El atentado del Domingo de Ramos perpetrado en dos ciudades egipcias, con más de cuarenta muertos y cientos de heridos, reivindicado por el Isis (o daesh, usando la sigla en árabe), es una nueva señal de la intensa actividad de violencia que este grupo criminal lleva a cabo en Egipto y en el norte de África.
El tema no es muy conocido, pues la gran parte de los medios suele dejar desconectadas entre sí la evolución de las noticias en torno a temas como este. En efecto, parece cada vez más claro que el Isis está en retirada en Irak y en Siria, donde no ha podido resistir a la ofensiva de las fuerzas armadas de los gobiernos locales, respaldadas por coaliciones de aliados. Es un hecho que los territorios controlados por el Isis en los dos países, aunque desérticos y muy poco habitados, se han reducido de un 40% en dos años. Y eso ha provocado un flujo de milicianos que pertenecen a muchos países de mayoría islámica, además de algunos miles de europeos, que han regresado, por ejemplo, a su terruño en Túnez, Marruecos, Libia, Argelia y el propio Egipto, aunque con mayores o menores resultados, dependiendo del nivel de hostigamiento que reciben localmente. La peligrosidad de estos milicianos es grande, debido a que se han entrenado en el conflicto durante largo tiempo en Siria e Irak.
Egipto ofrece un terreno fértil para la llegada de combatientes, pese a que las fuerzas armadas del gobierno del Cairo se oponen con energía, respaldadas por los Estados Unidos e Israel. Sin embargo —y los atentados de este domingo lo han demostrado—, la situación se está haciendo difícil.
Es en la península del Sinaí donde se registra la mayor presencia de guerrilleros del Isis, teniendo que irse cientos de familias de egipcios de religión cristiano-copta. Hay documentos fotográficos de checkpoint realizados por milicianos del Isis en la región. En la zona fronteriza con la Franja de Gaza, controlada por la organización palestina Hamas, se ha establecido una colaboración importante entre los dos grupos.
En los últimos tres años, en el Sinaí se reportan unos 700 ataques, que desde el año pasado se han intensificado y han provocado un millar de bajas entre muertos y heridos; doce tan solo la semana pasada. El departamento de Defensa de los Estados Unidos se está viendo presionado por legisladores del Congreso para declarar la península como zona de combates, puesto que los reveses en Siria e Irak podrán incrementar la llegada de más milicianos. Los canales para reclutar guerrilleros y traerlos, incluso desde la cercana Jordania, podrían incrementarse, aprovechando que se trata de una amplia y desértica región.
Un enfoque altamente represivo del fenómeno, como lo ha sido la política del presidente egipcio Al Sisi, la pobreza de la región norteafricana, fuente de resentimiento social, y la propaganda de los grupos islamistas radicalizados, podría encontrar muchas adhesiones, como ya ha sucedido. El flujo de apoyos financiero proveniente de las corrientes religiosas radicalizas de las monarquías del Golfo, ha demostrado poder actuar y proveer de armas y abastecimiento al Isis, pese a la existencia de un conflicto armado para neutralizarlo. Lo que indica que estamos ante un problema no solo estratégico, sino esencialmente político, y cuya proyección podrá expandirse también hacia el continente europeo.
Pero para ello los gobiernos de Europa deben aclarar cuáles son sus objetivos. Luego de haber utilizado el radicalismo islamista para la desestabilización del régimen libio, primero, y luego el de Siria, ahora será más difícil luchar contra esta amenaza. La política de crear monstruos para luego destruirlos no paga.
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Federico Berti. Escribe para revista Ciudad Nueva de Argentina. Fuente: http://ciudadnueva.com.ar