A merced de la violencia y sin la ayuda de otros países. Esto es lo que sienten los haitianos, enfrentados a una guerra de bandas y en medio de una grave crisis humanitaria. Maddalena Boschetti, fidei donum desde hace más de 20 años, testimonia: “Los ciudadanos no ven respetados sus derechos, y la Iglesia también es víctima de esta situación”.
Es un escenario brutal, difícil de contar porque es demasiado cruel, por eso la voz de Maddalena Boschetti, misionera laica fidei donum en Haití desde hace casi 20 años, se agita, a veces se escandaliza, pero se empeña en sostener que en este país tribulado y abandonado, la Iglesia permanece al lado de una población que sufre terriblemente. “Estamos aquí —explica— para decir que la vida tiene valor, que estamos en el lugar adecuado y que estamos aquí porque la gente y los pobres nos necesitan”.
Las crónicas de estos días hablan de violencia entre bandas, entre estas bandas y la policía. “Es un todos contra todos”, dice Magdalena. El 25 de abril en Puerto Príncipe, la capital, trece personas, sospechosas de pertenecer a una banda, fueron primero bloqueadas por la policía y luego golpeadas con neumáticos empapados en gasolina por la multitud, antes de ser incendiadas.
Según un informe de la ONU, solo entre el 14 y el 19 de abril, la violencia de las bandas causó la muerte de casi 70 personas, entre ellas 18 mujeres y dos niños. Pero se trata de una cifra desfasada. Los enfrentamientos se concentran en el barrio de Brooklyn de Cité Soleil, cerca de la capital, con las bandas G9 y Gpep subiendo el tono. “La inseguridad —reza el documento de la ONU publicado hace unos días— ha alcanzado niveles similares a los de los países en guerra”.
Maddalena Boschetti también confirma este escenario, habla de la imposibilidad de la policía de controlar la situación, la violencia, de hecho, se produce simultáneamente en diferentes zonas de la capital. Asimismo, al igual que la ONU, la misionera hace referencia a la guerra y subraya cómo la violación se utiliza, precisamente, como “arma de desprecio y de terror para la población”.
“Los asesinatos son bárbaros, incluso se hacen con un machete, se reduce a la gente a la nada. Es una forma de mostrar a otras bandas de qué están hechas, de mostrar que no se detienen ante nada, que recurren a la tortura, que no hay respeto por la vida humana”.
En esta terrible situación, explica la misionera, la gente suele tomarse la justicia por su mano, la mayoría de la gente va por ahí armada, algunos se reúnen en grupos para defender su territorio de los “señores del mal”.
La gente suele tomarse la justicia por su mano, la mayoría de la gente va por ahí armada.
En un contexto tan difícil, con una anarquía creciente debido al asesinato del presidente Jovenel Moïse, en julio de 2021, es evidente la falta de solución, pero también el interés del mundo. Subraya Maddalena: “Se sigue golpeando con sanciones a la élite política y financiera del país, se bloquean los activos en el extranjero, pero es un camino que no tiene salidas”.
“Los haitianos no ven respetados sus derechos, no tienen la posibilidad de salir porque no pueden conseguir pasaporte ni visado. El precio del pasaporte está por las nubes, todo está vinculado al mercado negro, es muy difícil incluso acercarse a las oficinas que se ocupan de esto. A menudo hay colas muy largas fuera, e incluso hay víctimas por los disturbios que se crean. Es muy complicado conseguir el visto bueno para ir, yo diría que es imposible, y por eso la gente se ve obligada a quedarse, a permanecer en condiciones en las que un ser humano no puede vivir”.
“La Iglesia también es víctima de esta situación —explica la misionera— y es una voz que molesta porque sigue reiterando que el bien existe y lo sigue diciendo con hechos y palabras. De ahí la firme convicción de permanecer y estar presentes y de modo concreto ante las necesidades de las personas”.
“Los padres y madres de familia trabajan duro, se parten la espalda intentando dar de comer a sus hijos. Los jóvenes están al límite y no tienen salidas, los niños tienen miedo de ir a la escuela, están aterrorizados y traumatizados por los tiroteos que oyen cada día en casa y fuera de ella”.
Magdalena habla de ellos como de “víctimas inocentes” a las que los misioneros tienen el deber de dar amistad, confianza y esperanza.
“El Señor está en ellos y por ellos y nosotros estamos aquí por ellos, esto no me da miedo, cada vez estoy más convencida de que por eso estoy aquí, porque siempre le he pedido al Señor estar donde más se lo necesita. Estoy en el lugar adecuado, como misioneros estamos en el lugar adecuado”.
Fuente: www.vaticannews.va/es / Imagen: FreeImages.