Francisco Javier Gil, «desenterrador» de talentos

Sr. Director:

El 4 de marzo pasado falleció Francisco Javier Gil, académico conocido por su contribución en la implementación de nuevos sistemas de acceso a la educación superior. Con humildad, pero con convicción, conversó, discutió y persuadió para lograr una mayor equidad e inclusión basada en el mérito académico de los egresados de enseñanza media. El gran argumento: todos, ricos y pobres, tienen un talento que desarrollar.

Lo conocí en la Vicaría para la Pastoral Universitaria. Como representante académico de la pastoral de la USACH, nos compartía su fe y nos entusiasmaba con fórmulas sencillas para proponer alternativas al sistema único de selección universitaria. Un verdadero servidor de la inclusión. Y así como lideraba el Propedéutico en la universidad (iniciativa que con el tiempo dio lugar al pace) y discutía con expertos una ponderación especial para jóvenes talentosos de los colegios más vulnerables (que dio lugar al ranking), se formaba como diácono (servidor) para ayudarnos en la labor pastoral de las comunidades de la Universidad. Junto a esa demanda de justicia por el ingreso a ella, fue presidente de la «Comisión de Reconciliación Universitaria» (a comienzos de los noventa), en su propia casa de estudios, a propósito de la violación de los derechos humanos durante la dictadura.

Sin embargo, no fue el profeta de ceño grave y fruncido. Era un hombre muy alegre, amante de su esposa, regateador amable y maestro entre sus alumnos y los que no lo fueron. Siempre con su cruz en la solapa, desde que se ordenó diácono, tenía un motivo evangélico que lo inspiraba. Es conocida su particular interpretación de la parábola de los talentos, que nos relata el caso del que solo recibió uno, y al tener miedo de no poder desarrollarlo, lo escondió en la tierra (cf. Mt 25, 14-30). Francisco Javier estaba convencido de que Dios nos ha regalado ese talento a todos por igual. El problema era que, a muchos, no era solo el miedo a dar cuenta del mismo, sino la circunstancia injusta de haber estudiado en establecimientos de baja calidad educativa, donde la persuasión cultural y del ambiente era que el talento nacía enterrado. Por ello, era necesario buscar formas para desenterrar ese don y que se dieran las circunstancias adecuadas para desarrollarlo.

Eso lo inspiró toda su vida y el día de su funeral se leyó ese Evangelio. Era el amor sincero a los más pobres, desarrollado en el ámbito académico, pastoral y estudiantil. Por ello fue un genuino testigo de la fe en nuestros tiempos. Una manera original de hacer Iglesia, exorcizando los miedos para desarrollar los talentos en vistas del bien común. Hoy quedamos agradecidos y desafiados por su diaconía sencilla, que terminó transformándose en una hermosa política educacional pública.

P. Tomás Scherz
Vice Gran Canciller
P. Pontificia Universidad Católica de Chile.

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