Hans-Jürgen Burchardt: «Los dos grandes desafíos de la civilización humana en el siglo XXI son el aumento de la desigualdad social y el cambio climático»

Centrado en el estudio de la desigualdad, la pobreza y la riqueza en América Latina, hoy reflexiona sobre una nueva medida de bienestar: el tiempo. Desde Alemania, el sociólogo Hans-Jürgen Burchardt revisa cómo construir sociedades más equitativas.

Durante sus estudios de economía y ciencias sociales a fines de la década del 80 y principios de los 90, Hans-Jürgen Burchardt fue testigo de hitos y cambios profundos como la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, que marcarían su vínculo con América Latina.

“Me fascinaba que, a pesar de esas dinámicas tan profundas, en Cuba no caía el régimen. Y sin tener ningún compromiso ni ideología, solamente por curiosidad tanto personal como académica, decidí ir a Cuba en 1992, por dos años, para estudiar ese proceso de transformación y entender cuáles eran las fuerzas que no seguían el llamado efecto dominó de otros países socialistas”, relata el investigador alemán, Doctor en Ciencias Sociales y Económicas.

Esta experiencia también lo introdujo en una región que estudia desde entonces. Hoy es profesor del Departamento de Relaciones Internacionales e Inter-Sociedades de la Universidad de Kassel, director del Centro Latinoamericano CELA de esta casa de estudios y director del Centro de Estudios Latinoamericanos CALAS. Ha participado en numerosas investigaciones en conjunto con universidades latinoamericanas en temas de política, medioambiente, materias primas y desarrollo. Actualmente está a la cabeza del proyecto Extractivismo (https://extractivism.de/es/), de dos universidades alemanas con el foco en América Latina.

¿Qué respuestas sacó de su experiencia en Cuba?
Que el gran error del socialismo estatal soviético fue eliminar el mercado, buscando dominar la economía a través de la estatización de los medios de producción, como en una gran empresa donde todo fuera planificado. Y nunca se hicieron la pregunta, muy importante, de quiénes eran los directores de esa empresa. En mi opinión, hay que democratizar y descentralizar la economía y la sociedad. También me enseñó que el modelo de socialismo estatal no es viable ni hoy ni mañana. Y que la universalización de servicios sociales, como la salud y la educación gratuitas, le dan al régimen cubano una perspectiva social y una legitimidad muy fuertes. Es la parte positiva, que se debería seguir en otros países para mejorar la situación de las personas.

¿Las recientes protestas en Cuba son una amenaza para el régimen?

Yo las llamo tumultos de hambre, son protestas sociales por la situación de abastecimiento de alimentos y ante el estado de la pandemia. Hay que considerar que tenemos todavía el bloqueo de Estados Unidos, que agrava la situación. Comparado con Chile, donde en su momento salieron un millón de personas a la calle, en Cuba fue una protesta pequeña. La mayor parte de la población no está a favor de estas protestas y podemos ver una instrumentalización de ambas partes. El gobierno le echa la culpa a Estados Unidos y este le echa la culpa al autoritarismo y la incapacidad del gobierno cubano. Ambas posturas tienen algo de realidad, pero no toda. Entre eso tenemos que buscar siempre la verdad y las explicaciones para entender el proceso cubano.

La desigualdad en América Latina es un tema que interesa a la academia en Alemania. ¿Cuál es su mirada?

Si hablamos de igualdad y desigualdad, tenemos la dimensión de la justicia social, que también es una dimensión del cristianismo. El filósofo pragmático John Rawls decía que hay dos grandes promesas que han movido a la humanidad: El Capital, de Carlos Marx, y la Biblia, porque la promesa de ambos es la igualdad del ser humano. En América Latina, a partir del legado del colonialismo, no se ha dado esa igualdad. La desigualdad es un freno estructural muy fuerte, que no permite que esas sociedades puedan dirigirse hacia el futuro, tanto en lo económico como lo político y lo social. Es una de las barreras más importantes para la transformación del siglo XXI.

¿Qué debería preocuparnos del presente?

No solo en América Latina, también a nivel mundial, los dos grandes desafíos de la civilización humana en el siglo XXI son el aumento de la desigualdad social y el cambio climático. Debemos buscar soluciones que den respuesta a ambos de una manera integral.

¿Son problemas que se potencian entre sí?

Es algo muy claro. Oxfam publicó el año pasado un interesante informe que muestra que el 10% más rico de la población mundial es responsable de más del 50% de la emisión de dióxido de carbono en el mundo. Si queremos un cambio ecológico efectivo, no solo debemos tener nuevas ideas o conceptos, que ya los sabemos todos. El último informe del IPCC ya dice que el cambio climático es producido por humanos, es antropogeno, pero para resolverlo debemos cambiar la cotidianidad, la práctica social, y para ello encontrar consenso en la mayoría de las personas. Pero esto no se encuentra con desigualdad. Debemos buscar soluciones que sean aceptables para la mayor parte de la población y eso significa disminuir la desigualdad.

¿Qué cree que lo está cambiando todo?

