El populismo aparece periódicamente como un fantasma que acecha a las democracias. Pero usted en sus textos y ponencias señala que “el desafío no es tanto combatir al enemigo que aparece con el populismo, sino atreverse a mirar las demandas reales que permiten que aparezca”. ¿Cuáles son esas demandas reales que hoy podrían favorecer que surja en Chile?
Yo he criticado una aproximación al populismo que solo lo vea como un fenómeno que deteriora los sistemas democráticos, aunque efectivamente lo sea, sin preguntarse por las condiciones a partir de las cuales estos liderazgos se levantan y consiguen avanzar con eficacia. También me parece problemático que el desprecio por el líder populista conlleve a un desprecio velado por quienes votan por él.
En el caso particular de Chile, uno podría decir a primera vista que las demandas evidentes que podrían hacer surgir el populismo son las materiales, que se mostraron en su urgencia y en su magnitud para el estallido del 18 de octubre de 2019. Pero mi hipótesis intuitiva, es que lo que permite que aparezcan liderazgos populistas tiene que ver con la disponibilidad de un espacio político producido por una fractura muy profunda entre política y sociedad. Esa fractura en Chile, entre otras cosas, provocó que la clase política se volviera ciega y sorda a las demandas sociales y que las instituciones no fueran capaces de canalizarlas. Y eso para mí es lo que abre un campo de disponibilidad para que aparezca un liderazgo populista que se sustenta no solo en ofrecer compensaciones materiales, sino vínculos políticos muy fuertes.
—Después del estallido de octubre, ¿usted observa que se estén dando pasos para recomponer esa fractura?
Creo que sí, la pregunta es si los intentos son correctos o no. Podemos tomar dos ejemplos, uno más esperanzador que el otro. Sin duda, el proceso constituyente es un camino inicial para reencontrar a la ciudadanía con sus instituciones y con la clase política, y para rehabilitar las instancias de mediación y de representación como las adecuadas para resolver nuestros conflictos. Eso le da mucha radicalidad al proceso constituyente. Pero al mismo tiempo hay otros esfuerzos más desesperados y que pueden ser peores que la enfermedad, como la agenda de retiros de fondos previsionales, que es una estrategia de desmontaje de un sistema sin ninguna alternativa de reemplazo, un acercamiento muy instrumental, que no va a permitir que en el largo plazo se reconstruyan los lazos entre política y sociedad.
—Usted ha citado a la autora Chantal Delsol, quien a través de los conceptos de ‘arraigo’ y ‘emancipación’ aporta una mirada muy original en torno al populismo. ¿Podría explicar esto?
Para Delsol, emancipación y arraigo son dos visiones de mundo. La primera es propia de las élites intelectuales y políticas modernas, y el arraigo es propio del pueblo y de los sectores populares. Lo deseable sería que las élites y el pueblo se eduquen recíprocamente en esas visiones de mundo. Pero el problema que Delsol ve es el desprecio de la élite por la visión de mundo que representan esos sectores populares que no despiertan a la emancipación y se origina una nueva y encarnizada lucha de clases. Esta mirada, aunque es europea, puede aplicarse a Latinoamérica. En Chile se caricaturiza al “facho pobre”, por ejemplo. La discusión sobre la migración también puede analizarse desde la visión de Delsol, porque las élites están identificadas con una postura de fronteras más abiertas, inspiradas por mejores intenciones, pero no dudan en tratar de xenófobos o racistas a quienes viven en pueblos o barrios donde llegan los migrantes y describen su malestar. Creo que el concepto de “desprecio”, en Delsol, permite mirar la historia política de América Latina y particularmente la relación de la clase política con los sectores populares. En América Latina hay una historia larga de desprecio que puede explicar la recurrencia del populismo en nuestra región, entre otras cosas.
—Usted pertenece a una de las generaciones más jóvenes de historiadores chilenos, ¿qué rescata del pasado de nuestro país y qué le pide a la nueva Constitución como elemento importante de nuestro futuro?
