Los pobres nos ayudan a comprender en esta Cuaresma que no necesitamos hacer nada para ser amados por Dios. Pero una vez que experimentamos ese amor en lo más profundo, no podemos hacer otra cosa que convertirnos al Evangelio.
A lo largo de este tiempo de Cuaresma vamos viendo cómo la Iglesia propone varias cosas que deberían ayudarnos a estar más cerca de Jesús. El ayuno, la penitencia, la oración o la limosna son algunas de ellas. Pero podemos confundir el sentido último de todo esto, que no es otro que colocar a Dios en el centro de nuestra vida y nada más. Todas estas cosas nos ayudan a decir: “no necesito de nada que no seas Tú, Señor. Tú eres mi absoluto”.
Pero a veces pensamos que estas cosas que hacemos en la Cuaresma son méritos. Que gracias a eso Dios nos va a querer más. Pero, ¿qué pasa con aquellos que no tienen méritos? ¿Qué ocurre con aquellos que son tan pobres que no consiguen ofrecer nada?
A veces pensamos que estas cosas que hacemos en la Cuaresma son méritos. Que gracias a eso Dios nos va a querer más. Pero, ¿qué pasa con aquellos que no tienen méritos?
Aquí es donde acontece el milagro del Evangelio, porque aquellos que van con las manos vacías, sin méritos, tienen la posibilidad de recibir el amor de Dios. Consiguen descubrir que el Evangelio no va de hacer cosas y sí de dejarse amar para, en un momento segundo, convertirse a ese amor que solo viene de Dios.
Sin embargo, todos nosotros, con las manos llenas de méritos, exigimos a Dios que nos ame y que nos salve… Pensamos que la lógica De Dios es la nuestra, ¡qué equivocados estamos!
Los pobres nos ayudan a comprender en esta Cuaresma que no necesitamos hacer nada para ser amados por Dios. Pero una vez que experimentamos ese amor en lo más profundo, no podemos hacer otra cosa que convertirnos al Evangelio. Solo desde ahí las cosas que hacemos cobran otro sentido, otra profundidad. Tú y yo, ya somos amados por Cristo, vamos a creer en eso convirtiéndonos en pobres con los pobres.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Alehlic, FreeImages.