La Escritura nos recuerda que Dios viene con poder: de hacerse amor para todos y de contagiarnos del amor.
«El Señor, Dios del universo, es quien toca la tierra y ella se estremece, y hacen duelo todos sus habitantes» (Amós 9, 5).
Hay algo que asusta un poco. El poder de Dios. Sí, el poder. Una concepción que a mucha gente le genera cierto miedo o incluso les desconcierta. Si Dios tiene poder, ¿por qué permite el mal?, ¿por qué no ejerce su poder para hacer el bien? Me dan pereza, porque estas preguntas van siempre a lo mismo, a la cabeza. Pero hoy quiero atreverme a hablar del Dios del Antiguo Testamento. Vemos un Dios con poder, con la capacidad de hacer algo por otro. Los profetas se han hartado de explicarnos, de mil formas distintas, que Dios tiene un poder. Uno solo. El poder de los superpoderes. El poder del amor.
Hoy en la Iglesia se habla del poder en clave de abuso y de hacer el mal a otra persona. Y es verdad, no lo vamos a negar a estas alturas. Hay que ser muy maduro para ejercer bien y de forma recta el poder que uno tiene. Por ser quién es, por el cargo que ostenta o el rol que representa. Nadie queda fuera de la lista. Todos tenemos un poder concreto. Por pequeño que sea, podemos hacer algo por los demás. Porque realmente tener poder es la potencia de hacer algo, de forma libre.
Hay que ser muy maduro para ejercer bien y de forma recta el poder que uno tiene.
Estamos en Adviento y es tiempo de prepararse para acoger al Dios-con-nosotros que viene a visitarnos. La Escritura nos recuerda que Dios viene con poder: de hacerse amor para todos y de contagiarnos del amor. Pensemos por un momento cómo sucede esto: hay gente que tiene el poder de expresar la ternura y de hacerte sentir en casa; otros son capaces de sanar y tranquilizar con una única voz suave que apacigua; el poder de alegrarte el día y de sacarte una sonrisa. El Señor nos trae su poder de muchas maneras. Lo nuestro es hacer el bien, bien. Agradezcamos que somos regalados en este tiempo con poder hacer algo bueno.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.