Hugo Herrera y la búsqueda de una tradición nacionalista integral

El filósofo nos invita a reflexionar sobre un nacionalismo integral que trascienda las limitaciones sectoriales, abarcando en su amplitud a la pluralista sociedad chilena.

El pensamiento político del filósofo chileno Hugo Herrera sobresale como una voz singular y altamente significativa en el enriquecido panorama intelectual de Chile. La singularidad de su perspectiva se encuentra en su audaz exploración de una tradición intelectual de profundo arraigo en la historia de Chile, a saber, el nacionalismo. En ese sentido, sostengo que Herrera defiende un nacionalismo integral, un enfoque que va más allá de las divisiones de clase que a menudo caracterizan a la derecha tradicional y al neoliberalismo económico en la línea del pensamiento chicago gremialista. Esta perspectiva adentra a Herrera en un terreno intelectual en el que la identidad nacional se entrelaza en una visión coherente y promisoria para Chile como entidad política.

A lo largo de su carrera intelectual, Hugo Herrera ha defendido de manera ferviente la necesidad de una comprensión más profunda y reflexiva de ciertos autores de la derecha chilena. En su análisis crítico, argumenta que estos pensadores no han limitado su perspectiva exclusivamente al ámbito económico, como a menudo se asocia con la intelectualidad surgida durante la dictadura civil militar. En lugar de ello, buscan identificar elementos teóricos comunes que puedan servir como base para la articulación de lógicas de coordinación capaces de unir a la nación en torno a un proyecto compartido.

La perspectiva de Herrera contrasta con la simplificación de la derecha convencional (chicago gremialista y liberal) como una mera tradición preocupada por lo económico, y resalta cómo otorgar un peso desproporcionado al enfoque económico puede socavar la narrativa que lleva a la falta de una perspectiva política con un enfoque unificador y orientado hacia el bienestar nacional.

Sin embargo, Herrera va más allá de las perspectivas economicistas de la derecha chicago gremialista. Propugna la búsqueda de una tradición ideológica, que, desde una perspectiva histórica, puede considerarse algo frágil y carente de continuidad. Es en este contexto que su obra Pensadores peligrosos (2021) cobra especial relevancia. En este libro, Herrera pone de relieve a autores como Alberto Edwards, Francisco Encina y Jaime Eyzaguirre, enfatizando su importancia en la construcción de una identidad intelectual y política que va más allá de la economía y busca unir a la sociedad chilena en torno a un proyecto nacional sólido y cohesionado.

En esta visión, el nacionalismo integral que subyace en el planteamiento de Herrera no es excluyente, sino que intenta demostrar que hay intelectuales al interior de la derecha que piensan la diversidad nacional dentro de un marco de unidad en torno a los valores compartidos de todos los ciudadanos. No obstante, los autores elegidos también presentan un matiz sobre todo en su visión dicotómica de la realidad política de observar al país en términos de auge y decadencia, lo cual termina por justificar, en definitiva, un régimen de autoridad, como ha señalado el historiador Luis Corvalán Márquez. No obstante, desde su perspectiva de derecha, Herrera pretende brindar una lectura que rescate otros elementos de estos autores que es principalmente su robustez teórica e ideológica, y que no solo se preocupan de los aspectos económicos que realiza la derecha convencional y los medios de comunicación actuales.

No obstante, en Pensadores peligrosos (2021) y también en su última obra El último romántico: el pensamiento de Mario Góngora (2023), Herrera, a mi parecer, omite un elemento potencialmente antidemocrático en los autores de derecha a los que destaca en su trabajo. Esto es, especialmente, las tesis de Alberto Edwards, Francisco Encina y Jaime Eyzaguirre.

Para estos pensadores conservadores, la nación se asocia estrechamente con los intereses de las élites dominantes, y consideran a quienes se oponen a estos intereses como agentes de la disolución nacional. Por ejemplo, Alberto Edwards, en su obra Bosquejo histórico de los partidos políticos chilenos de 1903, recurre a la amenaza de la anarquía como un argumento para abogar por la prácticamente total erradicación de los liberales, a quienes considera responsables de llevar a la nación al abismo. Por lo tanto, Edwards propone la instauración de una “dictadura de espada”, es decir, un régimen militar como último recurso de las élites.

Asimismo, Francisco Encina, en su libro Portales de 1934, plantea la idea de una dualidad entre “patriotas” y “antipatriotas” en su interpretación de la historia de Chile. En esta perspectiva, la obediencia al orden autoritario impuesto por las élites se equipara con una actitud patriótica, mientras que cualquier intento de alterar ese orden se considera un atentado contra la patria.

