Al experimentar con la Inteligencia Artificial Generativa podremos descubrir nuevas formas de enriquecer el proceso educativo.
La Inteligencia Artificial (IA) no es un término reciente. Fue conceptualizada de manera formal a mediados del siglo XX. Uno de los referentes destacados fue Isaac Asimov, que en 1950 publicó el libro Yo, robot. Este autor nos presenta su visión de la IA —aunque en ese tiempo no se le llamaba así—, la cual es fundamentalmente optimista, pero también cautelosa. A través de una serie de relatos cortos explora la interacción entre humanos y robots, estableciendo las Tres Leyes de la Robótica que guían el “comportamiento ético”, por así llamarlo, de los robots en su universo ficticio.
Seis años después, en 1956, John McCarthy impartió la conferencia Dartmouth Summer Research Project on Artificial Intelligence, un proyecto de investigación de verano sobre Inteligencia Artificial en Dartmouth College, New Hampshire, Estados Unidos. Este investigador y sus colaboradores aterrizaron la ficción utilizando ciencia e indagaron en la posibilidad de crear máquinas que pudieran imitar la inteligencia humana. Así, en este evento se presentó el término “IA” tal y como lo conceptualizamos actualmente.
Recordemos que las computadoras emplean un lenguaje binario (unos y ceros) para hacer sus cálculos, mientras que el cerebro humano usa neuronas que están en sinapsis (uno) o desconectadas (cero) para desarrollar sus procesos; por lo tanto, esa idea no era tan descabellada. Así, McCarthy se planteó la siguiente pregunta: ¿Cómo podrían desarrollarse algoritmos y sistemas informáticos que imiten la capacidad cognitiva humana, como el razonamiento, el aprendizaje y la resolución de problemas?
Mientras que la ciencia seguía avanzando para responder esa pregunta —y otras que surgieron con cada paso—, la ciencia ficción hizo lo propio. El director de cine Stanley Kubrick presentó su película 2001, odisea en el espacio en 1968, y James Cameron estrenaba Terminator en 1984. Ambas obras tenían algo en común: su visión era diferente a la de Asimov. Ahora la IA era una especie de ente robótico que se “sentía” amenazado por los humanos, los cuales representaban un obstáculo para lograr sus objetivos programados.
Varias décadas después del estreno de esas películas, no es casualidad que muchas personas manifiesten un grado significativo de preocupación o desconfianza hacia la IA. Y, desafortunadamente, en el ámbito educativo ese “miedo” está presente en un gran número de docentes y estudiantes. Esto lo he podido constatar en repetidas ocasiones, ya que una de las actividades profesionales en las que me desempeño es la docencia apoyada por tecnología. Ejemplos de ello son los comentarios de colegas que mencionan la inutilidad de la herramienta porque no les dio la respuesta exacta que se imaginaban —pero no la solicitaron así en la instrucción o prompt—, o un estudiante que asegura que la IA “daña el cerebro”, especialmente la parte que se encarga de los procesos de pensamiento para justificar ideas. Curiosamente, no fue capaz de sostener su argumento.
A continuación presento las características principales de la IA para entender mejor su funcionamiento. También, para evitar caer en sesgos y reconocer qué no puede hacer, se identifican algunos de sus límites.
Este recorrido conceptual irá de lo general a lo particular, comenzando con la definición de IA: “Es la capacidad de las máquinas o sistemas informáticos para realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana. Esto incluye la capacidad de aprender, razonar, planificar, reconocer patrones, comprender el lenguaje natural y tomar decisiones, entre otras habilidades cognitivas”.
El autor de esta definición es ChatGPT, una inteligencia de lenguaje natural especializada en la escritura de textos, desarrollada por la empresa Open AI, a la que le hice una consulta directa sobre qué es una IA. Para la elaboración de esta respuesta podríamos decir que esa IA realizó un proceso de autodefinición; sin embargo, esto no significa que “tenga conciencia”, al menos en el sentido en que los seres humanos la desarrollamos y vivimos. Esta cualidad implica tener una experiencia subjetiva del mundo, ser consciente de uno mismo y de los propios pensamientos, emociones y percepciones. Eso no lo ha logrado la tecnología.
El mismo “diálogo” con ChatGPT menciona que la IA es “una imitación de ciertos aspectos de la inteligencia humana”, prediseñada y ejecutada en sistemas no biológicos, especializada y limitada en su alcance y adaptabilidad en comparación con las capacidades humanas, que son inherentemente más flexibles, adaptables y conscientes. En ese sentido podemos concluir que la IA sólo simula ciertos aspectos de la cognición.
