Expectantes de la noche futura

La noche de la Pascua, el momento al que nos está preparando esta Cuaresma, es lo esperado, los cuarenta días su camino.

Una de las cosas que moviliza buena parte de la vida humana son las expectativas. Según la RAE, la expectativa se define como «[la] esperanza de realizar o conseguir algo». En la expectación entran en juego nuestras precomprensiones, las experiencias que hemos ido adquiriendo, los tránsitos que hemos realizado, las personas que han caminado junto a nosotros. El punto es el siguiente: la expectación o la expectativa no es tocar de manera inmediata lo esperado, sino que más bien es la disposición del sujeto ante ese por alcanzar. Slavoj Zizek (2000), recordando el psicoanálisis lacaniano, indica que para Lacan lo relevante en el proceso de la captación del deseo no es tanto alcanzar dicho punto faltante, sino que es más relevante el proceso a través del cual el sujeto se moviliza frente a dicho deseo. El sujeto, por lo tanto, se va direccionando ante su meta.

A partir de ello se podría considerar que la Cuaresma es susceptible de comprender en la lógica del movimiento hacia un punto futuro. Litúrgicamente es eso: el intertanto que nos separa y nos prepara hacia la Pascua. Hay un tiempo simbólico y espiritual en el que los creyentes vamos disponiéndonos para la noche futura de la Vigilia Pascual, de la noche de la Resurrección. Y, a su vez, esta noche que es un tiempo de Vigilia, también se despliega en esa expectación. Así lo dicen las palabras con las que el ministro abre la liturgia del fuego: «En esta noche santa, en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la Vida, la Iglesia invita a sus hijos diseminados por toda la tierra a que se reúnan y permanezcan en vela para orar». La noche se transforma en espacio de la expectación, de la vigilia, de la atención. En la noche que esperamos suceda la subjetividad creyente se abre hacia el momento deseado: la vida.

La noche se transforma en espacio de la expectación, de la vigilia, de la atención.

La psicoanalista Constanza Michelson (2022), en su libro sobre el significado profundo de la noche, escribe que hay noches y noches. Una noche planificada, por ejemplo, no tiene mucho sentido porque el sujeto programa todo y, por tanto, va disminuyendo sus expectativas. En cambio, una noche abierta a la imposibilidad, a lo otro, es una noche más erótica, más activa en el protagonismo del deseo. Jesús mismo activa una noche no planificada, una noche erótica: «Velen porque no saben a qué hora ha de venir su Señor» (Mt 24,42). La cuestión es la preparación de la vigilia, la expectativa transformada en espera activa y en cómo vamos tomando conciencia de esa disposición ante el movimiento de lo por-venir. En este sentido la misma C. Michelson (2022) indica que existen «lenguajes que velan», que ensanchan el mundo, que nos hacen abrazar la posibilidad.

La noche de la Pascua, el momento al que nos está preparando esta Cuaresma, es lo esperado, los cuarenta días su camino. La Pascua, con esto, abre un margen de maniobra, utilizando la expresión de Michele Petit (2017) en el que todavía queda algo por decir. Y es ahí en donde, en definitiva, encontramos la novedad misma de la noche futura.


Imagen: Pexels.

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