Los perdedores y los ganadores del plebiscito tienen algo nuevo que aportar treinta años después.
¿Cuál es el asunto? Es fácil engañarse. Caben dos posibilidades. Una, fijar los ojos en el plebiscito y quedar vueltos hacia atrás. Otra, decidir hoy qué hacer con el país.
La primera opción tiene, a su vez, dos variantes. Podemos defendernos: “El 5 de octubre de 1988 voté ‘Sí’, porque…”. O, en cambio, podemos enrostrar a los que votaron “Sí” por haber apoyado a la dictadura; y vanagloriarse de haber votado “No”.
La segunda opción es decidir hoy qué país queremos. Pues, los que triunfaron o perdieron, a treinta años de distancia, pueden equivocarse en el presente. La historia no está cerrada. Quienes apoyaron la prolongación del régimen de Augusto Pinochet por ocho más, tienen que preguntarse este viernes 5, con toda la información que tienen de lo ocurrido, tras haber educado hijos e hijas estos últimos años, cómo pudiera justificarse haber hecho de la tortura una política pública, entre otras barbaridades.
Hoy, en realidad, importa menos si estos se equivocaron. Cuenta, por el contrario, si tienen la honestidad para cambiar y reconocer que la vida de cualquier ser humano tiene un valor eterno. Alguno, por el contrario, puede no creer en el arrepentimiento de sus enemigos. No aceptará que los que votaron “Sí” puedan hoy “darse vuelta la chaqueta”; no les reconocerá que hayan podido convertirse al respeto de los derechos humanos. Mal. Así no avanzamos.
Los perdedores y los ganadores del plebiscito tienen algo nuevo que aportar treinta años después. Pero no podemos descartar que nos repitan siempre lo mismo. Este disco tiene dos lados. Uno o los dos puede(n) estar rayado(s).
El asunto es que los perdedores de 1988 contribuyan a forjar un país mejor, reconociendo con humildad que los familiares de los detenidos desaparecidos, que aún buscan los huesos de sus deudos, han obligado al país a crecer en humanidad. Los votantes del “Sí”, sí pueden hoy, también ellos, luchar por la dignidad de todos los seres humanos.
Por el contrario, los vencedores del “No”, contra todas las apariencias, pueden envilecerse. Lo harán cada vez que condenen a sus adversarios de por vida, negándoles precisamente la posibilidad de reconciliarse con ellos, en caso que busquen esta reconciliación sinceramente, con ánimo de verdad y justicia. Los vencedores del “No” pueden invocar su triunfo como un pasaporte para eximirse de culpas pasadas y futuras. Harán bien en compartir la suerte de las víctimas que esperan un “nunca más”; pero se equivocarán si piensan que, por ponerse del lado de las víctimas, tienen la razón en todos los ámbitos de la vida.
Lo que está en juego hoy, a treinta años de la gesta del “No”, es celebrar una lucha que nos condujo a la democracia y reconocer un lugar en esta, después de muchos años, a todos quienes creen que el respeto de la dignidad humana es la primera piedra de la convivencia humana y de cualquier régimen político.
Una precisión final y termino: no se trata de olvidar lo que ocurrió el pasado. Pues solo el recuerdo de la pasión de las víctimas, una memoria passionis, puede asegurar en el tiempo el reconocimiento de derechos que están más allá de las diferencias políticas.
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Fuente: http://jorgecostadoat.cl/wp