Por último, Jaime Eyzaguirre contribuye al debate con su enfoque en la introducción de ideas extranjeras, como el liberalismo, el socialismo y el comunismo, que, según él, se infiltrarían en el país a través del sistema democrático liberal. Siguiendo de cerca las teorías del español Ramiro de Maeztu, Eyzaguirre sostiene que estas ideas no solo socavan la cohesión nacional, sino que también cuestionan la identidad hispánica de Chile al ser adoptadas por ciertos actores políticos, sociales y culturales. La solución propuesta por Eyzaguirre es la instauración de un régimen de autoridad que elimine estas ideas disolventes del tejido nacional.

A pesar de los argumentos previamente mencionados, Herrera considera que estos autores contribuyen más amplia y complejamente a la narrativa de la derecha chilena en los ámbitos filosófico, cultural, político e historiográfico. En contraste con la corriente convencional de la derecha actual, que tiende a enfocarse principalmente en asuntos económicos, como se evidencia en su libro La Derecha en la crisis del Bicentenario (2014), Herrera ve un valor significativo en explorar estas voces del pasado.

Desde su perspectiva, busca cómo esas influencias pueden contribuir a la construcción de un enfoque político y filosófico más amplio en relación con la reevaluación de la identidad de la derecha. Empero, en un gran esfuerzo intelectual en su relectura, Herrera intenta superar las nociones antidemocráticas que algunos de estos autores pudieron sostener en su época y que derivaron en su corolario en la justificación del golpe civil militar.

Al respecto, desde mi punto de vista, Herrera se presenta como un intelectual de orientación derechista que rechaza la dictadura civil-militar. Argumenta que esta dictadura impuso un modelo político y económico que protegió a las clases acomodadas sin considerar una perspectiva integral, y, además, lamentablemente, resultó en la pérdida de vidas chilenas.

Desde mi punto de vista, Herrera se presenta como un intelectual de orientación derechista que rechaza la dictadura civil-militar.

Por su parte, es importante destacar que, en la obra y las numerosas columnas de opinión en diversos medios escritos de Herrera, se puede discernir una profunda preocupación por la promoción de la justicia social y la equidad entre los ciudadanos chilenos. Sostengo que detrás de sus planteamientos de coyuntura nacional emerge una visión que aboga por un Chile en el que todos los ciudadanos tengan igualdad de oportunidades y acceso a un futuro próspero. Esto implica no solo la prosperidad económica, sino también la justicia y la inclusión social, elementos cruciales para el bienestar de la nación en su conjunto (algo que denomino en esta columna como un nacionalismo integral).

En un momento en la historia de Chile caracterizado por desafíos y cambios significativos, Hugo Herrera emerge como una figura influyente que propone un enfoque integral y enriquecedor. Su trabajo sigue siendo un faro en el ámbito político y filosófico, incitando debates y reflexiones que son esenciales para comprender la interacción compleja entre la identidad nacional y la crisis política y social actual y el desarrollo económico. Herrera está marcando un camino hacia una comprensión más profunda y matizada de estos conceptos, proporcionando una visión visionaria para el futuro de Chile.

Sobre este último punto del desarrollo económico, Herrera se preocupa profundamente por repensar la economía chilena, alejándola del enfoque tradicional de la extracción de materias primas, defendida por la derecha chicago gremialista y parte de la Nueva Mayoría, que ha sido la base de la política económica del país durante mucho tiempo. En lugar de depender en exceso de la explotación de recursos naturales, aboga por una economía productiva que fomente la innovación, la diversificación y el valor agregado en la producción dentro de un marco capitalista. Esta perspectiva apunta a una economía más equitativa y sostenible, capaz de responder a los desafíos globales del siglo XXI, algo que los economistas chilenos no realizan. De alguna manera, Herrera plantea una crítica abierta a los economistas neoliberales que carecen de autocrítica y su visión ortodoxa no les deja observar los problemas que presenta una economía basada solo en la explotación de materias primas como base de “desarrollo”.

En consecuencia, la perspectiva de Hugo Herrera se extiende más allá de la mera consideración de cuestiones económicas; aborda de manera enfática la necesidad de descentralizar el poder y la toma de decisiones en Chile. Este planteamiento va dirigido hacia la reducción de la abrumadora influencia de Santiago, y en particular, hacia la mitigación de la preponderancia de las comunas acomodadas como Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea. En su visión, la riqueza y el desarrollo del país no deben concentrarse exclusivamente en la capital, sino que deben distribuirse de manera más equitativa por todo el territorio chileno. Esta perspectiva no se limita únicamente a una cuestión de justicia social, sino que representa una vía para potenciar el crecimiento y fortalecer la cohesión de las regiones. Planteo que Hugo Herrera, de esta manera, desafía el statu quo y propone un camino audaz hacia una economía más inclusiva y una sociedad más equitativa.

