Cuando somos capaces de vivirlo desde el encuentro de Cristo Resucitado interpela toda nuestra existencia.
Cuando nos sobreviene una situación que nos hace salir de nuestra área de confort es cuando nos ponemos en juego. Esto me ha pasado hace unas semanas. Un familiar fue ingresado en el hospital y decidí visitarlo asiduamente. A priori, no es el mejor lugar para encontrarse y poder celebrar. Pero son estas situaciones de vulnerabilidad las que más cuestionan nuestra existencia y donde lo más auténtico surge.
Tengo que reconocer que el poder estar cerca de él me ha permitido renovar mi vida y vocación. Este testimonio de fe de vivirse en las manos del Padre, montado en una montaña rusa de emociones, son fruto de años de oración y de lucha por el Reino. Es el resultado de una vida que se ha dejado interpelar por un Evangelio que se hace vida. De un Dios que sale a nuestro encuentro para hacernos hijos en el Hijo, o en otra palabra, hermanos.
Nuestro querido compañero Tony Catalá, nos alertaba insistentemente sobre el peligro de desactivar el poder del Evangelio. De reducirlo, exclusivamente, al cumplimiento de un conjunto de normas morales, en un individualismo aséptico y autocomplaciente.
Nuestro querido compañero Tony Catalá, nos alertaba insistentemente sobre el peligro de desactivar el poder del Evangelio.
Cuando somos capaces de vivirlo desde el encuentro de Cristo Resucitado interpela toda nuestra existencia, como lo hizo en sus días con la hemorroísa, con Zaqueo… ya que No hay nada que se quede fuera de este vínculo.
Estoy dispuesto a dejarme lavar los pies por el Maestro y que cambie mi vida… o secuestro su imagen para hacerla a mi medida colocándome yo en su lugar…
Es cierto que somos limitados y todo esto hay que entenderlo dentro de un proceso, pero ¿me dejo interpelar, realmente, por Cristo en mi día a día, ahora y aquí?
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.