Hacer el bien, para Jesús, no es una cuestión de religión o doctrina, sino que es algo inserto en nuestro ser mismo.
Domingo, 29 de septiembre de 2024
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Marcos 9, 38-43. 47-48.
Juan dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies al infierno.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Una vez más Jesús me sorprende con su capacidad de amar, con la insistencia de explicar que vino para todos y todas. Ciertamente hacer el bien no es algo exclusivo de quien le sigue y quiere dejarlo muy claro, porque cada vez que hacemos el bien estamos siendo motivados y a la vez siendo asistidos por la Ruah. Hacer el bien, para Jesús, no es una cuestión de religión o doctrina, sino que es algo inserto en nuestro ser mismo. Pertenecer o no al grupo principal de Jesús queda bajo la libertad del accionar del Espíritu en las personas.
En el texto del evangélico, vemos cómo un discípulo puede reconocerse especialmente elegido y perteneciente a ese grupo exclusivo, puede atribuirse una cercanía privilegiada con Jesús, incluso puede llegar a creer que tiene potestad de decidir quién puede y quién no puede ser llamado por la Ruah para actuar en nombre del Maestro. La comunidad de Marcos, con este relato, nos desafía fuertemente a cada una y cada uno, confrontando la tendencia humana a querer controlar o domesticar al Espíritu Divino dentro de estructuras religiosas e institucionales, como si fuera propiedad de un grupo privilegiado.
Y entonces pienso en tantas mujeres sopladas por la Ruah para llevar adelante servicios, apostolados y ministerios, que se sienten disminuidas, infantilizadas, ridiculizadas por los que se creen superiores porque se piensan los únicos amados, elegidos y llamados por Jesús. Que hoy se sienten también con la potestad de decidir/discernir las vocaciones y han olvidado (o no quieren) abrir los ojos para ver la Ruah danzando donde quiere y rompiendo creencias instauradas hace tanto tiempo que ya ni tienen claro por qué lo hacen. La Ruah es como viento, dice Juan, sopla donde quiere y aquí claramente Jesús lo traduce al “no se lo impidas”. ¿Quiénes somos para impedir una vocación directa a nuestro corazón?
También, vienen a mi mente imágenes de numerosas hermanas que a diario expulsan demonios de soledad, incertidumbre, ignorancia, desconcierto, falta de fe… en fin, veo cómo a diario el Señor obra y hace milagros a través de ellas, devolviéndoles la dignidad humana cuando descubren que no están solas, que son capaces, que pueden ser líderes, que el Señor las ama con el mismo amor que a cualquiera; hermanas sintiéndose libres al descubrir que el bautismo nos configura a todos en igualdad de condición.
“El que les dé un vaso de agua…”. Ciertamente, como dice el texto, compartir el agua nos recompensa, porque el agua nos da vida, nos purifica, nos bautiza, y por tanto nos hace parte del Cuerpo Místico de Cristo. Del mismo equipo del Reino. Cuerpo de Cristo que debe usar las manos para abrazar, levantar, bendecir y no para apartar o segregar; piernas para caminar, avanzar, acercar; ojos para ver de frente, directo al alma y descubrir que cada miembro de este Cuerpo es llamado a bendecir dulcemente la vida de todos y todas. Y porque así lo quiso Jesús: iguales, con distintos servicios, pero eternamente iguales.
Compartir el agua nos recompensa, porque el agua nos da vida, nos purifica, nos bautiza, y por tanto nos hace parte del Cuerpo Místico de Cristo.
“Si tu mano te hace caer en pecado…”. Invitemos a amputar de nuestros corazones las actitudes exclusivistas que nos apartan del amor de Dios y también a nuestras hermanas/hermanos.
Fuente: Mujeres Iglesia Chile / Imagen: Pexels.