Ahora que ya conocemos qué es y qué no, tomemos en cuenta lo que ChatGPT entiende como su objetivo general: “Aumentar la eficiencia, la precisión y la capacidad de resolver problemas en diversas áreas”, entre ellas la relacionada con la educación y la pedagogía, por supuesto.
Es importante saber que no existe sólo una IA, ya que hay miles de enfoques de uso de esta tecnología. Veamos sus variantes para identificar la aplicación más útil en nuestras labores profesionales.
La robótica, la domótica, el algoritmo de Facebook, el reconocimiento de voz en nuestros celulares e incluso los anuncios que aparecen “mágicamente” en nuestros dispositivos electrónicos son muestras de cómo esas herramientas están más que presentes en la cotidianidad. Así, encontramos que éstas se ejecutan mediante Aprendizaje Profundo, Aprendizaje Automático o Procesamiento de Lenguaje Natural, entre otras ramas de la IA. Pero, más allá de estos tecnicismos, ¿cuál es la inteligencia específica que puede favorecer los procesos de enseñanza y aprendizaje en las clases?
La robótica, la domótica, el algoritmo de Facebook, el reconocimiento de voz en nuestros celulares e incluso los anuncios que aparecen “mágicamente” en nuestros dispositivos electrónicos son muestras de cómo esas herramientas están más que presentes en la cotidianidad.
La Inteligencia Artificial Generativa (IAG) se centra en la creación de contenido, en lugar de simplemente realizar acciones específicas de clasificación o predicción. Esto incluye técnicas como redes generativas adversarias, que producen imágenes, música, texto y otros tipos de datos, de manera que se puede crear contenido multimedia, reportes, pódcast, presentaciones interactivas, videos, entre otros. Lo anterior puede ser de mucha utilidad en nuestras clases para generar material pedagógico de calidad y en segundos, así como planeaciones, reportes y sistemas de evaluación. Hasta ahora suena muy bien, pero ¿cuáles son sus implicaciones?
Es importante recalcar que la IA, en especial la IAG, no hace las cosas por sí sola. El proceso se inicia con una indicación que la persona introduce en el sistema. Esto quiere decir que la calidad de la respuesta o del producto final dependerán de la claridad, especificidad, extensión y contextualización de esa petición. Por lo tanto, los conocimientos sobre pedagogía y formación, principalmente, serán relevantes en dos momentos clave: 1) al inicio, cuando se hace la petición, y 2) al final, cuando se revisan y validan los resultados.
Ahora, dejemos por un momento la parte técnica conceptual y pasemos a la reflexión. Comencemos con dos preguntas sobre los límites de estas herramientas en el ámbito de la educación: ¿La IA será capaz de quitarle el trabajo a los profesores? ¿Los estudiantes perderán capacidades cognitivas al utilizarla?
Si tomamos como referencia los sesgos que algunas películas han sembrado en nuestras mentes la respuesta automática a ambas interrogantes es “sí”. Pero, afortunadamente, no vivimos en una ciencia ficción del siglo pasado. Las oportunidades para enriquecer las experiencias de aprendizaje al recurrir a la IAG son mayoritariamente positivas; tanto que, después de un análisis objetivo, ya ni siquiera es necesario responder las dos cuestiones planteadas en el párrafo anterior. Ahora, la nueva pregunta es: ¿Cómo se puede incluir esta herramienta para potenciar la planeación, impartición, evaluación y seguimiento de las clases, y con ello favorecer el aprendizaje significativo de los estudiantes?
La respuesta, finalmente, la encontré en un método de cinco pasos que he desarrollado durante la impartición de mis asignaturas.
1. Eliminar las ideas que impiden avanzar
Antes de embarcarse en la integración de la IAG en el aula es recomendable —muy recomendable— identificar y eliminar las ideas preconcebidas y sesgos que podrían estar frenando nuestro progreso. Esto implica abordar cualquier temor o resistencia y reconocer que la IA no busca reemplazar la labor docente, sino complementarla.
Al liberarnos de los prejuicios los profesores podremos abrirnos a nuevas posibilidades y explorar el potencial transformador de la IA en el proceso educativo.
Es importante recalcar que, al final de todo, las personas y el objetivo del aprendizaje son la parte fundamental en este tipo de actividades de formación, y ninguna herramienta debe estar por encima de ellos. Por lo tanto, es crucial reconocer que la integración de la IA en el aula no sólo trata de adoptar nuevas tecnologías, sino también de reconsiderar y redefinir los roles y prácticas pedagógicas. Así, podremos explorar, con seguridad y confianza, diversas formas innovadoras de aprovechar estos avances para mejorar la experiencia de aprendizaje de los estudiantes.