La pandemia, que en este momento lo está empeorando todo. Los pronósticos de la CEPAL y de otras organizaciones internacionales dicen que pueden venir unas décadas muy malas tanto por cuestiones como la desigualdad como el daño al medio ambiente. Es muy probable que aumentará el modelo de extracción de recursos de materia prima y su comercialización, con la consiguiente desigualdad y falta de desarrollo, lo que puede agravar mucho la situación de América Latina y el mundo. Por otro lado, con la pandemia por primera vez tenemos la experiencia de restricciones como el toque de queda o el distanciamiento físico o social, no solamente en un país, sino que es una realidad cotidiana de todo el mundo. Por primera vez la civilización humana está impactada a la vez por un mismo problema y eso significa también posibilidades hacia un cambio y cooperación internacional a otros niveles.

¿En qué sentido?

Las crisis siempre tienen dos dimensiones: reforzar las constelaciones existentes o dinamizar posibilidades creando nuevas respuestas e ideas frescas. Esa es la disyuntiva en que se encuentra el mundo en la pandemia.

¿Sobre qué es optimista?

Soy muy optimista, porque sé que tenemos todas las respuestas en las manos, tenemos muy buenos conceptos, conocimiento científico e instrumentos para disminuir la emisión de dióxido de carbono. Ahora solamente es cuestión de reconocer que el futuro del mundo no consiste en crecer más económicamente, sino que tenemos que ver la dimensión social, empezar a distribuir. Para mí la distribución va a ser la pregunta clave en el siglo XXI, tanto por lo social como lo ecológico, y necesitamos más voluntad política. Los partidos democráticos, no solo en América Latina, también en Alemania, no han entendido todavía que hay que ser más radical y drástico para buscar un bienestar para todos y todas.

¿Qué pensadores cree que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?

Pienso en El ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, tiene muchas analogías con lo que estamos viviendo en el mundo. Muestra tanto la ética, lo espiritual, lo religioso y también lo malo, el hombre lobo dentro de las mismas personas. Y los ciegos que empiezan a reorganizarse y ajustarse a las nuevas circunstancias. La organización colectiva es la solución y el inicio de algo nuevo. Creo que ese es el punto en que estamos.

Yo admiro mucho a las personas que tienen buenas ideas y propuestas, pero creo que el discurso no nos va a cambiar. Necesitamos un acercamiento hacia la persona misma, la cotidianidad, la práctica social. Personalmente, me gusta mucho la obra del sociólogo alemán Norbert Elías o el francés Pierre Bordieu, quien trataba de entender más profundamente esta dimensión social y humana.

¿Qué mensaje daría a la humanidad del siglo XXI, qué considera clave para el futuro?

Es muy fuerte la pregunta y muy difícil la respuesta. Yo diría que tenemos todo en nuestras manos.

¿Por qué le interesó investigar sobre extractivismo en América Latina?

Me interesa la idea de que se puede explicar no solamente como una estrategia económica de la extracción de recursos de materia prima (https://extractivism.de/es/). América Latina tiene una riqueza impresionante. Yo diría que es el continente más rico al respecto y además teniendo en cuenta a futuro el cambio hacia la electromovilidad y las materias primas que son necesarias. Es el modelo que ha dominado la economía desde el legado del colonialismo y cuyos impactos se ven hasta hoy tanto en lo político, social y cultural.

¿De qué manera y por qué sería importante cambiar este modelo?

En los últimos veinte años se está hablando de un cambio en la matriz productiva. Existe una sensibilización en el sentido de que depender de los recursos de materia prima no es bueno, pero eso no se ha logrado cambiar. Esto tiene que ver también con la política. Si tengo que buscar la manera de distribuir las ganancias de la materia prima, no necesito una democracia donde acepto la participación de todas y todos, sino solamente alimentar ciertos grupos sociales que me ayuden en mi modelo extractivista. Esto tiene impactos en lo social, económico, político y lo ecológico en América Latina. Lo que quiero investigar es si es posible entender la región con las mismas categorías con que entendemos el capitalismo desarrollado en Europa. ¿Hacia dónde va la idea de desarrollo, hacia un capitalismo occidental? Ecológicamente, los límites ya no lo permiten y probablemente la sociedad funcione de otra manera.

Este modelo se ha mantenido también porque América Latina es la proveedora para el mundo desarrollado. Entonces el cambio debería ser global…

Por supuesto. La demanda viene del mercado internacional, sobre todo de los países capitalistas desarrollados, como Estados Unidos y Europa, y últimamente también de países en desarrollo como China o la India. Hay mucho que cambiar, también con respecto al cambio climático. La mayor responsabilidad la tienen los países desarrollados, que tienen muchos más recursos para hacer los cambios necesarios.

