El perfume de la rosa o la contemplación amorosa de lo creado

Todos los seres humanos poseemos un Corazón que no se reduce al órgano fisiológico y que tiene que ver con el sentido de intuir a Dios.

Dice el poeta polaco Zbigniew Herbert en su poema De la rosa:

No me preguntes qué es una rosa El ave puede describírtela
su perfume aniquila el pensamiento la cara se desgasta por el suave roce
oh color del deseo
oh color de párpados que lloran
esférico grávido dulzor
rojo desgarrado hasta sus entrañas”.

La voz poética de Herbert parece hermanarse con los seres vivos que componen la escena: una rosa y un ave. Como dice Franco Berardi, el ser humano tiene el deseo de poetizar el mundo, de construir lingüísticamente la realidad y de, en los conceptos de construcción, abrir un exceso de sentido. Así un ave es quien ayuda al poeta y al lector a entender el perfume de la rosa y de expresar que ese perfume descrito termina aniquilando el pensamiento. La poesía es aquello que no aguanta el cálculo analítico de nuestro mundo hipertecnologizado. La poesía es una salida creativa y utópica a los modos únicos de pensamiento y, por ello, la palabra poética que fecunda a la rosa que aniquila puede estar vinculada con la contemplación amorosa de lo creado.

Ignacio de Loyola repetía continuamente: encontrar a Dios en todas las cosas. La contemplación, como espacio de una apertura de mente, corazón y cuerpo a la realidad que nos sostiene tiene que ver con aprender a afinar la mirada y gustar aquello que nos susurra la presencia de un Dios manifestado en la creación, en la relación con los seres humanos y en la vivencia de la interioridad. Siguiendo la huella de Ignacio de Loyola, el gran místico Anthony de Mello dice que el proceso de la contemplación no es algo fácil, ya que es necesario que nos vayamos liberando de todo aquello que nos ata a nosotros mismos. De Mello indica que todos los seres humanos poseemos un Corazón que no se reduce al órgano fisiológico y que tiene que ver con el sentido de intuir a Dios, de aprender a captar el Misterio, de dejarnos abrazar por el perfume de la rosa y por la palabra del ave.

La vida espiritual, el aprender a poetizar la realidad, el dar a nuestros discursos y prácticas imágenes llenas de sentido y fecundadas de profundidad constituye el sentido de lo que Z. Herbert nos propone en su composición. Los deseos, los sentimientos, las vicisitudes internas y los espacios de compartir en la comunidad son los elementos que se dan citan en los espacios de nuestras búsquedas creyentes. En definitiva, es aprender del ejemplo de Jesús:

“Miren los pájaros. No plantan ni cosechan ni guardan comida en graneros, porque el Padre celestial los alimenta. ¿Y no son ustedes para él mucho más valiosos que ellos? ¿Acaso con todas sus preocupaciones pueden añadir un solo momento a su vida? ¿Y por qué preocuparse por la ropa? Miren cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni cosen su ropa; sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se vistió tan hermoso como ellos. Si Dios cuida de manera tan maravillosa a las flores silvestres que hoy están y mañana se echan al fuego, tengan por seguro que cuidará de ustedes” (Mateo 6,26 ss).

Aprender de la rosa y del lirio, de las aves del cielo, del perfume de la rosa que aniquila nuestro egoísmo y uniformidad. Quizás por ese camino se va descubriendo el paso del Dios que se nos regala en cada gesto y visión contemplada de manera amorosa. MSJ

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