Si abres un poco los ojos y el corazón te encuentras con realidades que te tocan el corazón y te remiten un Jesús que está presente en cada prisión.
Al entrar en una cárcel el contexto resulta extremadamente hostil: los portones automáticos abriéndose y cerrándose ruidosamente, los altos muros, las puertas pesadas de las celdas, el personal de seguridad… Pero más hostiles son los prejuicios que tenemos y que nuestra sociedad alimenta sobre las personas privadas de libertad. Qué triste es oír «más años tenían que estar», «que se pudran», «no se merecen salir»… Esas son algunas de las cosas más suaves que escuchamos.
Pero el evangelio es claro y nos invita a ir dentro. La sorpresa se produce cuando ya entras para encontrarte con esos supuestos «monstruos» que te han dicho, pero la realidad es que te encuentras con… personas. Sí, hombres y mujeres, mayores y jóvenes, nacidos aquí y allá, con miedos y sueños, con frustraciones y esperanzas. Muchas vidas golpeadas por infancias llenas de abuso, otras con problemas serios de salud mental, adicciones o heridas por las garras de una ley de extranjería que tantas vidas destroza.
A poco que lo pensemos nos damos cuenta de que naciendo en ciertos contextos y tomando algunas malas decisiones cualquiera podríamos estar ahí. No hay móviles, internet ni mucha comunicación con el exterior. Tampoco muchos medios para aprovechar el tiempo y caminar hacia la reinserción. Y en ese contexto se hace especialmente denso lo más humano. Se valora como en ninguna parte la libertad, la relación con la familia, el cariño de hijos, la fe, un paseo o una llamada de una vieja amiga. Una visita, una carta o un regalo del exterior son el tesoro más preciado. Y en medio de tanta limitación y hostilidad surgen las preguntas hondas, de sentido, sobre el bien y mal, el infringido y el recibido. Y si abres un poco los ojos y el corazón te encuentras con realidades que te tocan el corazón y te remiten un Jesús que está presente en cada prisión.
Naciendo en ciertos contextos y tomando algunas malas decisiones cualquiera podríamos estar ahí.
Es muy evidente la presencia de Dios: sanando, acompañando, sosteniendo a quien le flaquea la salud mental, también en la cruz de quien no ve más salida que quitarse la vida, en la oración de la celda más oscura, en la amistad que surge con quien compartes condena, en la misa en una sala multiusos con el ruido de fuera y el altavoz llamado a vis a vis, en los paseos cuadrados del patio. Nos dijiste «estuve en la cárcel y vinisteis a verme», y allí sigues con quienes comparten contigo la experiencia de haber sido juzgados y condenados.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.