En su primera editorial de marzo, el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Santiago Silva, realiza una mirada en retrospectiva a los principales mensajes que el Papa dejó con su visita a nuestro país.
En el mes de enero pudimos refrescarnos con el mensaje de Jesucristo gracias a la presencia en Chile del Papa Francisco, portador de la Palabra de Dios siempre vigente e interpeladora de nuestra realidad cotidiana como nación y Pueblo de Dios.
Durante su visita, el Papa conoció la diversidad que nos constituye como País e Iglesia mediante encuentros con diversos grupos de personas, dejándonos un mensaje que nos permite mirar nuestras realidades específicas, sobre todo sociales y eclesiales, desde la luz del Evangelio.
En el Palacio de la Moneda, frente a las autoridades del país, el Papa pidió perdón por lo que nunca debiera haber ocurrido: el abuso de menores por parte de ministros consagrados. Se expresaba así: «No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir». De este modo se unía al esfuerzo de la Iglesia en Chile que, mediante el Consejo Nacional de Prevención de abusos de menores, y otras instancias, se empeña en purificar la Iglesia de este grave mal que empaña su misión de anunciar a Jesucristo.
Una de las actividades más conmovedoras del Papa Francisco fue su encuentro con mujeres privadas de libertad. Allí, luego de saludarlas e interesarse por ellas, nos recordó en su mensaje que la dignidad humana es irrenunciable: «Ser privado de la libertad no es lo mismo que estar privado de la dignidad, no, no es lo mismo. La dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie puede ser privado de la dignidad». Por lo mismo, sin importar la situación en la que nos encontremos, no podemos perder la capacidad de soñar y construir esperanza: «No nos dejemos “cosificar”: no soy un número, no soy el detenido número tal, soy fulano de tal que gesta esperanza, porque quiere parir esperanza».
Al reunirse con nosotros obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas, seminaristas, sus hermanos y hermanas en la vocación consagrada, el Papa nos llamó revivir aquellas motivaciones iniciales que nos llevaron a dedicar nuestras vidas al servicio de los demás: «Somos, sí, llamados individualmente, pero siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe el selfie vocacional, no existe. La vocación exige que la foto te la saque otro».
El Papa Francisco, al compartir con los jóvenes de Chile en el Santuario Nacional de Maipú, realizó un llamado al reconocimiento del rol fundamental de la juventud en nuestra Iglesia: «La Iglesia tiene que tener rostro joven, y eso ustedes tienen que dárnoslo. Pero, claro, un rostro joven es real, lleno de vida, no precisamente joven por maquillarse con cremas rejuvenecedoras. No, eso no sirve, sino joven porque desde su corazón se deja interpelar, y eso es lo que nosotros, la Santa Madre Iglesia, hoy necesita de ustedes: que nos interpelen».
Pero esta interpelación, y cada acción cotidiana, dijo el Papa, debe ser siempre impulsada por una contraseña que nos enseñó San Alberto Hurtado: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Y es precisamente esta pegunta realizada especialmente a los más jóvenes, donde encontramos la transversalidad del mensaje del Santo Padre. Todos podemos optar por vivir con esta pregunta que oriente nuestras vidas en orden a la construcción del Reino de Dios en nuestra compleja sociedad actual.
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Fuente: www.iglesia.cl