En 1922 Gabriela Mistral escribe el poemario Desolación. En él se encuentra el poema titulado “Nocturno”. En torno a él quisiera pensar algunas claves de lectura y de apropiación para nuestra experiencia humana y creyente. Dejarnos interpelar por la palabra de Mistral, por una palabra desgarrada, dolida, enmarcada en el quejido de un cuerpo que sufre y de un espíritu que pregunta por el sentido, pueden ser espacios de profundización de nuestras propias escrituras y discursos.
El poema comienza con la exclamación: “Padre Nuestro que estás en los cielos”. En ella reconocemos que existe una confesión de fe, es decir, algo decimos de Dios, lo caracterizamos o definimos. Gabriela Mistral se hace eco de las metáforas teológicas que sustentan nuestra experiencia cristiana. Por ello habla del Padre y del cielo. Esto es fundamental porque reconocemos que usamos metáforas conocidas para hablar de lo desconocido. Ese es el sentido de lo metafórico, del lenguaje, de la construcción del pensamiento. Constanza Michelson (2022), y a propósito de los símbolos en cuanto espacio de un decir humano, indica: “El símbolo requiere de la ausencia para representar algo y salirse de la materialidad de las cosas” (Hacer la noche, 22).
Luego de esta primera confesión o expresión, Mistral introduce una pregunta que podemos enmarcar dentro de la teodicea, es decir, de la pregunta que ante Dios surge por causa del dolor humano. Mistral exclama y pregunta: ¡¿Por qué te has olvidado de mí?! Es llamativo que ella sea una pregunta unida a los signos de exclamación. A propósito de la exclamación de un grito o de un dolor, Constanza Michelson (2022) se hace eco de lo expresado por el filósofo Josep María Esquirol: “Sigo a Esquirol (en La resistencia íntima): lo primero es el grito, luego el ruego, la interrogación es hija del ruego. El grito, el ruego, las preguntas son los movimientos de la existencia” (Hacer la noche, 108; La resistencia íntima 138). Esquirol (2015) profundiza en esta cuestión cuando indica: “Para rogar no hace falta decir nada. El ruego puede ser perfectamente ilocutivo (una intención). Se habla con los ojos, y la mirada ya es plegaria, de la misma manera que también se responde y se acoge con la mirada” (La resistencia íntima, 138).
¿Cuál es el centro del grito de Mistral? Podemos aventurar que es toca al problema de la ausencia o del silencio de Dios y de comprender que el silencio de Dios es complejo porque, pareciera, estamos acostumbrados a que Dios siempre sea sonoro. Por ello el poema de Gabriela Mistral es una protesta o un grito a Dios y por Dios. Mistral necesita respuestas, quiere ver a Dios, quiere sentirse protegida y sostenida por Dios. Por ello en el poema hay una manifestación de dolor: Mistral utiliza expresiones como costado abierto, la muerte, apretar la boca, nube de otoño herida (la creación está herida), una mujer traicionada, noche del huerto (está haciendo referencia a Getsemaní y la agonía de Cristo). Aquí es profundamente sugerente la implicación cristológica entre Cristo y Gabriela Mistral en cuanto ambos están en agonía.
La poeta del Elqui también habla de un “cansancio infinito”: el cual puede comprenderse como un dolor existencial, un dolor en medio de la época del no-dolor tal y como la caracteriza el filósofo Byung-Chul Han (2020). Lo que hace la poeta es narrar su dolor, que tomando forma poética es ante todo un dolor real, un dolor que impacta en su existencia y en el modo de estar en el mundo. Por ello es necesario que aprendamos a poner palabras o narración al dolor. Constanza Michelson (2022) insiste en ello al decir: “Si el lenguaje es capaz de ser hospitalario, es porque puede ampliar la imaginación para poder tramitar los afectos difíciles y contradictorios” (Hacer la noche, 89).
La poeta del Elqui también habla de un “cansancio infinito”: el cual puede comprenderse como un dolor existencial, un dolor en medio de la época del no-dolor.
Gabriela Mistral construye un relato y una escritura en cuanto la ausencia de Dios le provoca dolor. Dios aparece distanciado del cuerpo de la poeta. Es sugerente pensar en que Dios puede ser el nombre de una distancia, como lo expresa Michelson (2022). En sus palabras: “La muerte de Dios no es solo la caída de un significado, sino la crisis de la significación; nos deja a un paso de la caída en la simplificación y la literalidad” (Hacer la noche, 35). Y aquí volvemos a la pregunta central: ¿tiene significado Dios hoy?, ¿qué decimos cuando decimos Dios?, ¿cómo narrar a Dios a través de nuestro dolor, de nuestro cuerpo doliente?
Mistral es cuestionadora y por ello en su “Nocturno” exclama: “Y he apretado la boca, anegada de la estrofa que no he de exprimir” y en otro momento “No ver más enero ni abril”. Desde aquí entendemos lo que Byung-Chul Han (2020) expresa cuando dice que “es el dolor lo que pone en marcha la narración”. Gabriela Mistral narra desde su dolor personal que también es el dolor de toda una comunidad. La pregunta por Dios es la pregunta por el dolor y en el dolor.
Podemos recordar también lo que Carl Gustav Jung (2006) señala en su obra Respuesta a Job: a) Las preguntas religiosas son preguntas emotivas; b) indicar cómo Job es el sufriente de la Biblia por excelencia. Dice Jung: “Las experiencias de este tipo irrumpen en el hombre lo mismo desde dentro que desde fuera; no tiene sentido interpretarlas de manera racional y querer minimizarlas para defendernos así de ellas. Lo mejor es entregarse a la pasión, ceder a su violencia, y no pretender librarse de ella por medio de toda suerte de operaciones intelectuales o de fugas sentimentales” (Respuesta a Job, 18).
Por lo tanto: ¿Es posible abrirse a la esperanza en medio de la pregunta por Dios? ¿Cómo hacer experiencia de Dios en medio de su “Nocturno” y de nuestras propias noches? Pienso que la experiencia poética nos permite narrar y abrir ese monólogo interior en donde escribimos nuestra literatura personal como la define Margaret Meek (2008). En la plegaria, en el dolor sentido y pensado, en las contradicciones representadas en las palabras nos encontramos cara a cara con el fundamento de nuestra propia esperanza: el Dios de Jesús.