Decidir los pasos que dar para contribuir al reinado de Dios en nuestro tiempo y entornos.
Domingo 1° de diciembre de 2024
Evangelio de Jesús según Lucas, capítulo 21, versos 25 al 28 y 34 al 36.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».
Algo nuevo está naciendo. Algo de lo viejo se actualiza de un modo nuevo.
¿De qué nos habla el evangelio de este primer domingo de Adviento? Lucas escribe para las frágiles y nacientes comunidades cristianas, que vivían agobiadas por temores e incertidumbres, entre conflictos y persecuciones del imperio romano. En este pasaje Jesús habla de su segunda venida a sus discípulos y de estar preparados. En tono apocalíptico, muy usado en ese tiempo, afirma: «Habrá signos… angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo… quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad… los astros se tambalearán».
¿Cómo nos encuentran estas palabras en la actualidad? En medio de conflictos e incertidumbres, guerra y destrucción en distintas partes del mundo: la invasión rusa a Ucrania, la devastación en Sudán y el genocidio en Gaza. Sequía y desastres en la Amazonía, devastadoras lluvias en Valencia; son solo algunos ejemplos. A ello se suma el clamor creciente de tantos que sufren situaciones de injusticia, inequidades, situaciones de opresión, exclusión y pobreza y cuyas voces se silencian. Experiencias que resuenan con la cotidianidad de muchas de nosotras las mujeres en nuestro entorno y en el mundo.
Pareciera que la humanidad vive una historia en ciclos que acrecientan estas situaciones.
Si observamos desde una mirada apocalíptica simple, esta es una hecatombe que nos llega como castigo del cielo. Avanzando encontramos la frase: «Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad». Con imaginación rápida interpretamos: viene el Omnipotente entre rayos y manifestaciones cósmicas de gran magnitud.
Volvamos la mirada al estilo de vida y acción que conocemos de Jesús de Nazareth, quien decide hacerse cercano y uno de nosotros. Le conocemos en el sencillo pesebre en Belén, en su invitación a construir el Reino desde una pequeña semilla, en el hablar con una suave brisa. Y por sus sanaciones integrales: del cuerpo, del perdón a nuestros deslices, e integrándonos a nuestra comunidad, a nuestra sociedad, desde la fuerza de nuestra fe en su acción liberadora.
Volvamos la mirada al estilo de vida y acción que conocemos de Jesús de Nazareth, quien decide hacerse cercano y uno de nosotros.
¿A dónde nos lleva esto? A que ni las miserias que nos toca vivir son castigo de Dios, ni tampoco la venida Hijo del Hombre será con esa grandilocuencia. Imagino que la segunda venida será con pasos silenciosos, cotidianos y firmes.
Junto con advertirnos de la tribulación venidera, Jesús nos llama a estar alertas, preparados y llenos de esperanza, confiando en su segunda venida en la plenitud de los tiempos. Nos advierte de la necesidad de la esperanza, de la vigilancia en tiempos de crisis y de la acción que aporta al Reino.
Continuando con la lectura del Evangelio, «cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación». Me cuesta imaginar que aquello ocurrirá en un día especifico, más bien imagino el acontecimiento en etapas que ya están ocurriendo, desde la idea de un Reino que «ya es, pero todavía no», y con la convicción absoluta de que la magnificencia de Dios se hace presente siempre, sin grandes aspavientos. Allí está una fuente de nuestra esperanza.
Nos preparamos diariamente, «no sea que se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida», sino más bien, «estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». Fieles, permanecemos en una esperanza activa de esta promesa, en la que ponemos todo lo nuestro para que el Reino sea ya aquí y ahora, aunque no en plenitud.
Que este primer Domingo de Adviento nos renueve en la esperanza activa. Que sea tiempo de gracia donde contemplamos y colaboramos para hacer realidad cada liberación aún pendiente.
Dejemos espacios de reflexión para:
Agradecer los hitos de esperanza en nuestra historia;
observar los motivos de nuestra esperanza actual; y,
decidir los pasos que dar para contribuir al reinado de Dios en nuestro tiempo y entornos.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.