Creo que todas las pretensiones refundacionales, de hoja en blanco, de partir de cero, pueden entenderse por la magnitud del malestar, pero la herencia de todos nuestros años de historia no son simplemente oscuridades y miserias. También hay riqueza. Y por eso pienso que parte del trabajo constituyente debiera ser reconciliarse con las propias circunstancias históricas, reconciliarse en el sentido que dice Hanna Arendt, para dejar de habitar en el mundo como un extraño y lograr sentirte como en tu casa, y experimentar al mismo tiempo un deseo de avanzar y de mejorar, con la gratitud por lo que has recibido. Creo que, si eso no se hace, vamos a volver a reproducir los vicios y problemas que tenemos. Porque uno de los aspectos que más define a la Constitución de 1980 es que pretendió refundar todo, por ser la dictadura una estructura que arrasó con todos los niveles de la vida social. Entonces me asusta a veces que estemos avanzando hacia una mimesis, solo que de signo contrario, claro que no en el contexto de un estado dictatorial y es relevante hacer esa distinción; pero que le inspire ese mismo objetivo. Creo que es problemático porque tenemos que ser capaces de reconocer en nuestra trayectoria histórica aspectos importantes de valorar, porque son logros que las personas comunes y corrientes han conseguido.
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
Lo primero, es estar alerta a que no por estar reaccionando críticamente al modelo recibido, tanto de la dictadura como de la transición, estamos liberados de repetir los mismos vicios y problemas de quienes nos antecedieron. Eso exige una actitud de mesura y de cuidado, de conciencia de que siempre se puede arrasar y pasar a llevar. Lo segundo, que no depositemos en el proceso constituyente todas nuestras expectativas, porque hay muchos conflictos en nuestra sociedad que tienen que ver con otros ámbitos de la organización social y de la vida cotidiana. Kathya Araujo, a partir de su estudio empírico, ha dicho varias veces que la experiencia de ser pasados a llevar es transversal en la ciudadanía y no solo existe en la relación de las personas con el Estado o con las instituciones privadas, sino en las relaciones cara a cara. Tenemos que preguntamos cómo trabajamos en esos otros ámbitos de la vida, para ir reduciendo esta experiencia de hostilidad; cómo encontrar en nuestra memoria histórica y en nuestro presente, los espacios de encuentro, armonía, pertenencia y reconciliación que también constituyen parte de la experiencia cotidiana de las personas y que a veces se ocultan y son tan necesarios de identificar, restaurar y potenciar.
—¿Considera usted que estamos, efectivamente, en momentos de cambio?
Creo que estamos en un momento en que se nos hacen evidentes cambios que ya estaban teniendo lugar hace tiempo. Eso genera mucha incertidumbre, temor y angustia. A veces creo que eso es más determinante que el hecho de que estemos en tiempos de cambio. Qué tan determinante pueda volverse el miedo en nuestra convivencia, puede ser muy revelador de qué tipo de efectos van a ocurrir a nivel de liderazgos políticos y de conflictividad.
—¿Qué le hace sentir optimismo?
Respecto de la crisis político y social de Chile, me hizo sentir mucha esperanza esa marcha masiva tan grande del 25 de octubre de 2019 y la unión de esa marcha con la propuesta del acuerdo del 25 de noviembre. Desde ese momento ha primado en la ciudadanía el apoyo a las vías institucionales, al diálogo, la negociación, el acuerdo, para que los cambios sustantivos se hagan en el marco del respeto. Creo que las personas no desean que la Convención se vuelva instancia de revancha.
—Si pudiera dar un mensaje a la humanidad, ¿qué les diría?
Creo que necesitamos restaurar un diálogo intergeneracional, que permita a cada nueva generación formular las críticas correspondientes para responder a las nuevas circunstancias que le va poniendo el destino por delante, pero al mismo tiempo, no pretender partir de cero. Esa es una de las tareas importantes que tenemos que lograr, porque las dinámicas de nuestras sociedades contemporáneas van distanciando de manera cada vez más rápida y en forma abismante a las generaciones. Vivimos además en una era digital donde el resguardo del patrimonio cultural se fragmenta, se dispersa, se vuelve volátil, y ya no sabemos bien quién lo escribió, cuándo lo escribió, cuándo lo dijo. Y eso también hace parecer que la cultura es algo volátil, que el mundo parte con uno y eso es de los peores puntos ciegos que podemos tener. Eso me lo planteo a mi misma, por eso lo propongo a la humanidad: ¿cómo establecemos hoy un diálogo intergeneracional que nos permita proyectarnos de forma sustentable hacia el futuro? MSJ
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Josefina Araos. Licenciada y Magíster en Historia de la Pontificia Universidad Católica. Es co-autora de El derrumbe del otro modelo (2017) y Primera persona singular. Reflexiones en torno al individualismo (2019), autora del libro Católicos y perplejos. La Iglesia en su hora más oscura (2018). Sus áreas de investigación son cultura popular latinoamericana y populismo. El año 2021 fue elegida “Joven líder” por la revista “Sábado” de El Mercurio.