Elección del Consejo Constitucional: hechos y consecuencias

Las consecuencias políticas y electorales de la votación del pasado 7 de mayo, sintetizadas en una docena de perspectivas.

Del clivaje Sí/No de 1988 al del Apruebo/Rechazo del 2022

Si el plebiscito de salida del 4 de septiembre de 2022 fue la primera elección desde 1989 que no estuvo  determinada por el clivaje del Sí y el No establecido en el plebiscito de octubre de 1988, esta elección de consejeros constitucionales fue la primera informada y explicada por el clivaje del Apruebo y Rechazo del 4 de septiembre pasado. La increíble continuidad de resultados entre esta elección y el plebiscito previo, tanto a nivel nacional como regional y comunal, solo tiene comparación con la elección presidencial de 1989 respecto del resultado del Si/No en el plebiscito de 1988.

Las tres listas que se reclamaban del Rechazo sumaron 61,96% de los votos, como el 62% que había  obtenido este en el territorio nacional. Las listas del Apruebo sumaron 37,54%, y el Apruebo en septiembre 2022 había obtenido 38%. Las candidaturas independientes fuera de pacto consiguieron solo 0,5% de la votación.

La gravitación del 4-S en los resultados de consejeros resulta tan poderosa que la variación derivada de la presencia de 351 candidaturas con sus respectivas trayectorias y clientelas es muy pequeña. Todo indica que la amplísima mayoría de quienes optaron por el Rechazo en septiembre marcaron preferencia por las listas de los partidos que habían trabajado por esa opción y quienes se definieron por el Apruebo reafirmaron su decisión optando por las listas que se reclamaban de este.

LA SEGUNDA ELECCIÓN MÁS CONCURRIDA DE LA HISTORIA

Con 9.795.930 votos válidos, esta elección fue la segunda de mayor concurrencia efectiva de la historia de Chile, superando ampliamente los 8.271.893 de la segunda vuelta presidencial Boric/Kast de 2021 y  muy por debajo de los 12.750.518 votos válidos del plebiscito de salida de septiembre pasado, que fue una elección sin precedentes en materia de tiempo de campaña, cobertura mediática, información gubernamental y penetración en los hogares.

A pesar de que solo concurrieron 544 mil personas menos que el 4-S, la participación en términos de votos válidos cayó en 2,9 millones, pues hubo 2,4 millones más de votos nulos y blancos.

Era previsible el aumento de nulos y blancos por tratarse de una elección con voto obligatorio y que estuvo muy lejos de adquirir la relevancia que tuvo el plebiscito de salida, además de que siempre el voto nulo y blanco crece en elecciones de opciones múltiples respecto de las elecciones binarias, donde  hay solo dos alternativas y no fuerzan al elector a decidir entre 20 o 30 opciones para muchos desconocidas.

Seguramente una pequeña fracción de los 2.119.506 votos nulos es atribuible a una decisión política, desde la izquierda radical por la nula posibilidad que dejaban las reglas del juego a una nueva propuesta refundacional y desde la derecha en señal de protesta por la continuidad de un proceso constituyente que a su juicio debía cancelarse con el triunfo del rechazo. Estimo que este nulo de inspiración política debe estar entre el 10 y 20% (210 a 420 mil votantes) del total de nulos, pero no tuvo efecto alguno en el resultado, pues las listas mantuvieron básicamente los porcentajes del Apruebo y del Rechazo, disminuyendo ambos campos políticos en la misma proporción de votos.

En realidad, el 21,54% que anuló o dejó en blanco su voto corresponde mayoritariamente a personas que, de ser voluntaria la elección, no participarían en ella, sea porque no tienen un mínimo de información sobre lo que está en juego, carecen completamente de interés en las decisiones políticas o se sienten violentados por la obligatoriedad de adherir a un sistema político que les es indiferente o rechazan. Como hubo muchos votos anulados por marcar un candidato en cada lista o todas las candidaturas de una lista, un componente de los nulos puede atribuirse a la escasa información oficial sobre cómo votar, particularmente tratándose de la primera elección obligatoria con opciones múltiples, donde había que marcar preferencia por una candidatura entre varias dentro de una de las cinco listas electorales, ejercicio que más de 5 millones de electores no había hecho jamás.

TSUNAMI REPUBLICANO

Si bien confirmamos la tesis de que esta elección iba a reflejar la continuidad casi exacta del resultado del 4-S y esperábamos que el Partido Republicano se convirtiera por lejos en el primer partido de Chile, que fuera la lista más votada con 35,4% y a tanta distancia de Unidad para Chile y Chile Vamos fue una  sorpresa total, un verdadero tsunami y, como se sabe, los tsunamis son por definición imprevisibles.

