A mí me encanta el fútbol, no lo voy a negar. Podría recitar de memoria alineaciones de la selección, bastantes resultados y he llorado con algunas alegrías y más de una pena en forma de eliminación. No soy objetivo. Como muchos más, repaso el calendario para comprobar que ningún partido me coincida con una inoportuna reunión. Y ahora llegado un atípico tiempo de Mundial. Además de todo lo deportivo, este año llegó acompañado de cierta polémica, no solo por la elección del anfitrión sino por todo lo que hay detrás, con los deseos de exhibición de un régimen muy particular y una eficaz política de blanqueamiento que se olvida de los derechos más básicos.
Y creo que el Mundial se tiene que celebrar. Sí, pues la política de anulación constante que algunos proponen y el boicot como modo de protesta solo trae ideologías, polémica y demasiada confusión: ¿por qué unos eventos sí y otros no? ¿Por qué unas causas son más justas que otras? ¿Quién decide esto? ¿Habría esas mismas críticas si no fuera el fútbol la excusa perfecta? ¿Existe el país perfecto? ¿Y si realmente es una oportunidad de apertura como ha ocurrido en otros países con eventos similares? Al fin y al cabo, pese a las sombras que persiguen al fútbol y la posibilidad de un gran negocio, el deporte es espacio de encuentro y sana competitividad entre países y culturas, algo que hace bastante falta en estos tiempos, dicho sea de paso.
Sin embargo, como sociedad no podemos olvidarnos de todo lo que hay detrás. Como en tantas cosas, no cuenta solo el resultado final, por muy bueno que sea el deporte y el fútbol que se practique. No vale todo, y más cuando hay movimientos sospechosos y se cobran demasiadas vidas en construir estadios faraónicos en medio de la nada. No podemos mirar para otro lado justificando el espectáculo de medio planeta a costa de la vida de miles de trabajadores en condiciones infrahumanas. El fin no justifica los medios. El fútbol ha de ser una fiesta para todos, no solo para una parte privilegiada.
No vale todo, y más cuando hay movimientos sospechosos y se cobran demasiadas vidas en construir estadios faraónicos en medio de la nada.
Basta ya de cloacas en el deporte, y por supuesto en otras tantas dimensiones de la sociedad en las que optamos por mirar para otro lado.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.