Profundizar nuestro encuentro con Jesús y a confiar siempre en Él.
Domingo 08 de agosto de 2021
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51)
Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo?’”.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
“No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas:
Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.
Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: solo Él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida.
Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
YO SOY EL PAN DE VIDA
La primera lectura del libro de Reyes propuesta para este domingo, nos lleva a contemplar nuestro propio cansancio y desesperación, cuando sentimos que el camino es superior a nuestras fuerzas. Quizás muchas veces nos hemos sentido como Elías, en soledad, abandono, con dolor, decepcionadas, decepcionados, con tristeza, al ver a nuestro pueblo, a nuestra Iglesia alejarse del Señor. En nuestro propio caminar eclesial observamos la inconsecuencia por el daño causado en tantas y en tantos; desafectada, alejada de la sencillez, cerrando sus oídos a tantas realidades, silente y con su mirada desviada de lo esencial, de lo simple, de lo cotidiano, de lo necesario. Muchas veces no hemos sido sensibles al sufrimiento de nuestras hermanas y hermanos que, durante esta pandemia, no solo han visto partir a sus seres queridos, en medio de la soledad, sino también han perdido sus trabajos, aprendiendo a vivir con su padecer. Duele ver cómo en nuestra “Casa Común” no empatizamos mutuamente, somos indiferentes, cómo nos distanciamos. Muchas veces fijamos la mirada en otro tipo de alimento, en otras prioridades.
Sin embargo, Dios Padre y Madre siempre camina al lado nuestro. Nos envía su aliento, su soplo, fuerza para cada día, esperanzas. Lo anterior lo vemos manifestado en la alegría que nos ocasionan pequeños detalles no casuales: mensajes, una llamada inesperada que nos entusiasma, un saludo cordial y tantas otras cosas que son regalo de Dios en nuestras vidas. Sin duda que lo anterior nos exige estar sensibles a su presencia, a tener apertura de mente y corazón para sentirle y acogerle.
Así como Dios levanta a Elías, dándole fuerza y alimento en su largo camino, Dios también se nos regala en su Hijo Jesús, Pan de Vida para la humanidad. Siempre, siempre, Jesús nos impulsa a levantarnos, y está en nosotras, en nosotros, querer hacer este esfuerzo de ponernos de pie y caminar, a partir del don de la libertad que hemos recibido y que eternizamos al ser colaboradores con Dios, ejerciendo nuestra voluntad unida a la suya. Es necesario aprender que alimentarnos física y espiritualmente es vital para caminar sostenidos en la Fe y en la Esperanza de sentirnos amadas y amados infinita y gratuitamente por el Señor, siendo parte de su sueño y de su Creación.
La invitación es a profundizar nuestro encuentro con Jesús y a confiar siempre en Él. Criticar y murmurar como lo hicieron los judíos con Jesús, desde la falta de identificación, lejanía, indiferencia, no nos permitirá avanzar, al contrario, nos restará de esa vida plena que poseemos. Dejemos de lado aquello que daña, como la envidia, el poder, la soberbia, la exclusión, el egoísmo. El sustento que necesitamos en nuestro país, en nuestra Iglesia, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias es la justicia, la fraternidad, la equidad y la verdadera y sincera inclusión, donde todas y todos importen, donde nadie sobre. Es Jesús, su mensaje, el Pan de Vida que nos da la energía para seguir caminando, para seguir avanzando en esta trayectoria de anhelos y vivencias, de historias, de búsqueda permanente de servir y misionar, desde donde estemos, desde lo pequeño o lo grande, desde los dones recibidos.
Jesús nos invita a acoger este Pan de Vida, este nuevo Maná. Nos invita a compartirlo. Nos unimos con Él en esta gran mesa horizontal para todas y todos donde llevamos lo que somos, lo que tenemos. Jesús mira con respeto y verdad nuestro corazón y nos invita a caminar, a alimentarnos de este Pan de Vida, para anunciar su Palabra, para ser testimonio de amor, de valentía, de alegría de ser mujeres nuevas, hombres nuevos, pueblo nuevo, revestido de luz, de esperanza. Queremos anunciar a Jesús, invitando a otras y otros a caminar juntas y juntos, ser sororas entre nosotras, y vivir la fraternidad entre todas y todos, apañándonos, escuchándonos como discípulas y discípulos del Resucitado.
Pidamos la gracia para aunarnos con la ayuda de la Ruah. Un abrazo sororal.
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