La votación de Republicanos en esta elección es la segunda más alta de un partido en la historia de Chile contemporáneo, solo superado por la marea azul, cuando la Democracia Cristiana obtuvo 43,6% de los votos y 82 de 147 diputados en marzo de 1965, a solo cuatro meses de iniciado el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Republicanos fue la lista más votada en 12 de las 16 regiones, siendo superada levemente por Unidad para Chile solo en Atacama, Coquimbo y la Región Metropolitana, y por Chile Vamos en Aysén. El hecho de ser por lejos la lista más votada y de superar con largueza a las demás en  muchas regiones hizo que con 35,4% de la votación eligiera al 46% (23) de los 50 miembros del Consejo Constitucional electos por el padrón general.

Su mejor performance fue en Biobío (43,4%), seguido por Tarapacá (41%), Los Lagos (40,6%), Ñuble  (40,5%), Maule (39,1%), Antofagasta (38,1%), Araucanía (37,7%) y Valparaíso (37,2%). Entre las más bajas estuvo Magallanes (28,3%), Coquimbo (29,9%), Atacama (30,2%) y la Metropolitana (32,1%). Arica (35,7%), Los Ríos (35,1%) y O’Higgins (34,4%) estuvieron muy cerca del resultado nacional. Su resultado más bajo (21,5%) fue precisamente en la región con menos electores, donde la trayectoria y calidad de las candidaturas es mucho más incidente que en las regiones más grandes.

Es evidente que el voto por Republicanos tuvo poco que ver con las características de su elenco de candidaturas y mucho más con la marca del partido y, particularmente, su asociación estrecha al liderazgo del excandidato presidencial en 2017 y 2021, José Antonio Kast. No exageramos si decimos que el candidato en las 16 regiones fue en realidad el propio Kast y las candidaturas más exitosas de su  partido fueron precisamente las más identificadas por su relación con el líder republicano.

Es evidente que el voto por Republicanos tuvo poco que ver con las características de su elenco de candidaturas y mucho más con la marca del partido y, particularmente, su asociación estrecha al liderazgo del excandidato presidencial en 2017 y 2021, José Antonio Kast.

El Partido Republicano es, por cierto, un partido de derecha más radical y conservador que los partidos que integran Chile Vamos y compite con rudeza por el mismo electorado. Pero su crecimiento explosivo de 24,2 puntos porcentuales desde el 11,2% de las elecciones de noviembre 2021 al 35,4% del domingo 7 de mayo de 2023 no es principalmente a costa del electorado tradicional de derecha. De hecho, la lista de Chile Vamos solo retrocede poco más de 4 puntos desde el 25,4 al 21,1%. Casi 20 puntos, entonces, crece Republicanos más allá de la derecha, seguramente de manera privilegiada en los electores nuevos que se incorporan por la obligatoriedad, pero también en electorado de centro y de  izquierda más afectado por la crisis de inseguridad y narcotráfico, particularmente en comunas populares.

Mi interpretación es que tres factores desencadenaron en el último tramo de campaña este resultado  inesperadamente tan favorable para el Partido Republicano. El primero es que la demanda de orden, que había venido aumentando de manera sostenida en los últimos meses, tuvo un punto de inflexión con los asesinatos de los carabineros Alex Salazar, Rita Olivares y Daniel Palma entre marzo y abril,  pasando a ser el tema dominante sino exclusivo para la opinión pública, lo que repercutió favorablemente en Kast, que encarnó de manera emblemática la demanda de orden en la campaña presidencial pasada. Para muchos votantes, la razón principal del voto no fue la identificación ideológica o política con la opción conservadora que representa Republicanos, sino más bien su identificación con el clamor de mano dura frente a la delincuencia y el narcotráfico.

El segundo factor es que la dimensión de plebiscito a la gestión de gobierno fue avanzando en la campaña, catalizada por la orientación de la franja de Republicanos y de Chile Vamos, lo que favoreció  el desplazamiento de votos a los dos polos. Quien quería solidarizar con el gobierno, tendía a votar por la lista más identificada con este (Unidad para Chile), y quien quería expresar su rechazo al gobierno, tendía a preferir la lista de oposición más radical e inflexible a sus políticas, y menos a las fuerzas políticas de centroizquierda que se distanciaban del gobierno y a las opositoras que se sentaban a negociar con este. Y el tercer elemento provino del naufragio del Partido de la Gente (PDG), que en las semanas previas prometía un resultado cercano al 14% y terminó obteniendo 5,4% de los votos luego del escándalo de una candidata a consejera constitucional con condenas previas por narcotráfico. El PDG compartía y disputaba electorado con Republicanos, particularmente en los electores nuevos, los más distantes de la política, los más desconfiados del Estado, los más refractarios a las promesas de los partidos. Mi apuesta es que el desfonde de Franco Parisi y su partido le aportó 7 a 9 puntos adicionales al Partido Republicano, consolidando así su explosivo crecimiento en la última recta de campaña.

