Cuando solicitó que “pensemos en todo lo que Jesús tendrá que sufrir…”, Francisco sin duda tenía presente aquello que san Ignacio de Loyola en los Ejercicios pide: “Dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna, de tanta pena que Cristo pasó por mí” (Cfr. 193.203). Se trata de un don especial, de gracia particular, aquella de acompañar a Jesús en la pasión sintiendo lo que el sintió, y todavía más, el padecimiento del martirio cruento o incruento de tantas personas hoy.
Solo este conocimiento interno de lo que vive Jesús, obra en la persona, la conversión y la alegría del Evangelio por el perdón y por la esperanza que suscita la resurrección de Jesús, de modo de poder seguir a Jesús y servirlo hasta las últimas consecuencias, como lo están haciendo hoy los cristianos que son perseguidos y asesinados.
El Sucesor de Pedro explicó también que este Jesús está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, sufren por las enfermedades… Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados… Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide —nos pide— que se le mire, que se le reconozca, que se le ame”.
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Fuente: Reflexiones en Frontera / http://es.radiovaticana.va