Es significativo que la muerte del Papa Bergoglio haya ocurrido el Lunes de Pascua, cuando celebramos la octava, cuando todavía resuenan en nosotros y entre nosotros los himnos de la resurrección. Por ello tres voces nos hemos reunido en estas líneas para pensar y escribir a propósito de estas dos Pascuas, la de Jesús y la de Francisco.
La muerte de Francisco y la Pascua, y también su Pascua, nos ha invitado a conversar. Son palabras nacidas a pie de calle, una respuesta natural y sin mucha organización ante este momento histórico para la Iglesia. Y es más significativo reconocer que la muerte del Papa Bergoglio ocurre el Lunes de Pascua, cuando celebramos la octava, cuando todavía resuenan en nosotros y entre nosotros los himnos de la resurrección. Por ello tres voces nos hemos reunido en estas líneas para pensar y escribir a propósito de estas dos Pascuas, la de Jesús y la de Francisco.
Recuerdo el momento del Cónclave de 2013. ¡El primer Papa latinoamericano! Creo que una de las cosas que más me impactó fue la cercanía que Francisco comenzó a imprimir dentro de su pontificado. Había algo en el ambiente, una sensación casi en la epidermis que mostraba que un cambio estaba gestándose. Francisco llevaba a Roma todo el espíritu de las iglesias peregrinas por el continente del sur del mundo, el espíritu de Medellín, de la teología de la liberación, de las teologías contextuales, de las teologías que recibieron y articularon la recepción del Vaticano II. Francisco llegaba con las villas miserias metidas en la piel, en su pastoral y en su teología, especialmente la llamada «teología del pueblo» que tuvo como uno de sus mayores representantes al también jesuita argentino Juan Carlos Scanonne.
La teología del pueblo supone una valorización de la cultura popular, de las dinámicas sociales que marcan el devenir de las comunidades, de los procesos de síntesis creyentes que tienen a la religiosidad popular y a las pastorales territoriales como ejes articuladores de su pensar teológico. Por ello se puede comprender el sentido tan barrial de Francisco. La hermenéutica teológica del Papa jesuita tiene en la base una escucha atenta a las vidas cotidianas que dan sentido y sabor a las experiencias discursivas y prácticas. También aquí recuerdo una de las primeras entrevistas extensas que Francisco dio al jesuita italiano Antonio Spadaro en agosto de 2013, cuando dijo que uno de sus autores de cabecera era el jesuita francés Michel de Certeau, esa lumbrera vinculada al psicoanálisis lacaniano, a la historia de la mística y a las historias cotidianas tan bien estructuradas en esa obra que fue La invención de lo cotidiano.
De alguna manera Francisco reinventó lo cotidiano de la Iglesia, de las iglesias (en minúscula), de las comunidades que peregrinan por todo el ancho del mundo. Francisco llevó la experiencia territorial de América Latina a la totalidad de la Iglesia. Ahí hay un punto decidor: los márgenes tienen sentido, son fuente de conocimiento, es posible hacer teología desde ellos, la pastoral asume otro sentido. Los márgenes latinoamericanos se expandieron y, de algún modo, asumieron una carta de ciudadanía, un momento de adultez, unas instancias creativas. Ahora viene la recepción, la lectura, la perspectiva histórica. ¡La historia de la Iglesia se sigue escribiendo! ¡El Espíritu del Resucitado la sostiene!
¡Buen viaje che!
«De alguna manera Francisco reinventó lo cotidiano de la Iglesia, de las iglesias (en minúscula), de las comunidades que peregrinan por todo el ancho del mundo».
La muerte del Papa Francisco, obispo de Roma, no solo ha marcado el fin de un papado, sino que —y sobre todo— ha cerrado un legado teológico y pastoral invaluable para la Iglesia católica del siglo XXI.
El legado pastoral se centra en una Iglesia en salida, más fraterna con las periferias existenciales, inclusiva con todos sus miembros y comprometida con la justicia en el mundo actual, especialmente con los más pobres y marginados. Su carta de navegación, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), marcó la perspectiva de su pontificado hasta el final. El último esfuerzo por una Iglesia más participativa desde sus bases fue el Sínodo de la Sinodalidad, que buscó el encuentro, la participación y la representatividad de todo el pueblo de Dios: laicos, religiosos y ministros ordenados. La sinodalidad, como clave eclesiológico-pastoral, recupera una práctica antiquísima en la historia de la Iglesia —los sínodos— y los resignifica como espacios posibles para la conversación fraterna, con sus consensos y disensos.