DERECHA POR PRIMERA VEZ MAYORÍA ELECTORAL ABSOLUTA

Republicanos y Chile Vamos (RN, UDI y Evopoli), partidos que se reclaman de derecha, superaron por primera vez el 50% de los votos en una elección entre partidos políticos. Parece muy lejano, pero en mayo de 2021, en la elección de Convencionales, la lista única de estos mismos partidos había sumado apenas 20,57% de los votos, y en la elección de diputados de noviembre del mismo año, en listas separadas, obtuvieron 36,62%.

Esta vez la votación sumada del Partido Republicano (35,41%) y de Chile Vamos (21,07%) llega a 56,48% y 5.532.165 votos. En volumen, por supuesto, la más alta votación de la derecha en toda su historia, incluidas las segundas vueltas presidenciales, donde Sebastián Piñera tenía el récord con 3.796.918 votos y 54,57%. En las elecciones comparables, donde compiten los partidos, los mejores resultados para la derecha se habían verificado en 2021 (44,27%), empujados por el ascenso de Joaquín  Lavín, y en 2009 (43,45%), asociados a la candidatura presidencial de Piñera, que en primera vuelta logró 44,06% de la votación.

Es evidente que este resultado histórico está asociado a la participación masiva de electores que no concurrían habitualmente a votar. Se trata de personas que desconfían más del Estado y de la política que los votantes frecuentes, propensos a dejarse llevar más por sus temores que por sus esperanzas, movidos mucho más por sus urgencias coyunturales que por adhesión a marcos ideológicos, políticos o programáticos, en fin, más disponibles para votar en contra que a favor de algo, muy disponibles para votar contra el poder de turno, cualquiera sea su orientación ideológica y política. Por esto el resultado es por definición provisorio y mal harían los partidos de derecha en creer que su victoria corresponde a  un giro de la sociedad en esa dirección. La política suele incurrir en el error de entender cambios coyunturales como si se tratara de modificaciones estructurales. Los partidarios de Bachelet en 2013 interpretaron el triunfo en segunda vuelta como un giro a la izquierda y sus reformas rebotaron en la clase media, luego los seguidores de Piñera en 2017 actuaron como si la sociedad hubiera virado a la derecha y a poco andar se encontró con un estallido social que casi tumba a su gobierno, más tarde los partidos de Boric se olvidaron de que solo 25,8% respaldó su propuesta y pensaron que los chilenos que le dieron el triunfo en segunda vuelta estaban respaldando su programa de cambios estructurales y  solo seis meses más tarde le dieron un portazo a esa pretensión desde sus urgencias coyunturales.

Esperemos que esta vez la política sepa conjurar esa equivocación consuetudinaria.

RETROCESO DE LAS IZQUIERDAS

La izquierda había avanzado considerablemente en la elección de Convencionales de mayo 2021, pues Apruebo Dignidad obtuvo 18,75% de los votos, los partidos a su izquierda (PEV, PH, PTR y UP) sumaron 5,59% y la mayor parte del 36% que recibieron las listas independientes representaban liderazgos alineados en la izquierda. La centroizquierda agrupada en la Lista del Apruebo (del PS a la DC) sumó 14,45% de los votos. Pocos meses después, ya no con las reglas excepcionales de la elección  de convencionales, Apruebo Dignidad obtuvo 20,97% y los partidos a su izquierda (PH, Igualdad, PEV, PTR y UP) sumaron 11,62%, totalizando 32,59% de los votos válidos. La centroizquierda, por su parte, bajo la denominación de Nuevo Pacto Social, sumó 17,17%, a lo que podría añadirse 0,71% del PRO, totalizando 17,88% de los votos.

El 7 de mayo la izquierda retrocedió 11,13 puntos porcentuales respecto de la elección de diputados de 2021, de 32,59 a 21,46%, desde un tercio de los electores a poco más de un quinto. La centroizquierda,  por su parte, experimentó una baja de 1,8 puntos desde 17,88 a 16,08%, considerando a los mismos partidos que concurrieron juntos a la elección parlamentaria de 2021 (desde la DC al PS). El mundo de izquierda y centroizquierda, consideradas las siete listas que se reclamaban del sector, había sumado 50,47% en la elección de diputados de noviembre 2021 y ahora las dos listas que se reconocen en este mundo totalizan 37,54% de la votación.

