En la solemnidad de la Navidad, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, el Santo Padre dirigió su tradicional Mensaje a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro y a quienes escuchan a través de la radio y la televisión, impartiendo la bendición Urbi et Orbi.
“Que nuestros corazones no estén cerrados como las casas de Belén”: fue la exhortación del Papa Francisco en su Mensaje de Navidad dirigido a la ciudad de Roma y al mundo, recordando que “Jesús conoce bien el dolor de no ser acogido y la dificultad de no tener un lugar donde reclinar la cabeza”.
Desde el balcón central de la Basílica vaticana, Francisco se dirigió a los numerosos peregrinos reunidos en una soleada plaza de San Pedro, recordando que los primeros que vieron la “humilde gloria del Salvador”, después de María y José, fueron “los pastores de Belén”, y recalcó que ellos “no se escandalizaron de su pobreza” sino que, como María, confiaron en la palabra de Dios y contemplaron su gloria con mirada sencilla”.
Con esta premisa y ante un mundo azotado por vientos de guerra y degradación humana, el Papa aseveró que “la Navidad invita a recordar la señal del Niño” y a reconocerlo “en los rostros de los niños, especialmente de aquellos para los que como Jesús no hay sitio en la posada”.
El pensamiento del Papa fue entonces a los niños de Oriente Medio, que siguen sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos.
“En este día de fiesta, invoquemos al Señor pidiendo la paz para Jerusalén y para toda la Tierra Santa; recemos para que entre las partes implicadas prevalezca la voluntad de reanudar el diálogo y se pueda finalmente alcanzar una solución negociada, que permita la coexistencia pacífica de dos Estados dentro de unas fronteras acordadas entre ellos y reconocidas a nivel internacional”.
El Santo Padre pidió también para que el Señor sostenga “el esfuerzo de todos aquellos miembros de la comunidad internacional que, movidos de buena voluntad, desean ayudar a esa tierra martirizada a encontrar, a pesar de los graves obstáculos, la armonía, la justicia y la seguridad que anhelan desde hace tanto tiempo”.
“Vemos a Jesús en los rostros de los niños sirios marcados aún por la guerra” —subrayó el Papa— “en los niños de Irak, que todavía siguen heridos y divididos por las hostilidades que los han golpeado en los últimos quince años”; “en los niños de Yemen, donde existe un conflicto olvidado”; en los niños de África, “especialmente en los que sufren en Sudán del Sur, en Somalia, en Burundi, en la República Democrática del Congo, en la República Centroafricana y en Nigeria”.
En el pensamiento del Pontífice también está la península coreana, por la que invitó a rezar para que se superen los antagonismos; y Venezuela, confiada al Niño Jesús “para que se pueda retomar un diálogo sereno entre los diversos compontes sociales”. Y también los niños que sufren la violencia del conflicto en Ucrania o los niños cuyos padres no tienen trabajo o que están obligados a trabajar desde una edad temprana. “Vemos a Jesús en tantos niños obligados a abandonar sus países” —insistió el Papa—, en cuyos ojos vemos el drama de tantos “emigrantes forzosos”. Sin olvidar a los niños encontrados en su último viaje a Myanmar y Bangladesh: “Espero que la comunidad internacional —afirmó— no deje de trabajar para que se tutele adecuadamente la dignidad de las minorías que habitan en la Región”.
“Acojamos en el Niño Jesús el amor de Dios hecho hombre por nosotros —pidió finalmente el Obispo de Roma— y esforcémonos, con su gracia, para hacer que nuestro mundo sea más humano, más digno para los niños de hoy y de mañana”.
— Texto completo del Mensaje de Navidad.
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Fuente: www.news.va / www.iglesia.cl