Hemos aprendido a buscar el magis

Unas veces, los medios y el contexto me han permitido tener una incidencia más activa en esta crisis; en otras ocasiones he tenido que reconocer que no había nada más que yo pudiese hacer.

En estas últimas semanas, he recordado en más de una ocasión aquellas palabras: yo le quiero más, pero él me quiere mejor. Quien las decía era mi prima, recién casada, a propósito de cómo estaba viviendo los primeros meses de matrimonio. Cuando le pedí que me explicase aquello, supe con más detalle lo que quería decir. Su intuición me ayudó entonces a comprender más profundamente el magis ignaciano. Porque no es una palabra que pueda asociarse siempre a lo máximo, sino que está íntimamente vinculada a lo mejor. Una palabra que para pronunciarla requiere un mayor discernimiento y que solo puede concretarse en relación a otra cosa; es decir, según tiempos, personas y lugares. Lo mejor no tiene por qué ser siempre optar por lo mayor, sino por lo preferible o más conveniente en cada momento.

Desde el inicio, esta crisis supuso para mí una tensión entre implicarme activamente en la situación o vivirla de forma contemplativa. Sentía que el ambiente eclesial que se respiraba al inicio del covid-19 me forzaba a posicionarme: de un lado, por las oraciones online; las misas en streaming; la participación activa en círculos de reflexión a través de redes sociales… y del otro lado, por las cartas episcopales que invitaban a la oración, al recogimiento, a dejar por un tiempo nuestros móviles… «Y tú, ¿vas a ser de los activos o de los contemplativos?». No parecía que hubiese la posibilidad de vivirlo de forma intermedia; sino que, más bien, optar por una opción significaba condenar a la otra. Parecían actitudes opuestas e irreconciliables. Sin duda, en medio de este contexto polarizado, las palabras de mi prima me sirvieron entonces como criterio de discernimiento. El magis estaba en ambas actitudes, según las circunstancias. Unas veces, los medios y el contexto me han permitido tener una incidencia más activa en esta crisis; en otras ocasiones he tenido que reconocer que no había nada más que yo pudiese hacer. En cualquier caso, he buscado hacer siempre lo mejor: a momentos activo y en otros contemplativo. Y esa búsqueda me ha traído una paz mayor que la de pretender hacer irrevocablemente algo más, porque la sensación de que nunca he hecho lo suficiente me deja eternamente insatisfecho. No siempre cuanto más hagamos es mejor. Por ello, tal vez ese haya sido uno de los aprendizajes que entresaco de este tiempo confinado: el deseo de querer liberarme de criterios de eficacia, de máximos y de productividad para valorar mis acciones. A mí esta crisis me ha mantenido en mi casa, intentando cuidar de mi tutoría del cole —a los que tanto quiero—, preparando clases, retos pastorales, oraciones y manteniendo humildemente los grupos de fe que acompañamos donde vivo mi misión. También en comunidad, donde he intentado ser mejor compañero y promoviendo alguna iniciativa social a través de internet. Otras cosas las hubiese hecho de buena gana: cuidar de los jesuitas mayores de nuestras enfermerías, repartir bolsas de alimentos entre los más vulnerables… Sin duda, puedo decir honestamente que no he hecho más que otros, pero tampoco lo he hecho peor. Creo que nos hacemos daño cuando nuestra autoexigencia nos empuja siempre a querer hacer más cosas y no a desear hacer mejor aquello que podemos, porque nos hace vivir infelices. Y no se trata de conformismo, sino de buscar hacer el magis. Y esta crisis me mueve a buscarlo con más intensidad.

Al comienzo de la Congregación General 32, tan decisiva para la historia reciente de la Compañía, el padre Arrupe interpeló a los padres congregados con estas palabras: «Es mucha verdad que los problemas nos desbordan y que no lo podemos todo. Pero lo poco que podemos, ¿lo hacemos todo? Y, sobre todo, ¿lo hacemos de manera que sea respuesta directa a esta formidable llamada del Señor a través del mundo?».

Siento que los momentos más duros de esta crisis todavía están por llegar. Y que habrá problemas que nos desbordarán; no lo podremos todo. Pero mientras hagamos por completo aquel poco que podemos, estaremos haciendo lo mejor.

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Fuente: https://pastoralsj.org

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