El hecho de que el Frente Amplio y el Partido Comunista no tuvieran esta vez competencia por su izquierda crea la ilusión de crecimiento al comparar sus votaciones con las de 2021, pues efectivamente el PC aumenta su votación en 7 décimas, de 7,36 a 8,08% y el F.A. aumenta casi 4 décimas de punto, de 11,91% en 2021 a 12,30% en esta elección de consejeros constitucionales, pero es evidente que, de haber competido como en 2021 con formaciones situadas a su izquierda, este leve crecimiento habría devenido en retroceso de su adhesión electoral.

La centroizquierda, por su parte, no logró detener y menos aún revertir la pérdida de adhesión que venía experimentando hace ya varias elecciones. En elecciones de diputados de 2009 los cuatro partidos de centroizquierda representaban al 40% de los votantes, cifra que se mantuvo en 2013 pero descendió al 30% en 2017 y a la mitad (15,2%) en 2021. El PPD representaba 12,7% en 2009 y 11% en 2013, descendió abruptamente a 6,1% en 2017, la primera elección post binominal, y continuó bajando en 2021, donde sumó apenas 3,8% de los votos, no muy lejos del 3,6% de la elección de consejeros. La DC mantuvo su liderato en 2009 y 2013 (14,2 y 15,5%, respectivamente), baja a 10,3% en 2017, luego cae abruptamente en 2021 a 4,2% y ahora a 3,8% de los votos. El PS obtuvo 9,9% en 2009, creció a 11,1% en 2013, disminuyó levemente a 9,8% en la primera elección proporcional de 2017, cayó a 5,4% en 2021 y recuperó 6 décimas para obtener 6% en esta elección. El PS resiste mejor el paso desde el binominal al proporcional que el PPD y la DC, seguramente por una identidad política más nítida y un componente mayor de electorado propio, mientras el PPD se alimentaba principalmente del electorado identificado con la Concertación, al igual que la DC desde el 2000 en adelante.

La centroizquierda no logró detener y menos aún revertir la pérdida de adhesión que venía experimentando hace ya varias elecciones.

El esfuerzo tardío de recuperación de su identidad y diferencia con la izquierda radical que representó la conformación de la lista Todo por Chile, que apuntaba a recuperar al menos parte del voto de centro y centroizquierda que optó por el Rechazo el 4-S, no logró su propósito porque los partidos que la conformaron habían sido activos promotores del Apruebo y su relación con el gobierno los bloqueaba  para la recuperación de votos del Rechazo y al mismo tiempo los debilitaba en la disputa del voto Apruebo y de respaldo al gobierno.

Lo que tuvo esta elección de plebiscito a la gestión del gobierno contribuyó, por cierto, a engrosar los electores de la lista Unidad para Chile, definida nítidamente como oficialista, y de la oposición más inflexible y encarnizada al gobierno representada por el Partido Republicano. Eso debilitó, por cierto, las opciones de quienes desde la derecha participaron en instancias de diálogo con este y quienes, aunque con timidez, buscaron desde la centroizquierda distanciarse del gobierno en algunos temas sensibles.

NAUFRAGIO (¿DEFINITIVO?) DEL PDG

Franco Parisi, economista y profesor de la Universidad de Chile, conocido popularmente por un programa de televisión, se presentó como candidato independiente en 2013, arribando tercero de nueve candidatos, con 10,1%, detrás de Michelle Bachelet (46,7%) y Evelyn Matthei (25%). Volvió a ser candidato en 2021, luego de haber constituido un partido político —el Partido de la Gente— a partir de los  usuarios de Felices y Forrados, web de asesoría financiera liderada por el economista Gino Lorenzini. Esta vez obtuvo 12,8% de los votos, de nuevo tercero, detrás de José Antonio Kast (27,9%) y Gabriel Boric (25,8%), superando levemente a las candidaturas presidenciales de Chile Vamos y de la exConcertación.

Dedicando su franja presidencial a orientar su voto hacia la lista parlamentaria del PDG, consiguió un 8,4% de los votos y sorprendió eligiendo seis diputados, a pesar de presentar candidaturas completamente anónimas, sin ninguna trayectoria pública previa. El concepto central del PDG consistía en la crítica simultánea a la izquierda y a la derecha, a la política en general y también a los grandes empresarios, buscando identificarse con la clase media y apuntando al creciente electorado sin identificación política.

A poco andar se pudo ver la dificultad de navegar en política sin definiciones ni convicciones propias, con el solo discurso de “hacer lo que la gente pida”, pues cuando tuvo que tomar decisiones, su bancada parlamentaria terminó dividida en dos y mostrando envejecimiento prematuro, con prácticas internas más propias de un partido en su fase terminal que al inicio de su despegue. A pesar de la pérdida de novedad y prestigio del partido, que había fracasado allí donde Kast había tenido éxito, en estructurar una orgánica con presencia territorial importante, Parisi era su principal y exclusivo potencial electoral, apuntando y conectando bien con ese electorado nuevo que se había incorporado con el voto obligatorio. Cuando todo indicaba que podía disputarle a Republicanos parte del votante inhabitual, sin marco ideológico ni identificación política, el fenómeno mediático que representaba se derrumbó mediáticamente al conocerse que una de sus candidatas a consejera constitucional había sido condenada por tráfico de drogas.

