Renunciar a la cultura y a continuar aprendiendo, por creer que vivimos en un mundo totalmente opuesto al Evangelio, o por pensar que la fe no pisa suelo, es quitar oportunidades a Dios para seguir encarnándose.
¿Podríamos imaginar a Jesús sin familia? ¿O no yendo a la sinagoga en sábado? ¿Un Jesús sin circuncisión, o al que no le hubiera hecho falta buscarse un empleo para ganarse la vida? ¿Un Jesús que no hubiera celebrado, con sus connacionales, la Pascua judía? ¿O que en toda su vida no hubiera ido ni una sola vez al Templo o disfrutado de los platos típicos de su pueblo? Quitemos a Jesús todos sus elementos culturales, ¿qué quedaría de él? La realidad es que, sin todo eso, Dios no hubiera podido hablar un lenguaje humano. Sin cultura, no hubiera podido expresarse.
La cultura no puede ser reducida a instrumento para transmitir la fe. Dios mismo habita en ella, es su casa. ¿No vinculamos nuestra fe a los paisajes que nos vieron crecer, a la educación que recibimos y a las personas con las que crecimos? ¿No son importantes para nosotros determinadas canciones, algunas películas y libros que hicieron despertar un deseo, o darnos cuenta de que ya lo llevábamos dentro? Dios nos estaba esperando en nuestras calles, y el lenguaje de la fe nos ayudó a reconocerlo.
La cultura no puede ser reducida a instrumento para transmitir la fe. Dios mismo habita en ella, es su casa.
Hemos repetido hasta la saciedad que vivimos en una cultura secularizada. Pero hay que pensar bien qué significa esto. Porque una cultura puede haberse independizado de determinadas formas religiosas, pero no puede independizarse de Dios. En muchas expresiones culturales seguimos reconociendo su huella. A veces, explícitamente; otras, un poco más oculta. ¿Quién no vibra cuando una “heroína” lucha por una causa justa? ¿Quién no se emociona ante la transfiguración del infierno que hace Roberto Benigni para su hijo en La vida es bella? Hay todavía muchos productos artísticos que hablan de la presencia de lo crístico en el mundo, del misterio de Dios. Aunque no hablen explícitamente de Cristo ni de Dios, el Espíritu nos ayuda a reconocerlo y hablar de ello.
Renunciar a la cultura y a continuar aprendiendo, por creer que vivimos en un mundo totalmente opuesto al Evangelio, o por pensar que la fe no pisa suelo, es quitar oportunidades a Dios para seguir encarnándose. Dios sería católico sobre el papel, pero no en la historia. Es verdad que Dios no se identifica solo con aquella, y que el Evangelio también está para criticar la cultura. Pero esta sigue siendo el único lugar donde Evangelio y Dios pueden emerger con rostro humano.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.