Pero también, el legado teológico de Francisco —sin ser un teólogo propiamente tal— ha abierto nuevos horizontes para una reflexión profunda de la fe. A mi parecer, el aporte más destacado de su magisterio fue en torno a la ecología integral. Con su encíclica Laudato Si’ (2015), junto con sus exhortaciones apostólicas Querida Amazonía (2020) y Laudate Deum (2023), dio paso a un amplio campo de reflexión ecoteológica en la confesión católica, retomando sin duda el camino abierto por los aportes decisivos de teólogos como Leonardo Boff y Jürgen Moltmann, así como las breves contribuciones del magisterio de su predecesor, Benedicto XVI. Con su magisterio, Francisco mira esta realidad poliédrica más allá de las esferas humanas (del antropocentrismo), reconociendo el valor de cada criatura no-humana, de las culturas y lenguajes que promueven el cuidado de la casa común, y con ello buscando una ecoespiritualidad frente a la crisis climática imperante.
Con todo, el núcleo de su pontificado —aquello que invita a la Iglesia a salir de sí misma— no es más que la misericordia divina. Con su última encíclica, Dilexit Nos (2024), junto con su bula Misericordiae Vultus (2015), posicionó a la misericordia como lo esencial del Evangelio, exhortando a la Iglesia a vivir y actuar conforme a ella, pues es el camino que une a Dios y al ser humano, el «rostro del Padre» y la fuerza transformadora que brota del corazón humano-divino de Jesús.
Hoy, lunes de la octava de Pascua, se ha ido «un grande»; palabras que el propio Francisco usó al referirse a Gustavo Gutiérrez en el momento de su muerte. En este tiempo pascual, tan significativo para los/as cristianos/as, ha encontrado la paz y el descanso en los brazos de Dios, uno y trino, el Dios de la misericordia.
Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio, descansa en paz.
«Posicionó a la misericordia como lo esencial del Evangelio, exhortando a la Iglesia a vivir y actuar conforme a ella».
La pascua de Francisco es despedir a un hombre que supo leer los signos de los tiempos con ojos de pastor, corazón de discípulo y el coraje de profeta.
Desde el primer instante de su pontificado, Francisco marcó un estilo nuevo: cercano, despojado y profundamente humano. El poder entregado por sus hermanos cardenales fue vivido desde su autenticidad y humildad.
Y que más auténtico y profético que sacar a la Iglesia de sus templos, predicando la «Iglesia en salida» y denunciando con fuerza la idolatría del dinero, la cultura del descarte y los abusos de poder. Esto, a la vez que ofrecía puentes donde muchos veían muros.
Francisco no vino a reafirmar seguridades, sino a provocar preguntas. Desde su primer saludo como obispo de Roma hasta sus últimos gestos públicos, como fue visitar a los encarcelados, eligió siempre el camino del pastor antes que el del príncipe. La Iglesia, decía, debía ser un hospital de campaña, no una aduana. Su lenguaje fue sencillo, pero sus propuestas desafiantes, estando llenas de gestos: abrazó a los descartados, lloró con las víctimas de abuso dentro de la Iglesia, pidió perdón y reivindicó el lugar de la mujer, ejemplo de esto último es el nombramiento de varias mujeres en puestos de toma de decisiones importantes dentro de la Iglesia, abriendo así una participación real, que sorprendió al mundo y que es, sin duda, uno de sus grandes legados.
No puedo dejar de reflexionar sobre sus mensajes a los jóvenes en la última Jornada Mundial de la Juventud, donde los exhortó a ser como María al visitar a su prima Isabel (Lc 1,38): no esperar que nos pidan algo, sino que salir al encuentro de los demás, viviendo la experiencia del amor de Jesús en la cotidianidad. La invitación de aquella jornada se resume en ser misioneros de la alegría y desconectarse de las caretas y filtros de las redes sociales, para conectarse con los reales problemas sociales, siendo agentes activos en todas las áreas de la sociedad, desde el fundamento de Cristo.
El paso de este servidor bueno y fiel entre nosotros queda plasmado en los corazones; su servicio y partida no es indiferente, incluso, a quienes no se identifican como católicos. Quienes nos decimos católicos, no podemos sino honrar su memoria siendo alegres en el anuncio, dejando las comodidades y siendo Iglesia en salida, recibiendo a todos, todos, todos.
«El paso de este servidor bueno y fiel entre nosotros queda plasmado en los corazones; su servicio y partida no es indiferente, incluso, a quienes no se identifican como católicos».
Imagen: Arzobispado de Santiago.