Finalmente, en lugar de su previsible avance electoral, retrocedió significativamente de 8,4% en 2021 a  5,5% de los votos. Si miramos su resultado en los distritos donde eligió diputados (regiones de Antofagasta y Coquimbo, distrito 6 de la Región de Valparaíso, distrito 8 en la RM y distritos 20 y 21 en la Región del Biobío), en todos está muy por debajo de lo que se requiere para elegir representantes y en la Región de Valparaíso los conflictos internos provocaron un error en la inscripción que los dejó fuera de la elección.

Con este resultado inferior al de su emergencia en 2021, con la mitad de sus diputados intentando inscribir un nuevo partido, con el explosivo aumento del rechazo a su líder Franco Parisi (llegó a 71% en la encuesta Cadem después de la elección) y con parte de su electorado potencial atraído por un Partido Republicano victorioso, es muy difícil imaginar su recuperación de aquí a las elecciones municipales y regionales, por lo que es muy probable que su existencia haya sido más efímera incluso que el PRI, hoy desaparecido de la escena política.

CONSECUENCIAS
REPUBLICANOS: OTRA COSA ES CON LA LLAVE

La actitud de Kast y la directiva del Partido Republicano ha tenido sin duda un giro desde que eligió 23  consejeros constitucionales el 7 de mayo y pasó de ser un crítico radical a la idea de una nueva Constitución, a expresar su disposición a participar en la construcción de un acuerdo que sea satisfactorio para la gran mayoría de los ciudadanos. Es naturalmente distinto el comportamiento de un actor político cuando representa una minoría testimonial que cuando el pueblo lo pone en el centro de la escena con el poder de decidir si hay o no una propuesta de nueva Constitución para someterla a plebiscito el 17 de diciembre próximo.

Kast tendrá que decidir qué camino seguir: si acoger en general la propuesta consensuada por el Comité  de Expertos y complementar el acuerdo con el oficialismo para proponer un texto que represente a todos, ejercer su mayoría para que el texto refleje las principales demandas del núcleo duro de su electorado dejando al oficialismo en el campo del rechazo, o derechamente saltarse el plebiscito de diciembre impidiendo que haya propuesta.

Los tres caminos posibles tienen pros y contras para la viabilidad de la candidatura presidencial de José  Antonio Kast, que me parece será el factor decisivo en la evaluación que haga Republicanos para tomar su decisión.

Habrá nueva Constitución solo si Boric y Kast se ponen detrás de la propuesta a plebiscitar en diciembre porque en ese caso esa elección no será ni un plebiscito a la gestión de gobierno ni tampoco a la candidatura presidencial del líder republicano.

Que se apruebe una Constitución de consenso sería sin duda una de las cuestiones decisivas del periodo presidencial de Gabriel Boric, aun cuando ello implique abandonar las pretensiones refundacionales de  su coalición original. También sería la prueba de gobernabilidad para un liderazgo cuyo principal obstáculo en su camino al poder es justamente la inflexibilidad para construir acuerdos, aunque eso signifique la decepción de parte de su barra brava.

Que se apruebe una Constitución de consenso sería sin duda una de las cuestiones decisivas del periodo presidencial de Gabriel Boric, aun cuando ello implique abandonar las pretensiones refundacionales de  su coalición original.

PRIORIDADES COYUNTURALES VS REFORMAS ESTRUCTURALES

El 4-S dejó en evidencia que el gobierno no solo no tenía mayoría en la sociedad, sino que también era  minoría social, y el apoyo del 25,8% que tuvo el programa de reformas estructurales y el liderazgo del presidente en noviembre de 2021 había crecido, pero se mantenía muy lejos de concitar adhesión mayoritaria. Esta elección no hace sino confirmar esa situación.

La pregunta de si el gobierno insistirá con sus reformas estructurales es solo retórica. La disyuntiva real  es entre abandonar definitivamente dichas reformas culpando a la oposición (e indirectamente al pueblo) de su rechazo o modificarlas hasta el punto de alejarse de su condición “estructural” para tener mayoría en ambas cámaras. La lógica que llevará al presidente Boric a respaldar un texto constitucional  muy lejos de la propuesta de la Convención es la misma que lo hizo introducir la flexibilidad laboral resistida por los suyos para lograr aprobar las 40 Horas o rebajar la tasa del Royalty minero, consiguiendo su aprobación ampliamente mayoritaria. En las condiciones de minoría social y política en que se encuentra el gobierno, podemos esperar ejercicios similares y de mayor profundidad en su distanciamiento de los proyectos originales, tanto en materia tributaria como previsional.