A partir de los años 50 surgió una nueva línea de teorías en América Latina, que se llama de dependencia, que se enfoca casi exclusivamente hacia los países desarrollados, y se olvida que la extracción de materia prima también está marcando constelaciones muy particulares en las mismas sociedades. Le voy a dar un ejemplo. En América Latina, más del 50% de la población económicamente activa trabaja en situaciones informales, es decir, no tiene seguro de salud ni contrato de trabajo. Ese grupo produce solo el 10% del PIB regional, según la CEPAL. Así que realmente para la reproducción de la economía no se necesita a esas personas, su conocimiento, sus talentos, nada de ellos. Y eso es un impresionante malgasto de recursos de personas. ¿Por qué no las necesitan? Porque sacan la ganancia de la naturaleza.

En cambio, en un país más desarrollado, que vive del conocimiento de las personas y de la mano de obra, estas son necesarias. Mientras América Latina tenga una lógica extractivista, no necesita mano de obra, por qué va a hacer una política para cambiar eso. Si creo conciencia de que la solución es transformar desde la ganancia de la naturaleza a la ganancia del hombre, entonces tengo que cambiar completamente el rumbo del país y la región, y sería un mejor futuro para ella.

Eso explica que, en pandemia, empresarios dijeran que el costo de mantener la economía era que murieran personas, como si fueran prescindibles…

Ese es un darwinismo social muy fuerte. Quienes se expresan así ni siquiera son cínicos, sino que es su pensamiento real. En América Latina, con los niveles de desigualdad social más altos del mundo, la clase económica y social más alta está aislada de la mayor parte de la población.

Empresarios chilenos y de otros países latinoamericanos deberían comprender que, con una capitalización del mismo país, es decir, buscando ganancia a través de la mano de obra, podrían ganar lo mismo o incluso más, pero no obstante apuestan siempre por la materia prima.

Eso de que el costo es que mueran personas no lo dice nadie en países desarrollados en Europa. No porque sean más cultos o educados, no lo creo, sino porque un empresario sabe que necesita la mano de obra, y si no funciona bien, tampoco va a tener ganancias.

Cuando se habla de desigualdad, habitualmente se pone el foco en la pobreza, pero usted está estudiándola también desde el punto de vista de las élites y la riqueza. ¿Por qué?

La desigualdad es la expresión de la relación entre riqueza y pobreza (http://calas.lat/investigacion/desigualdad-social). La pobreza solamente existe porque tenemos riqueza. Si tengo menos riqueza, tengo menos pobreza también y esa precisamente es la idea. Acercarse al tema de la riqueza como un concepto de la desigualdad es muy productivo y ayuda a disminuir la pobreza.

¿El camino debiera ser la redistribución, una reforma tributaria?

Tanto en Chile como en otros países, la redistribución siempre significa quitarle algo a alguien para dárselo a otros. ¿Y quién se deja quitar algo, aunque tenga mucho? Es un proceso muy difícil y además siempre provoca reacciones muy fuertes y autoritarias. Esa fue la experiencia de Allende, más allá de los problemas y errores que tuvo su política. No solo en América Latina, también en Alemania, uno de los países más ricos del mundo, hacer una reforma tributaria es política y simbólicamente muy difícil. Tiene sentido, es factible y eficiente si logramos darle legitimidad.

¿De qué forma se debe enfocar?

En países como Chile, ciertos niveles de la sociedad están trabajando demasiado para recibir muy poco. Si vemos el sistema de salud privado, no garantiza a todos, incluso a la clase media y media alta, suficiente protección y apoyo. Una reforma tributaria que aumente la calidad y la cantidad del sector público, en que la gente vea que su dinero permite una mejoría de los servicios del estado, sería un primer paso para mostrar la necesidad de recaudar más impuestos, lo que sería muy importante en países de América Latina. Recordemos que es la región donde menos impuestos se pagan. Ese aumento no significa que la situación económica vaya a empeorar, como dicen muchos empresarios.

Otro punto muy importante, volviendo a la idea de la práctica social, es que no vamos a lograr un cambio ecológico y social si cada uno de nosotros no cambia la idea de bienestar y conducta de consumo. Hay un concepto universal, que fue sofisticado en Ecuador, que se llama bienestar de tiempo. Este pensamiento nuevo dice que, junto con el dinero como unidad que indica si puedo garantizarme cierta calidad de vida, el tiempo también es muy importante. Si no tengo tiempo para mi familia, mis hijos e hijas, mis amigos, mi pareja, para el ocio o leer un buen libro, tampoco tengo una vida buena. En Chile hay quienes tienen un buen ingreso, pero tienen una vida pésima, porque deben trabajar tantas horas a la semana que no logran un equilibrio entre lo material y el tiempo. Como el dinero, el tiempo es una unidad universal que podría ayudarnos a ajustar nuestra perspectiva de una vida buena. Este índice es una opción de redistribución distinta de lo que conocemos y ofrece una propuesta tanto a la clase media y media alta como a los menos beneficiados. MSJ

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Hans-Jürgen Burchardt. Sociólogo y economista alemán. Desde 2005 es catedrático de Relaciones Internacionales en la Universidad de Kassel, director del Centro Latinoamericano CELA de esta casa de estudios y director del Centro de Estudios Latinoamericanos CALAS. Actualmente está a la cabeza del proyecto Extractivismo, de dos universidades alemanas con el foco en América Latina.

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