2. Conocer la herramienta
Para aprovechar la IAG de manera óptima y ética en el aula es esencial que los docentes comprendamos a fondo los instrumentos que estamos utilizando o utilizaremos. Esto conlleva no sólo conocer sus funciones y aplicaciones prácticas, sino también sus implicaciones éticas. Debemos dedicar tiempo a investigar y familiarizarnos con los algoritmos y modelos de IA que emplearemos en los procesos de enseñanza, así como con el funcionamiento y el impacto de estos sistemas en el aprendizaje de los alumnos. De esta manera serán más claras las reglas que propondremos a nuestros estudiantes sobre el uso de algún tipo de IA, además de los momentos que más favorezcan su proceso.
Esta es una pequeña lista de aplicaciones de IAG que podemos manejar en nuestras clases:
— ChatGPT: desarrollo de texto a partir de lenguaje natural. Pueden llevarse a cabo planeaciones, evaluaciones, cuestionarios, síntesis de textos, guiones, reportes, entre otros.
— Leonardo.ai: generación de imágenes como ilustraciones, logotipos, viñetas, fotografías, etcétera.
— Tome.app: diseño de presentaciones (tipo Power Point).
3. Identificar sus límites
Esto implica entender que, si bien puede ser una herramienta poderosa para automatizar tareas repetitivas, analizar grandes conjuntos de datos y proporcionar retroalimentación personalizada, también tiene limitaciones en términos de comprensión contextual, creatividad y empatía humana. Es necesario ser conscientes de lo anterior y utilizar la IA de manera complementaria, combinando su capacidad de procesamiento de datos con el juicio humano y la experiencia pedagógica, para proporcionar una educación cada vez de mayor calidad.
4. Experimentar
Esto conlleva probar diferentes herramientas de IA en el aula, explorar cómo pueden usarse para mejorar la enseñanza y el aprendizaje, y estar abiertos a la retroalimentación de los estudiantes y colegas. Al experimentar con la IAG podremos descubrir nuevas formas de enriquecer el proceso educativo, adaptando los instrumentos tecnológicos a las necesidades específicas de nuestros estudiantes y su contexto educativo.
Al experimentar con la IAG podremos descubrir nuevas formas de enriquecer el proceso educativo.
5. Capacitarse constantemente
Dado que la IA es un campo en evolución, es fundamental participar en programas de desarrollo profesional, asistir a conferencias y talleres sobre IA y educación, y seguir investigando sobre las últimas tendencias y avances en la materia. Al mantenernos al día con los desarrollos tecnológicos podremos mejorar continuamente nuestras habilidades y conocimientos, y asegurarnos de estar utilizando la tecnología de manera efectiva y ética en el aula para el beneficio de nuestros estudiantes.
En conclusión, cuando reconocemos que la IA es una idea que se ha venido desarrollando colectivamente por cerca de siete décadas para buscar soluciones a diversos retos, y la volvemos nuestra aliada, comenzamos a aprovechar las oportunidades que nos ofrece. Muchas de ellas, como ya vimos, están en el desarrollo de aprendizajes. Nuestro papel como docentes nos invita a seguir generando habilidades y actitudes para guiar de mejor manera a nuestros estudiantes en un entorno que evoluciona día a día.
Para finalizar, comparto una experiencia que me confirma el gran potencial que tiene esta herramienta. Al impartir un curso de capacitación para profesoras en la Escuela para Niñas Ciegas de Guadalajara identificamos que las tecnologías habituales de IA requieren un “toque especial” para convertirlas en instrumentos de inclusión. En esa ocasión la clave fue escribir instrucciones basadas en simulaciones de procesos de plasticidad neuronal y compensación sensorial. Por ejemplo, al solicitarle a ChatGPT que desarrollara un cuento para enseñar el valor de la honestidad, al final se incluyó la siguiente frase: “El cuento deberá estar descrito sin hacer referencia a elementos visuales, ya que está dirigido a niños con discapacidad visual. Por lo tanto, deberás explicar características sensoriales de los personajes y las situaciones desde los olores, los sabores, los sonidos y las sensaciones táctiles”.
Imagina la sorpresa de las maestras al ver lo que sus ideas desarrollaron en tan sólo unos segundos. Ahora, visualiza la sonrisa y las emociones de las niñas con discapacidad visual cuando escucharon un cuento que fue creado especialmente para ellas. Ese día logramos que la IA potenciara la “Inteligencia Natural” en el aula.
Fuente: Revista Christus – Guadalajara, México / Imagen: Pexels.