Sabemos que el resultado de la elección tuvo poco que ver con las diferentes expectativas sobre los contenidos de una nueva Constitución y mucho más con la crisis de seguridad y la demanda de mano dura contra la delincuencia y el narcotráfico, así como con la inflación y la incertidumbre económica. Convengamos que el gobierno del presidente Boric, particularmente después del 4-S, ha iniciado un proceso de mutación que lo ha llevado a ser hoy un gobierno muy distinto del que imaginaron sus impulsores hace solo un año. El mazazo del 62% en septiembre pasado mostró la disociación gigantesca entre el lenguaje, las prioridades discursivas y de gestión de quienes gobiernan y el sentido común popular mayoritario. A partir de ese momento, comienza una transformación que no puede sino  ser reforzada después del resultado del 7 de mayo, que mostró un retroceso significativo en la votación de izquierda, reafirmó la relevancia de los temas de seguridad y crecimiento económico y obliga a salir  de la trinchera para conseguir mayoría para concretar avances sociales que le permitan recuperar adhesión social y enfrentar en mejor pie las elecciones municipales y regionales de octubre de 2024.

PARTIDOS SIN ELECTORES PROPIOS

El Partido Republicano, con su 35,4% de los votos, dejó en evidencia la fragmentación actual del sistema político. El segundo partido es la UDI, con 8,86%, y luego el PC (8,08%), RN (7,4%), PS (5,96%), Convergencia Social (5,72%) y el PDG con 5,48%. Los otros diez partidos en competencia estuvieron bajo el umbral de 5%: Evópoli (4,81%), RD (4,33%), DC (3,78%), PPD (3,59%), Comunes (2,25%), PR (1,58%), Liberales (1,17%), FRVS (1,02%) y Acción Humanista (0,07%).

Cuando todos apuntaban a la UDI como víctima privilegiada de Republicanos, resultó RN más perjudicada, quedando un punto y medio por debajo de la UDI, recuperando esta su condición de partido mayoritario de Chile Vamos que tenía en 2013 y había perdido en 2017 y 2021 en favor de RN.

¿Cómo se explica que a pesar de que Republicanos tiene un presidente de partido y un líder provenientes de la UDI, sea RN la más perjudicada? Simplemente porque no existe sino marginalmente  un electorado diferenciado de la UDI, de Renovación Nacional y de Evópoli, lo que existe es el electorado de derecha que vota según la calidad e idoneidad de las candidaturas que los partidos de ese sector presentan a las elecciones. Y eso mismo vale también para el electorado que aún se identifica con lo que fue la Concertación y, por supuesto, lo que representa hoy el Frente Amplio. Es evidente que  no existe un electorado diferenciado entre RD, Convergencia Social y Comunes, lo que hay es una franja de electores que se identifica con el Frente Amplio.

La gigantesca disparidad de tamaño entre Republicanos y el resto debería constituir un aliciente para que partidos que comparten un mismo electorado y tienen comunidad programática avancen a la formación de grandes partidos que representen corrientes de opinión significativas de la sociedad chilena y no clientelas de determinados liderazgos. Si, además, como hemos visto en el trabajo de los expertos, el diagnóstico es compartido de que la fragmentación excesiva del sistema político es un problema para su funcionamiento, es muy probable que el aliciente electoral para converger derivado de las últimas elecciones sea complementado y catalizado por normas de la nueva Constitución que castiguen la fragmentación e incentiven la formación de grandes formaciones políticas representativas  de los idearios presentes.

LA DISYUNTIVA DE CHILE VAMOS

La centroderecha no fue, como vimos, la principal afectada por el tsunami Republicano, pues perdió solo 4,38 puntos porcentuales, mientras Republicanos creció casi 20 puntos más de los que le arrebató a  los partidos de Chile Vamos.

Por supuesto, hay un campo de disputa por el mismo espacio electoral entre Chile Vamos y Republicanos, pero también hay un campo propio, diferenciado para cada uno. Sería una equivocación fatal ceder a la tentación de hacer un largo viaje persiguiendo el Santo Grial de votantes populares que puede ser un espejismo, pues en presencia de nuevas prioridades coyunturales, favorecerán otras opciones electorales o dejarán de votar, en la eventualidad de que la obligatoriedad caiga en el olvido, como ya ocurrió hace un par de décadas en Chile. La franja de votantes conservadores e ideológica y políticamente de derecha radical preferirá el original a la copia y, al mismo tiempo, Chile Vamos correría el riesgo de que parte importante de sus electores migre hacia formaciones políticas más moderadas que asuman el nuevo clivaje de la sociedad y la política establecido a partir del Rechazo/Apruebo en el plebiscito de septiembre pasado.

