El Evangelio que anunciamos las mujeres. «Esperar, desafiando la desesperanza y el pasar de los tiempos»

¿Cómo esperamos? ¿Cómo mantenemos la esperanza, la fe a lo largo de los años, la apuesta por las promesas de Dios? ¿Cómo acogemos las señales de la Ruaj?

Domingo 24 de diciembre, 2023
Libro de Génesis 15,1-6.17,5.21,1-3.

En aquellos días, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos: “No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande”. “Señor”, respondió Abrám, “¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?”. Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”.

Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”.

Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Y le dijo: “Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que Yo te he constituido Padre de una multitud de naciones”.

El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa.

En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.

EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. 

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo y, cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.

Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos y todas quienes esperaban la redención de Jerusalén.

Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.

En las lecturas del último domingo del año 2023, nos encontramos con cuatro personas mayores, con cuatro integrantes del pueblo de Israel. Nos encontramos con su fe, y con Dios que cumple sus promesas. Dios que les hace ver la salvación, la felicidad. Según los “tiempos humanos”, ya pasó su vida, su fecundidad de pareja, y aunque sean sabios ancianos y sabias ancianas, ya no había mucha probabilidad de ver cumplidos sus sueños.

En las lecturas del último domingo del año 2023, nos encontramos con cuatro personas mayores, con cuatro integrantes del pueblo de Israel. Nos encontramos con su fe, y con Dios que cumple sus promesas.

Quiero invitarles a mirar, por un momento, a las dos mujeres de los relatos. Dios irrumpe en su vida después de largos tiempos de espera. Dios, a pesar de la avanzada edad que tenían, les regala vida, futuro, cumplimiento de sus esperanzas y anhelos. Para Sara, en cuyos tiempos estaban representadas en nada tanto como en la descendencia. Y en los tiempos de Ana, desde el exilio en Babilonia, en la esperanza del Mesías que iba a liberar el pueblo de Israel.

Allí está Sara, y en el texto que leemos, solo se dice de ella: “El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa”. Sara concibió y dio a luz un niño. La teóloga Irmtraud Fischer resalta el protagonismo y la fe de Sara, su comunicación directa con Dios, su esperanza a pesar de que Abrám la había ingresado al harén de Abimelech como su “hermana”, arriesgando la promesa de Dios que le dará herencia tan abundante como las estrellas. Dios rescató a Sara de esta situación. Y sigue apostando en su promesa cuando los dos, Abraham y Sara, se quieren rendir y tomar la iniciativa de cumplir la promesa de Dios con medios humanos. Deciden que Abraham tome a la esclava Hagar como mujer. Sara no pierde la fe, a pesar de todo: ¡Qué frustración esperar por años, mes a mes, quedar embarazada! ¡Qué dolor las miradas por no concebir! Y ella sigue creyéndole a Dios cuando, finalmente, se le anuncia que Dios iba a cumplir la promesa con ella. Le cree, a pesar de la risa inicial, tanto que su cuerpo se abre, y concibe, finalmente. Para tener la descendencia tan numerosa como las estrellas, y de la cual surgirán reyes (Gen 17,15s).

Ana, por su parte, es la única profetisa que se menciona en el nuevo testamento. Está a la par de Juan, el profeta primo de Jesús, que lo anuncia cuando ya estaban los dos adultos y Jesús iba a iniciar su vida pública, predicando y sanando. Ana, en cambio, ve en un recién nacido de ocho días, el Salvador. En él reconoce el Mesías prometido de Dios. ¡Qué visión! ¡Qué sintonía con el Espíritu, la Ruaj, para estar allí en el momento preciso para encontrarse con María, José y el niño y, finalmente, ver encarnado en él el anhelo que había tenido toda una larga vida como viuda y profeta! Una mujer dedicada al servicio de oración en el templo. ¡Cuántas veces se habrá preguntado “¿será este?”! Y esta vez, con la seguridad de la inspiración divina que la hace profetisa, habla. “Y hablaba acerca del niño a todos y todas quienes esperaban la redención de Jerusalén”. Su esperanza se había cumplido, tal como la de Simeón, la de Abraham, la de Sara.

¿Cómo esperamos nosotras? ¿Cómo mantenemos la esperanza, la fe a lo largo de los años, la apuesta por las promesas de Dios? ¿Cómo acogemos las señales de la Ruaj? Miremos a las personas mayores a nuestro alrededor. Aprendamos de Ana, de Sara, de Abraham y de Simeón, y de nuestra vecina que espera que su hijo que está en la calle por la droga vuelva a casa; aprendamos de la cuidadora que está atenta a los pequeños milagros en la vida de quien se recupera de un accidente vascular. Aprendamos de ellas la esperanza, la confianza en la promesa de Dios: nacerá el Emmanuel, Dios con nosotros.


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

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