En virtud de lo anterior, la descentralización propuesta por Herrera no solo es una cuestión de redistribución de la riqueza, sino que también conlleva un profundo sentido de empoderamiento local y autonomía regional. Quizás esto tenga que ver con que él es oriundo de Viña del Mar, lo cual le permite tener una visión de la realidad nacional desde un espacio distinto al hegemónico santiaguino. Esta visión descentralizadora de Herrera se traduce en una oportunidad para el desarrollo sostenible de las distintas zonas del país, permitiendo que cada región pueda identificar y aprovechar sus recursos y capacidades específicas. De esta manera, se fomenta un crecimiento económico que no solo es más justo desde una perspectiva geográfica, sino que también responde de manera más precisa a las necesidades y potencialidades de las distintas áreas de Chile.

Sostengo que la visión de Hugo Herrera va más allá de transformar la economía, siendo un proyecto que busca rediseñar el tejido social y político del país. Busca un futuro más prometedor y equitativo para todos los chilenos, donde la igualdad de oportunidades y la justicia social no sean solo aspiraciones, sino realidades tangibles que permitan a cada individuo y a cada rincón de Chile prosperar y contribuir al bienestar nacional.

Así, entonces, el punto de vista de Hugo Herrera, como intelectual crítico de derecha, puede ser interpretado como corolario del concepto de nacionalismo mesocrático, un término que el historiador chileno Luis Corvalán Márquez desarrolló en su libro Nacionalismo y Autoritarismo durante el siglo XX en Chile (2009). No obstante, planteo que lo que distingue la perspectiva de Herrera es su compromiso con un nacionalismo integral que se caracteriza por su ausencia de sesgo de clase. Mientras que el nacionalismo mesocrático de Corvalán Márquez presenta una connotación más centrada en las clases medias chilenas y antioligárquica, Herrera lleva esta idea un paso más allá, al reconocer que el nacionalismo no debe limitarse a un sector específico de la sociedad, sino que debe abarcar a toda la nación.

Por lo tanto, Herrera pretende repensar el país preguntándose por la diversidad de perspectivas y necesidades que existen en Chile. Al respecto, sostengo que, a diferencia de enfoques anteriores del nacionalismo que mencionamos anteriormente, su pensamiento no se limita a una estratificación social, sino que se extiende a todos los ciudadanos, independientemente de su trasfondo social o económico. Esta amplitud en la visión de Herrera representa una guía en medio de las aguas turbulentas de la política chilena. Ofrece un camino hacia la construcción de una identidad nacional inclusiva, que tenga cabida para todos los ciudadanos, independientemente de su origen o situación económica.

En el actual contexto histórico, caracterizado por una profunda polarización política y una fragmentación social que a menudo parecen insuperables en las esferas de la élite política, Hugo Herrera se destaca como un defensor de una visión inclusiva y esperanzadora. Su pensamiento trasciende las divisiones históricas y partidistas con el propósito de fomentar la unidad y la fortaleza de Chile como una nación unificada por un sentido compartido de identidad y propósito. Sin embargo, es importante señalar que esta postura no ha estado exenta de críticas. Una de las voces más destacadas en este sentido es la del sociólogo Daniel Chernilo, quien, en una columna publicada en CIPER Chile, ha argumentado que el lenguaje utilizado por Herrera “deriva directamente de Schmitt”, en referencia al pensador alemán a quien describe como un ideólogo integrista, conservador y militante nazi. Hugo Herrera ha respondido a esta crítica acusando a Chernilo de realizar una lectura parcial y distorsionada de su obra. No obstante, la perspectiva de Herrera aspira a promover una tradición intelectual nacional que busque analizar el país desde categorías más amplias, donde la diversidad sea percibida como una fortaleza y la justicia social se erija como un pilar fundamental.

En cierto modo, lo que subyace al planteamiento de Herrera es su hincapié en la unidad nacional, la prosperidad sostenible y la descentralización del poder que constituye un llamado a la reevaluación de Chile en el siglo XXI, trascendiendo las divisiones y forjando un futuro más inclusivo y equitativo. En lugar de aferrarse a visiones políticas dogmáticas, Herrera aboga por la convergencia de ideas que tomen en consideración la compleja y diversa realidad chilena.

En relación con lo anterior, su propuesta de descentralización implica otorgar una mayor autonomía a las distintas regiones del país, facultándolas para tomar decisiones que tengan un impacto directo en sus respectivas poblaciones y, por consiguiente, reducir la centralización del poder en la capital. En este contexto, su disposición al diálogo y la cooperación adquiere una relevancia extraordinaria en un momento en que la sociedad chilena se enfrenta a desafíos críticos en ámbitos como la educación, la salud y la equidad.