La experiencia de España debiera enseñarles de manera inequívoca que competir con Republicanos por quién es más conservador y se atrinchera en sus ideas con mayor inflexibilidad y menor vocación de diálogo, es un camino que conduce a entregarle el liderazgo y definitivamente la mayoría política del sector a ese partido. Algo parecido a lo que hizo la centroizquierda con sus ideas y sus gobiernos en los  últimos años respecto del Frente Amplio con los resultados conocidos. Cuando el Partido Popular de España volvió a ponerse en el centro de la escena proyectándose como la fuerza que da gobernabilidad, hizo retroceder a Vox y se puso nuevamente en condiciones de competir por el Ejecutivo.

Pero esa es la disyuntiva de Chile Vamos: o se deja llevar por la marea y borra su diferencia respecto de  Republicanos o confirma el camino que lo llevó al éxito en la campaña del rechazo y a la nueva Constitución, amplía su coalición hacia el centro y apuesta con convicción a actualizar un sistema político anclado a clivajes que ya no explican la sociedad actual.

EL COSTO DE GANAR ANTES DE TIEMPO

Si un partido con candidato presidencial definido hubiera obtenido un triunfo tan categórico como el de  Republicanos, en la elección municipal-regional de octubre de 2024, unos estarían celebrando y otros lamentando la inevitabilidad de su triunfo presidencial al año siguiente. Por supuesto, el resultado reforzó la posición de Kast como presidenciable, le entró viento de cola a su carrera presidencial, el punto es que lo puso en el centro de la escena cuando hasta ahora su estrategia era de progreso gradual, desde una posición externa al poder y un comportamiento más bien sigiloso, controlando rigurosamente su participación en la escena nacional, mientras se sumergía en el territorio.

El resultado del 7-M lo catapultó al centro de la escena política, clausuró el posicionamiento testimonial sostenido hasta ahora y sus decisiones políticas pasan a tener una relevancia inusitada, por de pronto tiene la llave del proceso constituyente y el modo en que la use le traerá inevitablemente un costo, el de bloquear el proceso, porque todos saben que puede hacerlo, o el de concurrir a un acuerdo que dejará sin duda insatisfecha a la parte más movilizada de su nutrida fanaticada, constituida por personas que comparten con la barra brava de Apruebo Dignidad la intensidad y radicalidad con que abrazan sus causas.

No olvidemos que una parte no despreciable de su volumen de votos viene de un electorado antisistema, que rechaza todo lo que viene del sistema político, más propenso a identificarse con quienes están en el margen o al frente que con aquellos que son protagónicos y participan de los acuerdos. El solo hecho de pasar a ser un partido respetado por su tamaño, mayoritario en una instancia  que no goza de gran popularidad ni confianza, como el Consejo Constitucional, puede alejarlo de una parte de sus electores, y si participa junto a los otros del acuerdo, esto puede ser más masivo. Pero si hace lo que quisieran sus electores ideológicamente más duros y también los más ajenos a la política, perderá la oportunidad que le brindó el resultado de demostrar que ya no es el candidato testimonial sino alguien capaz de contribuir a terminar con este proceso constituyente de buena manera, proyectando la necesaria idea de gobernabilidad que requiere todo candidato para lograr ganar la  elección y no solo hacer una digna competencia.

Y seguirá habiendo obstáculos en la carrera. Porque cuando enfrente la elección de concejales, cores, alcaldes y gobernadores regionales de octubre de 2024, el 35,4% será una pesada mochila. Porque la política funciona con reglas equivalentes a la economía, lo que importa son las curvas y tendencias. Es muy distinta una elección con franja de televisión y mensaje único, donde se eligen a escala de las regiones 50 miembros de un consejo constitucional para una tarea de carácter nacional, abstracta y poco identificable por los electores, que cuando se eligen 2.252 concejales, 302 consejeros regionales, 345 alcaldes y 16 gobernadores regionales, todos en sus respectivos territorios y para realizar tareas que dicen relación con estos. Además, sin franja televisiva. En la elección de consejeros constitucionales los  electores tendieron a votar por la lista, la marca del partido y, en el caso de Republicanos, podría decirse que votaron por su líder, José Antonio Kast, que en la práctica fue un candidato mucho más visible  en las 16 regiones de Chile que los candidatos y candidatas de su lista. Aquí, en cambio, la calidad, trayectoria, nivel de conocimiento y prestigio de los elencos tienen una gravitación mucho mayor.

Añádase la ventaja de los partidos que presentan a la reelección gran cantidad de candidaturas de personas que hoy ejercen sus cargos, mientras Republicanos no eligió ningún alcalde y ningún gobernador regional. Solamente 12 concejales y 15 consejeros regionales, aunque es previsible que con este resultado se le sumen algunos ediles para correr por sus colores en la próxima elección.

