Fiestas Patrias: Celebraciones y lamentos en un país que duele

¿Dónde queda la esperanza en un país que se enfrenta a tal espiral de violencia?

La llegada de las Fiestas Patrias siempre evoca en los chilenos una mezcla de alegría y nostalgia, una oportunidad para celebrar la identidad, la gastronomía y las tradiciones. Sin embargo, este año, las celebraciones se ven ensombrecidas por una serie de cifras que resultan inquietantes: 25 homicidios en solo cinco días, una alarmante realidad que ha pasado casi desapercibida en medio del bullicio de las festividades. La ministra del Interior, Carolina Tohá, se ha visto obligada a reconocerlo, aunque intenta enmarcarlo como parte de una “normalidad” que debería alarmarnos a todos.

Las palabras de la ministra resuenan en el aire: “La cantidad de víctimas de homicidio ha sido más o menos similar a la que hay en días habituales”. Pero ¿qué es lo “habitual” en un país donde la violencia parece convertirse en la norma? La habitualidad no debería ser un consuelo. Es, en cambio, una profunda herida que nos señala la falta de control y de un Estado de bienestar que, en lugar de ofrecer protección, se encuentra desbordado por el crimen.

La cifra de homicidios es solo una parte del relato. En paralelo, una joven de 20 años, embarazada, fue víctima de un secuestro en La Pampilla que parece sacado de una novela de terror. Su historia, un eco de la fragilidad de la vida en nuestra sociedad, nos invita a reflexionar sobre los peligros que acechan incluso en momentos de celebración. Su familia, al borde de la desesperación, se enfrentó a un chantaje que revela la descomposición moral que atraviesan nuestras calles. La sensación de vulnerabilidad se apodera de los corazones de aquellos que, como ella, buscan simplemente volver a casa después de una fiesta.

Los ecos de la violencia no se detienen ahí. Un ataque a balazos en San Miguel dejó un hombre muerto y tres heridos, otra muestra de que la celebración se tiñe de sangre en un contexto en el que la impunidad parece reinar. La pregunta que surge es: ¿Estamos acostumbrándonos a la tragedia? Las fiestas son un momento de unión, pero, en este Chile de contrastes, se convierten en un recordatorio de que la vida es precaria, que la violencia está a la vuelta de la esquina.

¿Estamos acostumbrándonos a la tragedia?

La muerte de un hombre en San Miguel, junto a los heridos de un ataque que dejó al menos 20 disparos resonando en la noche, no es solo una estadística más; es un llamado urgente a la reflexión. ¿Dónde queda la esperanza en un país que se enfrenta a tal espiral de violencia? ¿Acaso hemos decidido mirar hacia otro lado, confortados por las tradiciones y el baile en las ramadas, ignorando que la sangre derramada grita más fuerte que la música de las guitarras?

La ministra Tohá, en un intento de contener la preocupación, habla de solidaridad y condolencias, pero las palabras suenan vacías ante el peso de la realidad. ¿Qué significa condolerse cuando el sistema que debería protegernos se muestra impotente? La “normalidad” de los homicidios no debería ser una respuesta aceptable, ni en fiestas patrias ni en días comunes. Las vidas perdidas son un clamor que exige acciones contundentes, no meras declaraciones.

Este panorama nos obliga a cuestionar lo que entendemos por “celebrar”. ¿Es acaso el acto de agasajar a la patria un momento para ignorar las sombras que nos acechan? La alegría de Fiestas Patrias se convierte en un acto de resistencia, en un espacio donde no solo se recuerda lo bueno, sino que se enfrenta lo malo, con valentía y determinación. Las tradiciones deben ser también un llamado a la acción, a no aceptar la violencia como parte del paisaje cotidiano.

Es axial que tomemos conciencia de que detrás de cada cifra hay una historia, una familia destrozada, sueños apagados. Es momento de que como sociedad nos planteemos: ¿qué futuro queremos construir? La respuesta no debe ser simplemente mantener la “habitualidad”, sino transformar la realidad en la que vivimos. En medio de las celebraciones, se nos presenta una oportunidad para verdaderamente unirnos por un Chile más seguro, más justo y humano.

Así, mientras celebramos nuestras fiestas, hagamos un pacto con nosotros mismos: que no haya más vidas que perder en la oscuridad de la violencia. Que cada brindis resuene con la esperanza de un futuro donde las fiestas se celebren con alegría, no con lamentos. Solo así podremos construir un Chile donde el sentido de comunidad prevalezca sobre el miedo y la desesperanza.


Imagen: Pexels.

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