Una iglesia con minúscula, la mera idea de una iglesia horizontal, no sale de la nada. Es inspirada por una tradición cristiana milenaria que cree en la fraternidad entre los seres humanos. Lo que se necesitan son nuevas interpretaciones del cristianismo, mucho más creativas o mucho más proféticas que las que le han tocado a nuestra generación.
La visita del Papa Francisco ha dejado a la iglesia chilena en una grave crisis. No han sido sus últimas palabras de respaldo al obispo Barros la causa del estruendo y la estampida. Hace ya muchos años que los católicos no se sienten interpretados por sus pastores. La crisis en curso es una crisis de confianza. Los fieles no creen a las autoridades que debieran transmitirles el cristianismo. El Papa pide pruebas contra Barros. Los acusadores o el mismo Comité permanente del episcopado tendrán que hacer una acusación formal que permita deponer al obispo por carecer de “buena fama” (Código de derecho canónico 278, 2). Pero el problema es más profundo: la jerarquía eclesiástica no parece entender que, desde el punto de vista del sentir común de los ciudadanos, se ha invertido el peso de la prueba. Los chilenos, en vez de confiar en ellos, han preferido creerle a las víctimas de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales del clero.
¿Qué viene? No tengo ninguna idea precisa. No tengo tampoco autoridad moral para dar instrucciones a nadie. Pero como un bautizado entre otros, me siento urgido a hacer el bosquejo de la iglesia que espero.
Creo que la iglesia católica del futuro tendrá que escribirse con minúscula: iglesia y no Iglesia. En ella el eje horizontal debiera ser infinitamente más importante que el vertical. La iglesia horizontal existe. Es maravillosa. El problema es su invisibilidad. Hablo del cristiano común y corriente atento a su alrededor, pronto a ayudar a cualquiera. Me refiero a iniciativas privadas de beneficencia. Muchas fundaciones llevan un nombre cristiano. En ellas prima una mística de amor a la humanidad sin apellido. Tengo en mente comunidades de base en parroquias populares. Mi propia comunidad Enrique Alvear de Peñalolén. Pero también pienso en comunidades en sectores acomodados que se reúnen para entender sus pobres vidas a la luz de la palabra de Dios. ¿No pudieran generarse redes de reconocimiento y de contacto entre las organizaciones cristianas? ¿No tienen experiencias que compartir, bienes que poner en común y necesidad de hermandad en tiempos de feroz orfandad?
La iglesia católica en Chile, a mi parecer, debiera ser fundamentalmente una iglesia de hermanos y hermanas. No por nada los evangélicos se llaman así. Es hermoso verlos tratarse en estos términos. Fidelidad horizontal, perdón mutuo, amor horizontal, enseñanza horizontal, aprendizaje horizontal, gobierno horizontal, esto es lo que falta. Lo que urge es democracia, participación de la mujer, reconocimiento de la dignidad de los diferentes y disidencia. En la iglesia del futuro “los últimos debieran ser los primeros y los primeros los últimos” (Jesús). Una iglesia horizontal tendría que poder aprender de sí misma y, por lo mismo, gozar de la libertad suficiente para probar y equivocarse. Cada uno tendría que poder arreglárselas con el Evangelio a su manera. A los que no han podido sino sufrir en su vida, su dolor tendría que serles convalidado como el grito en la cruz de Jesús contra Dios.
Me han llegado varios avisos de personas dispuestas a dar un paso fuera de la iglesia. Les digo cuidado. Se trata de una tradición de 2.000 años. No es cuestión de conservarla como joya de museo. Hoy, cuando el mundo experimenta una progresiva desorientación, se harán más necesarias las experiencias colectivas probadas de humanidad que nos digan más o menos por dónde seguir. (Los abuelos probablemente se volverán más necesarios que Google). Una iglesia con minúscula, la mera idea de una iglesia horizontal, no sale de la nada. Es inspirada por una tradición cristiana milenaria que cree en la fraternidad entre los seres humanos. Lo que se necesitan son nuevas interpretaciones del cristianismo, mucho más creativas o mucho más proféticas que las que le han tocado a nuestra generación. En las últimas décadas hemos debido padecer un catolicismo impuesto de arriba-abajo, y a raja tabla. La libertad, la alegría, el juego, la reconciliación y la apertura a las otras tradiciones de humanidad, filosóficas y religiosas, la conjugación del cristianismo con los seres humanos más diversos, puede, espero, que le devuelva a la iglesia la vitalidad que pierde como globo que se desinfla.
¿Qué espacio tendrán los obispos y el Papa en la iglesia del futuro? No logro verlo con claridad. Es evidente que la iglesia necesita orientaciones, mando y organización. Pero la estructuración de la única iglesia que podría continuar transmitiendo a Cristo, pienso, no podrá seguir siendo verticalista y clerical.
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Fuente: http://jorgecostadoat.cl/wp