Cabe destacar que Hugo Herrera, en su rol de intelectual público, se distingue por su enfoque dialogante. Es evidente que figura como uno de los pocos exponentes intelectuales de la derecha que puede participar en programas televisivos para comentar sobre la coyuntura política desde su perspectiva. Quizás sea relevante mencionar los debates que Herrera ha sostenido con Fernando Atria en Twitter, particularmente sobre la responsabilidad de este último en el fracaso de la primera convención constitucional. Este tema se abordó en la columna de Hugo Herrera titulada “Revolución Inglesa y Constitución”, publicada el 21 de febrero de 2023. Sin lugar a duda, comparto la opinión de que en la convención constitucional hubo un exceso de triunfalismo y radicalismo de izquierda que, en última instancia, tuvo un desenlace desafortunado. Lo que es más lamentable es que no se ha hecho un adecuado mea culpa por parte de los actores que participaron en esa convención. Desafortunadamente, en la actualidad, la segunda convención parece estar siguiendo un camino similar, pero esta vez con un protagonismo marcado por un radicalismo de derecha, en particular, por parte del Partido Republicano. Esto se ve agravado por un sesgo de clase que hace que sea difícil lograr una Constitución inclusiva y representativa a nivel nacional.

Sin embargo, es innegable que la derecha carece de un número suficiente de intelectuales dispuestos al diálogo. En este contexto, Hugo Herrera emerge como un destacado representante de una corriente de pensamiento derechista que fomenta el debate sin recurrir a argumentos integristas, que a menudo caracterizan a ciertos políticos de la UDI y RN. Además, la llegada del Partido Republicano no alimenta muchas esperanzas de una derecha abierta al diálogo y dispuesta a cuestionar sus fundamentos, como lo hace Herrera.

El fundamentalismo de mercado y el conservadurismo moral de algunos miembros de la bancada de derecha en la convención excluyen cualquier discusión constructiva. Incluso más preocupante, las encuestas de opinión indican que el alto porcentaje de rechazo hacia una nueva propuesta de Constitución refleja que las élites políticas no solo están polarizadas, sino que carecen de la voluntad de unir fuerzas y trabajar por la unidad del país. Un eventual segundo rechazo a una nueva Constitución nos situaría en una posición inusual a nivel mundial.

En este marco, Hugo Herrera nos recuerda la importancia de identificar un terreno común en el que todas las perspectivas puedan ser consideradas, y donde las soluciones pragmáticas tengan el potencial de allanar el camino hacia un Chile más resiliente y unido. Personalmente, considero que el filósofo chileno aboga por superar las discrepancias político-ideológicas, buscando la creación de una nueva nación en la que la diversidad sea vista como un activo en lugar de un factor divisor. Además, Herrera nos insta a contemplar la política no como un campo de lucha partidista, sino como una herramienta efectiva para la construcción de soluciones colaborativas que vayan más allá de divisiones, impulsadas por una visión compartida de bienestar y progreso nacional. De manera subyacente, nos recuerda que la voluntad de superar las diferencias ideológicas nacionales en busca de objetivos más elevados puede ser una fuerza transformadora. Para ejemplificar esto, en una entrevista con El Mostrador el 20 de julio de 2023, afirmó: “Creo que esto es manifestación de la crisis. Se están dando de cabeza con los mismos temas en un discurso medio noventero, porque no están las nuevas visiones todavía. Uno puede ver que Javier Macaya es más prudente y moderado que Jovino Novoa, por decir algo. Pero hasta ahí nomás, porque no tienes una UDI que esté renovando su pensamiento y pensando efectivamente en una renovación del Estado que signifique fortalecer su capacidad en ciertas áreas, mejorar la carrera profesional o regionalizar en serio. Tampoco tienes a un Gobierno que esté pensando en una reforma del Estado. Ninguno de los sectores está con capacidad para mejorar la institucionalidad”.

En resumen, lo que he presentado hasta ahora es una interpretación del pensamiento político del filósofo Hugo Herrera. Como toda interpretación, evidentemente, es parcial y tiene sus limitaciones. No obstante, considero que Herrera, a través de sus libros, columnas de opinión y entrevistas en televisión, nos extiende una cordial invitación a reflexionar sobre un nacionalismo integral que trascienda las limitaciones sectoriales, abarcando en su amplitud a la pluralista sociedad chilena. Su perspectiva nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre nuestra búsqueda de autocomprensión, la cual se vio afectada tras el estallido social de octubre de 2019 y el notable fracaso de la primera convención constitucional (y tengo la misma percepción con respecto a la segunda), en busca del bienestar común. Por lo tanto, Hugo Herrera, desafiando los paradigmas convencionales tanto en la derecha como en el ámbito intelectual, se erige como una fuente de inspiración para concebir un Chile más unido, diverso y próspero.


Imagen: Pexels.

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