En Venezuela, las páginas de sucesos se llenan de muertes violentas. Creo que las 28.000 reportadas por el Observatorio de Violencia el año pasado, se quedarán cortas en el 2017
Difícil escribir esta semana con jóvenes asesinados a una edad destinada a comenzar a vivir. La imagen del chico que se acerca y le dice algo a un uniformado en la Carlota, y así, a quema ropa, el funcionario le dispara… ¡Perdigones contra palabras! ¿Hay alguna guerra más asimétrica que esta? Y solo menciono la última historia, que siempre ahora se vuelve penúltima, porque aparece otra que nos mantiene el luto. Sin embargo, es necesario mirar más allá, o mirar hacia abajo, a las luces y sombras que se esconden debajo de las manifestaciones y declaraciones que son burlas, como esa de Maduro: “Con agua y gasecito” se enfrentan las manifestaciones”, el mismo día que mataron a David Vallenilla.
Mientras tanto, el hambre avanza. “Los tuits de Susana Rafalli” podrían haber titulado esta columna. La experta nutricionista, que está trabajando con Cáritas en eso que llaman SAMAN —“Sistema de Medición”—, cada día nos entrega datos que son demoledores. Uno solo bastaría para declarar estado emergencia humanitaria, o como sea la fórmula internacional aceptada. Lean a @susanarafalli y coincidirán conmigo. O lo que me contó la señora libia, de Yaritagua, hace una semana: “Tengo unos nieticos de 9 años que no están yendo a la escuela. No están comiendo y se desmayan, entonces la maestra le dice que mejor no vayan… y su papá llora”. Piensa uno que es por estas cosas que la gente sigue saliendo a manifestarse a pesar del peligro. Piensa una que sería mejor importar comida y no bombas lacrimógenas. Completen la lectura sobre el drama cotidiano de niños, niñas y adolescentes: “Desatención del brote de paludismo mata a niño de 3 años en San Félix” (O. Faoro Correo del Caroní, 14/06). Y no es la única víctima mortal este año.
Mientras tanto, las páginas de sucesos se llenan de muertes violentas. Creo que las 28.000 reportadas por el Observatorio de Violencia el año pasado, se quedarán cortas en el 2017. Las cifras son para poner a cualquier país en emergencia. Hay demasiadas armas regadas. ¿No dijo el Presidente hace unos meses que daba 72 horas a las bandas para que entregaran las armas? ¿Cuántas entregaron? Pregunto yo. Se movilizan centenares de guardias, policías nacionales, tanquetas para reprimir manifestantes con banderitas, pero no hay quién pare a los delincuentes que azotan a los ciudadanos que van a trabajar. “Uno nunca sabe si podrá llegar el liceo, si volverá a su casa”, me decía una chica “camisa azul” de Petare…
Pero también, mientras tanto, siguen saliendo héroes anónimos. Como esa maestra de una escuelita rural del municipio Beroes —Yaracuy—, como me lo contó su hija: “Mi mamá es docente de preescolar. Se lleva todos los días como cinco arepas para dar a sus alumnos que sabe que no están comiendo en sus casas. Hay uno, José Luis, que no tiene mamá, ella lo baña, está más pendiente de él…”, me contaba la joven que me tocó de vecina en el autobús. Como esa maestra, hay muchas haciendo lo mismo. ¡Verdaderas madrinas! Sin que nadie lo mande, sin esperar recompensa.
Mientras tanto se multiplican también las ollas solidarias en parroquias católicas. “Voy a cooperar con la de mi iglesia” —me dijo María, Psicóloga, de Barquisimeto—. “Ayer lo dijo el padre y me apunto para aportar algo de lo necesario”. O las que está promoviendo el artista plástico Jesús Pernalete Túa —que no es mi primo, pero me encanta que crean que lo es—. “He animado a unos cuantos, vamos a unas comunidades del oeste de la Barquisimeto. La gente del barrio se organiza para hacer la comida, nosotros apoyamos con los alimentos para la sopa y cooperamos con otras tareas”. Me mandó unas fotos preciosas. Nadie le paga, nadie lucra con ese trabajo dominical.
Hay que mirar “aquí y allá”, arriba y abajo, para seguir luchando, porque razones nos sobran, pero también para vislumbrar el horizonte de justicia y fraternidad, con semillas que se pueden ver y dan pistas para imaginar el árbol. Esto que está pasando no lo merecemos. No crean que soy ingenua, sé que estas son apenas “gotas que van al mar a endulzar las olas”, pero esas gotas nos indican que hay bases para la reconstrucción social del país, aunque hoy los susurros de la solidaridad, de las bendiciones con las que cada día las madres despiden a sus hijos, se vean opacadas por el ruido de las detonaciones, perdigones, bombas de esta guerra asimétrica.
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Fuente: http://revistasic.gumilla.org