Las mujeres de la cruz, son también las mujeres de la resurrección. Son esas mujeres que visitan las cárceles, porque no pueden abandonar a los suyos. Son esas mujeres privadas de libertad, que vuelven una y otra vez a creer en sí mismas, y exigen una vida más digna para ellas y para sus hijos.
Domingo 1 de abril
¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? (Jn 20, 1-9)
¿Cuál es la diferencia entre una cárcel de hombres y una de mujeres? Afuera de las cárceles de hombres se ven siempre largas colas de mujeres esperando entrar en los días de visitas. Muchas mamás, parejas, amigas, hijas y hermanas esperan para entrar a la cárcel y compartir por un breve espacio de tiempo con sus seres queridos. En cambio, afuera de las cárceles de mujeres las colas son significativamente pequeñas. Son pocos los que visitan a una mujer encarcelada. En palabras de Jeannette, la mujer privada de libertad que le habló al Papa: “No cualquier persona llega acá, más que la madre, los hijos y uno que otro esposo”.
Las colas de mujeres afuera de las cárceles de hombres me recuerdan a las discípulas que, según los cuatro evangelistas, siguieron a Jesús incluso hasta la cruz. Las mujeres somos fieles y no nos arrancamos cuando vemos dolor: lo abrazamos, lo hacemos nuestro, lo acompañamos. Sabemos dejar nuestras propias necesidades y deseos de lado para ponernos al servicio de quien nos pida ayuda. Cultural y religiosamente hemos sido educadas para aguantar el sufrimiento y cuidar de otros, de los niños, de los enfermos, de los que sufren. Hay algo profundamente admirable y cristiano en todo aquello. Después de todo, ¿no es seguir a Jesús hasta la cruz el testimonio más claro que podemos dar de nuestra fe? La Pietà de Miguel Ángel es quizás la representación artística más bella de esa capacidad femenina de abrazar y acoger el cuerpo del crucificado, de los y las crucificadas de nuestra historia.
Pero, cuando nuestra capacidad de cuidar a otros y ser fieles hasta la cruz se convierte en nuestra única virtud, la belleza de nuestro amor se deforma. El amor no puede ser solo cruz. El amor que es solo cruz, es opresión, es resignación frente a la injusticia, es aceptación muda de los sufrimientos que otros nos imponen. Ahoga nuestra rebeldía, nuestras esperanzas y nuestro deseo de vivir. Debemos recordar que en los cuatro evangelios las discípulas no solo siguieron a Jesús hasta la cruz, sino que fueron las primeras testigos de la resurrección. ¿Por qué nos es fácil asociar a las mujeres al sufrimiento de la cruz, y tan incómodo reconocer el papel que tienen en el anuncio de la resurrección? En este tiempo pascual nos viene bien escuchar las voces de tantas mujeres de fe que son capaces de celebrar la vida y volver a creer aun en las horas más oscuras. Dejémonos guiar por las discípulas hacia el misterio del sepulcro vacío. Dejémonos guiar por tantas mujeres que saben abrirle un espacio a la vida y a la esperanza en medio de tanta muerte.
Las mujeres de la cruz, son también las mujeres de la resurrección. Son esas mujeres que visitan las cárceles, porque no pueden abandonar a los suyos. Son esas mujeres privadas de libertad, que vuelven una y otra vez a creer en sí mismas, y exigen una vida más digna para ellas y para sus hijos. Cantemos con ellas parte del himno que compusieron para el Papa. Que sus palabras nos regalen la alegría del Resucitado.
“Una luz empieza a brillar, hoy renace la esperanza.
Vuelvo a sentirme amada, de ataduras liberada
Dios me guía en tu mirar, se ilumina mi belleza
Hoy en mí vuelvo a confiar, desaparece la tristeza”.
* ¡Queridas amigas y compañeras de ruta, queridos amigos! Desde el primer domingo de Cuaresma, y hasta el último domingo del año litúrgico 2018, estaremos compartiendo con ustedes una reflexión sobre el Evangelio dominical. Con ello queremos visibilizar y compartir un comentario dicho por mujeres sobre la Palabra. Pueden encontrar todos los comentarios anteriores en Facebook, Mujeres Iglesia Chile y en la página de la Revista Mensaje, https://www.mensaje.cl/category/noticias/iglesia/
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