando la mesa, se me vino al cuerpo la imagen del Evangelio del domingo pasado, María en las Bodas de Caná. El vino se acaba, se va “aguar” la fiesta, y María le dice a Jesús: “No tienen vino”. Pero Jesús tiene miedo, aún no cree, duda: “¿Qué tiene conmigo mujer? Aún no ha llegado mi hora”. Y con la misma vehemencia de la madre de Mujica en la película La Noche de 12 años, María dice: “Hagan todo lo que él les diga”. Jesús también, ante las palabras de su madre, no tiene más opción que confiar, hacer del vino agua, hacer de la Creación una fiesta. Es María quien apura aquí el anuncio de la Buena Noticia.
Nuestro Catecismo (783) afirma: “Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido ‘Sacerdote, Profeta y Rey’. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas”.
Y las mujeres participamos de manera especial de estas tres funciones. Porque hemos acunado la humanidad en nuestros brazos, porque hemos parido y amamantado de distintas formas. Hemos estado sentadas a los pies de la cama de algunos de nuestros enfermos, velado alguna fiebre, alguna tristeza. Y esos desvelos han afinado nuestra mirada y aguzado nuestro oído a la voluntad del Señor.
Las mujeres no solo tenemos el derecho de compartir esta dimensión sagrada con toda la humanidad. Tenemos la obligación de salir a contar la buena noticia que la humanidad clama.
María tuvo miedo, también dudó y seguro sintió que moría de dolor al ver a su hijo crucificado. Entonces, pidámosle a ella de su lucidez y sobretodo su valentía para responder con ese coraje al llamado de nuestro Señor. Para que digamos juntas: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Que así sea.
* Queridas hermanas, queridos hermanos, les enviamos una nueva homilía del Evangelio que anunciamos las mujeres. Nos alegramos y agradecemos los ojos y la voz nueva de mujeres que se atreven a decir y orar el Evangelio para nuestras comunidades. Estas van enriqueciendo nuestra capacidad de comprender y ampliar el mensaje de Jesús. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook, Mujeres Iglesia Chile, y en la página de la Revista Mensaje: https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/
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