“Cuando yo llegué a Chile a fines de los 60 la mitad de los empresarios había nacido en el extranjero en ese momento. En Estados Unidos cerca del 13% de la población hoy es migrante, pero entre los que empiezan un nuevo negocio en ese país, el 25% son migrantes. Si miramos Silicon Valley, la cifra de emprendedores sube a más de la mitad. Al revisar los premios Nobel norteamericanos, un número muy importante son migrantes relativamente recientes”, señala este economista, profesor titular de la Universidad de Chile desde 1999 y miembro del directorio del Servicio Jesuita a Migrantes.
Y agrega: “Los estudios que se han hecho sobre la migración en Chile —no solo por el Servicio Jesuita Migrante, sino por el Centro de Estudios Públicos, la Universidad Católica y la Comisión Nacional de Productividad de la que formo parte— indican que el efecto neto del migrante ha sido muy positivo para Chile. Obviamente hay costos, pero el migrante en general viene en edad de trabajar. Con respecto al mito de la delincuencia, al analizar por grupo etario, la delincuencia es mucho mayor entre la población nativa que en la población migrante. Entonces: sí, yo creo que la migración es algo positivo para un país. Pero obviamente hay que analizar cuál es la capacidad económica de un país de absorber población migrante. Esa es una pregunta legítima”.
—¿Y esa es la pregunta que debemos responder para enfrentar el tema de la migración hoy día?
Bueno, si alguien me preguntara una fórmula, creo que existen dos factores a considerar: uno, la capacidad de la economía de absorber población migrante, y dos, la capacidad de absorción cultural. En el caso de Chile y con respecto a las migraciones recientes, hasta ahora no ha existido un problema cultural tan grande, como ha ocurrido en otros lugares, porque la gran mayoría de los inmigrantes —salvo los haitianos— hablan castellano y son culturalmente similares, no idénticos, porque son latinoamericanos. Pero incluso los haitianos comparten la religión. Yo creo que esas dos preguntas nos conducen a unos números bastante amplios. Mi intuición, es que al menos en condiciones normales —no estoy hablando de pandemia— la capacidad de absorción de inmigración en Chile es significativa.
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
Lo que más me preocupa es la pérdida de confianza —y tal vez con razón— en la élite y en las instituciones. Uno advierte y palpa esa pérdida de confianza hacia los políticos y los técnicos. Y recrear confianzas no es fácil. Tampoco reemplazarlos simplemente, porque se puede repetir la misma situación. Por tomar un ejemplo: la Lista del Pueblo —un grupo nuevo— que generó entusiasmo entre mucha gente, pero se ve que muy pronto puede caer en los mismos errores y fallos de otros grupos. Para hablar de un tema que me interesa, la Iglesia, va a tomar mucho tiempo antes que se vuelva a tener confianza en la institución. Ahora, creo que si hay algo bueno en la crisis ya referida a la Iglesia, es que hay un cuestionamiento a la institución y nos apunta hacia Jesucristo. Por mucho tiempo en Chile y en muchas partes la fe era más bien en la Iglesia, cuando la Iglesia simplemente es un dedo que debe apuntar a Jesucristo.
—¿Qué cree usted que está provocando cambios en el mundo hoy?
Hoy existe cierto escepticismo en general respecto de toda autoridad, y eso explica el auge de nuevas voces y de nuevas generaciones. A las nuevas generaciones no les importa lo que pasó los últimos treinta años, les interesa lo que va a pasar en los próximos treinta. Entonces, que yo les diga que el nivel de vida en Chile es tres veces mejor de lo que era en 1990, aunque eso sea fantástico, no lo es para alguien a quien le interesa el futuro. Por otra parte, las nuevas generaciones se informan a través de las redes sociales, y en mi generación todavía la gente ve televisión o lee los diarios. Las generaciones jóvenes no leen los diarios. Yo tampoco veo las redes; o sea, estamos incomunicados.
—¿Qué pensadores o autores le parece que están abriendo rutas de pensamiento?
Entre los chilenos, para mí el intelectual público más perceptivo y brillante es Carlos Peña. Leo casi todo lo que él escribe y no me refiero solo a sus columnas, sino también sus libros. De los extranjeros, nombraría a Michael Sandel, cuyo libro What money can’t buy dio lugar precisamente a un libro de Carlos Peña, Lo que el dinero sí puede comprar. El punto de Sandel es que hemos ido poco a poco ampliando los espacios donde opera la lógica del mercado en lugar de la lógica del ciudadano y la lógica del mérito. Y eso es una forma de corrupción. También me gusta mucho Steven Pinker.
—¿Sobre qué aspectos usted es optimista?
La tendencia que me genera más optimismo es la rapidez con la cual, como cultura, hemos acogido —digo en Chile y en el resto del mundo también— la diversidad. Yo me crie en una sociedad homofóbica y veo que eso ha cambiado, sobre todo entre las generaciones jóvenes. También veo con mucho optimismo que el machismo está en clara caída, al menos en Occidente, y hoy existe preocupación por la paridad y por el estar consciente de las barreras obvias y las sutiles que enfrentan las mujeres. Creo que también hemos adquirido mucha conciencia ambiental y eso es algo que veo en mí mismo. Yo tenía una enorme conciencia social en lo que a pobreza se refiere, pero muy poca conciencia ecológica y ambiental. Entonces, veo todos esos aspectos positivos que me hacen ser optimista.
—¿Qué mensaje entregaría las generaciones futuras?
Yo diría que soñar es vital, tener sueños e ideales, pero también es vital tener los pies sobre la tierra. Y tratar de mantener esa tensión, de soñar, pero con los pies sobre la tierra. Me recuerda mucho una frase que le escuché decir al cardenal Raúl Silva Henríquez. Le preguntaron: “Cardenal, ¿usted es de izquierda o de derecha?”. Y él contestó: “Mire, yo soy como un auto. Un auto necesita un acelerador y un auto necesita un freno”. Yo creo que uno tiene que soñar para no estar inmóvil, pero también con los pies en la tierra para que los sueños sean realizables. Y eso es equidad, pero también crecimiento; es mercado, pero también Estado; es competencia, pero también cooperación; es individualismo, pero también comunidad. Hay que mantener esa tensión. ¿Dónde está el equilibrio? Cada persona decidirá o discutirá, pero creo que el hombre no es unidimensional y tiene que soñar con los pies sobre la tierra. MSJ
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Joseph Ramos. Bachelor of Science en Ingeniería Eléctrica y Doctor en Economía, ambos de la Universidad de Columbia. Es profesor titular de la Universidad de Chile desde 1999. Ha publicado seis libros y recibido numerosas distinciones. Es miembro del directorio del Servicio Jesuita a Migrantes.