El Evangelio que anunciamos las mujeres. Paciencia, confianza y silencio

Jesús nos invita a confiar en el proceso divino y a reconocer que el Reino de Dios está creciendo y alcanzará su total plenitud en nuestros corazones.

Domingo 16 de Junio de 2024
Evangelio según San Marcos 4, 26-34.

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Jesús nos invita a confiar en el proceso divino y a reconocer que, aunque no comprendamos completamente cómo, el Reino de Dios está creciendo y alcanzará su total plenitud en nuestros corazones.

En el Evangelio de este domingo 16 de junio, Jesús nos enseña mediante parábolas sobre el misterio del Reino de Dios y su crecimiento silencioso pero poderoso en medio de nosotros. Estas parábolas nos entregan valiosas lecciones sobre su naturaleza y nuestra participación en su crecimiento. Nos recuerdan que el Reino no se construye únicamente por nuestros esfuerzos humanos, sino que es obra de la gracia divina que actúa en nuestras vidas y en el mundo entero.

Primero, el Señor nos presenta la parábola del sembrador que echa la semilla en la tierra. Después de sembrar, el hombre duerme de noche y se levanta de día, mientras que la semilla va brotando y creciendo sin que él sepa cómo. Esta parábola nos recuerda que el Reino de Dios crece y se desarrolla de manera misteriosa, a veces imperceptible para nuestros ojos humanos. Nos invita a fortalecer nuestra Fe; a confiar en la obra de nuestro Señor Jesucristo, aunque no siempre seamos capaces de verla claramente… Nos invita a tener paciencia, porque obra silenciosamente y siempre germina.

Luego, Jesús nos ofrece la parábola de la semilla de mostaza, una de las semillas más pequeñas, pero que, sin embargo, crece hasta convertirse en un arbusto grande y frondoso, donde encuentran refugio las aves del cielo. A través de esta imagen, el Señor nos revela que el Reino de Dios, aunque tenga orígenes humildes e insignificantes, está destinado a crecer y extenderse hasta alcanzar proporciones impensadas. Pero no solo esto; el que exprese, claramente, que las aves pueden anidar en este frondoso arbusto, es una invitación a transformar Su Reino, en nuestro hogar… ¿Qué puede ser más seguro, generoso, misericordioso y amoroso que ofrecernos Su Reino, como nuestro hogar?… Y, más significativo aún, no pone condiciones para ello; ambas parábolas no presentan condiciones de ningún tipo para aceptar Su regalo. Solo debemos abrir nuestro corazón para que la más pequeña de las semillas germine y crezca, hasta dar frutos abundantes.

Esta es una gran oportunidad para reflexionar: ¿Estamos dispuestos a entregarnos, con fe, paciencia y confianza, al poder silencioso pero eficaz de la Palabra de Dios para que, como una semilla tan pequeña como lo es la mostaza, germine, crezca y dé frutos abundantes en nuestros corazones y, así, en nuestras familias, en nuestro entorno, en nuestro país y, finalmente, en nuestro mundo?


Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0