De todas maneras, le será muy difícil ganar las elecciones municipales y regionales, a lo menos del espectacular modo en que ganó la elección del 7 de mayo pasado. También debe decidir entre buscar el  máximo de votos propios con candidatos a alcalde y gobernador regional en todos los territorios o establecer algún tipo de acuerdo en los cargos uninominales (alcalde y gobernador), sea lista común con negociación o primarias legales o pacto por omisión negociada, todo ello para no pagar el costo de impedir el previsible triunfo de la derecha sobre el oficialismo en las elecciones de octubre de 2024, porque desde 2004 en adelante, el sector político que ganó la elección de alcaldes resultó victorioso al año siguiente en la elección presidencial.

En suma, Kast y su partido vivirán los placeres, pero también las dificultades y desafíos de ser el principal partido de Chile y el candidato presidencial mejor aspectado. El camino es largo y ha de sortear, como describimos, varios obstáculos en su carrera. Perfectamente informados, además, de que  el cementerio está pletórico de candidaturas presidenciales que no llegaron a la Moneda después de haber disfrutado de indiscutido favoritismo antes de tiempo.

Kast y su partido vivirán los placeres, pero también las dificultades y desafíos de ser el principal partido de Chile y el candidato presidencial mejor aspectado.

CON FRANCIA 2002 A LA VISTA: OBLIGADOS A ELEGIR ENTRE CHIRAC Y LE PEN

Las últimas cuatro elecciones presidenciales chilenas tuvieron ganadores de distinto signo político, diferentes generaciones y géneros. Sebastián Piñera contra Eduardo Frei en 2009, Michelle Bachelet vs  Evelyn Matthei en 2013, Piñera contra Alejandro Guillier en 2017 y Gabriel Boric contra José Antonio  Kast en 2021, las últimas cuatro elecciones presidenciales las ganó el representante de la oposición. Y esta nueva constante nacional, luego de tres elecciones seguidas ganadas por el oficialismo (Frei 1993, Lagos 2000 y Bachelet 2006) no es privativa de Chile, sino predominante también en los últimos años en América Latina, mostrando lo complejo que resulta gobernar nuestros países hoy.

Derrotar esa constante de cuatro elecciones seguidas no es imposible, por cierto, pero requeriría un cambio sustancial en la evaluación ciudadana del gobierno actual, sino una victoria, al menos evitar la derrota en las elecciones de alcaldes y gobernadores regionales, que hace rato viene determinando el resultado presidencial posterior. Adicionalmente, requeriría reducir sino derechamente eliminar todo atisbo de fragmentación del progresismo en la carrera presidencial de 2025. Las tres condiciones expuestas para revertir la constante de alternancia presidencial son muy difíciles de cumplir,  particularmente porque se trata de requisitos copulativos, es necesario que concurran todos.

Todo indica que el proceso de mutación gubernamental en curso motivará una candidatura presidencial  a su izquierda, desde la refundación nacional frustrada, las promesas de reformas estructurales no realizadas y la reivindicación de las fuerzas protagónicas del estallido social. Por su inveterada tendencia a la mitosis, perfectamente podría incluso haber más de una candidatura para representar esa franja de electores. Marco Enríquez-Ominami lleva tres procesos electorales compitiendo en primera vuelta con variados resultados, no sería una sorpresa si participa de la competencia por el voto progresista. Imagino que habrá una sola candidatura de los partidos del oficialismo surgida de una primaria legal, presumiblemente entre dos o tres ministros(as) del actual gabinete. Tampoco es descartable que participe en la primera vuelta una candidatura surgida de los partidos emergentes que desde la centroizquierda buscan su espacio al centro, solos o junto a otros. Por supuesto estará en la papeleta el candidato del Partido Republicano y la candidatura de Chile Vamos, seguramente salida de  una elección primaria, donde hasta ahora Evelyn Matthei es favorita.

Si, como nos lo anunció la elección de consejeros constitucionales, Kast se consolida como una candidatura con opción de ganar, y las encuestas siguen siendo tan categóricas como hoy para darle el triunfo en la competencia con un candidato o candidata de los partidos del oficialismo, la resistencia que genera su figura en parte importante de la población puede llevarnos a un desplazamiento de electores hacia la candidatura de Chile Vamos. Una competencia en segunda vuelta entre Kast y Matthei es un escenario de ocurrencia probable, quizás el de mayor probabilidad hoy, a menos que el oficialismo sepa conjurar el riesgo de fragmentación, tenga un resultado aceptable en las municipales y regionales de 2024 y mejore significativamente la evaluación ciudadana del gobierno.


Imagen: Pexels.

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